La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Dylan

NADIE desafina como Dylan. Quiero decir que nadie desafina tan bien como Bob Dylan. Desafina tanto, y lo hace tan bien, que ha convertido su galleo permanente en su propio e inimitable estilo, en su propio arte. Tal vez Dylan instauró esa definición que tanto emplean los críticos para explicarnos la voz de un cantante: estilo personal. Bajo esa etiqueta, estilo personal, me he encontrado a lo largo de mi vida con decenas de voces que bien merecerían estar escondidas y custodiadas en el más profundo de los sótanos, para mantener así a salvo a nuestros delicados oídos de sus ataques. Lo de Dylan es otra cosa, créanme, es de verdad una voz personal. No puedo precisar cuando comencé a escuchar a Dylan, tal vez en la cuna, mis hermanos mayores lo consumían con frecuencia. En realidad, a ellos les debo buena parte de mi "cultura" musical básica, sin duda. Durante un tiempo escuché a Dylan en la clandestinidad, no podía reconocer abiertamente que me gustaba. Aquellos años modernos y encrespados de La movida que no fue igual en todos sitios, precisamente. En Córdoba, por ejemplo, no pasó de pequeña vibración, de lejano eco, que llegó con algunos años de retraso. En ese tiempo moderno Dylan no encajaba, demasiado folkie, demasiado country, demasiado clásico, no era una buena decisión, decían, argumentaban. Curiosamente, las vueltas que da la vida, pero vueltas, a casi todos aquellos modernos de entonces ahora les gusta Dylan, y Lou Reed y hasta los Beach Boys, que tal vez sea el grupo legendario más desconocido de cuantos componen el olimpo del rock. Mucho más que una tabla de surf.

Cuentan los mentideros, y algunas cartas aparecidas en las redes sociales y en algún que otro medio de comunicación, que el Dylan actual es un ser muy quisquilloso, cuadriculado, inaccesible, huraño, amante de su privacidad, puede que se trate de soledad, hasta el extremo de salvaguardarla empleando a guardaespaldas de pocas palabras y músculos en las cejas. Tal vez se trate del Dylan de siempre, o eso nos cuenta la leyenda, aunque las leyendas del rock son verdades a medias o mentiras en una gran proporción, amplificadas, endurecidas, por esas cosas de los años y sus circunstancias. Según cuentan, nunca fue Dylan un dechado de amabilidad, no ha sido nunca su sonrisa una seña de identidad, y a pesar de eso ha conseguido hipnotizar, atrapar, a varias generaciones con sus canciones. Con ese desafinar suyo que es la representación sonora de la belleza de la fragilidad, de la tristeza susurrada, de la emoción que te roza la piel. No solo hay que contemplar a Dylan como un músico o como un poeta, también ha sido puente de las tendencias, innovador partiendo de la tradición. Como buena parte de los genios, Dylan no inventa nada, en su caso concreto reinterpreta el country, es un nuevo folkie, un cantautor que se atreve en sus letras con mucho más que con historias de amor adolescente o empalagoso. Dylan canta a los mineros, a los obreros de la siderurgia, a las mujeres que han perdido la esperanza, a los sueños rotos de una América que se desvanece en sus propios mitos vacíos.

Me sigue emocionando Dylan, su voz desafinada, ese crujido vocal que no habría funcionado en ningún coro colegial, que no habría ganado ningún concurso televisivo. Me sigue emocionando Dylan, en su atrevimiento de recorrer medio mundo versionando las canciones más desconocidas de Sinatra, aderezadas con algunos de los temas menos populares de él mismo. Sting, unos días después, cuentan las crónicas que hizo justamente lo contrario, se apuntó al caballo ganador y tiró de los éxitos de siempre, a lo Década Prodigiosa de él mismo. Puede que Dylan siga siendo fiel a él mismo, que siga manteniendo ese algo inexplicable, ese estilo propio, que lo distancia del resto de músicos. Desde sus comienzos fue atrevido, y tomó prestado su nombre a otro genio deslumbrante, Dylan Thomas, que representa como nadie la vigencia de la poesía cosida con tripas y emociones. Huraño, aguileño y huidizo, es un viejo Calamaro de dieta estricta y manías inalterables. Es la voz que se confunde con el viento que se balancea entre las orillas del tiempo. Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder, ahora eres invisible, no tienes secretos que guardar.

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