La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Operación bikini

CUANDO ya no nos queda tiempo para remediarlo, el agujero del cinturón nunca miente, apremiados por las calores y las fechas, nos plantamos el bañador con esos kilos de más que habíamos prometido eliminar el 1 de enero, el gran día de los propósitos y enmiendas, el gran día de nuestra propia y a veces íntima campaña electoral. Nos votamos, sí, pero incumplimos lo prometido. Vaya, esa música me suena. A este paso tendré que enfrentarme a un plasma, que no estoy yo para responderme a preguntas demasiado incómodas. Y no tenemos que recordar tuits del pasado, nos basta con el evidente presente. Para el próximo 1 de enero prometo primarias, aunque sea conmigo mismo; no tengo claro el resultado, me temo. Pero no nos responsabilicemos nosotros de todo, no, por favor, que el tiempo del silicio ya pasó, por favor, que las bulas, papales o no, ya están pasadas de moda. El verano y el calor llegan en fechas muy malas, malísimas, de verdad, no está bien programado el asunto acuático y de piel al aire, no, y no hace falta ser un lince, con chip o no, para darse cuenta. Más que malas, que la cosa viene concentrada. En muy poco espacio de tiempo tenemos la Semana Santa, Feria y todas las fiestas y romerías de mayo, las terracitas, los caracoles, comuniones diversas, civiles o religiosas, que las hay, seguro que alguna boda o bautizo, cumpleaños varios, aniversarios, despedidas, ya sean de solteros, solteras o compartidas, de todo un poco, porque lo celebramos todo, o casi. Celebraciones todas, ya sean por el motivo que sean, que regamos y devoramos convenientemente, y el que esté libre de pecado que pague la siguiente ronda, que no me creo nada.

Piña y pollo, batidos arenosos que se te estancan en la garganta, zumos de remolacha y pepino, póngale un poco de apio y unas gotas de limón, que le dan su toque, media tonelada de pavo, litros y litros de agua, manzanas a media mañana, chicles a todas horas, un huevo duro en el desayuno, sacarina e infusiones, bolsas de basura rodeando nuestro vientre, calambrazos varios, esas dietas y tratamientos que nos prometen el milagro. Milagro que nosotros pretendemos que sea instantáneo, ya, ahora, pero ahora mismo, me bebo el batido de marras y que la tripa desaparezca, y sin llamar a Juan Tamariz. Y no, claro, eso no puede ser. La cosa tiene su miga, y hasta su barra de pan al completo, no le quepa duda, haciendo fuerte a ese refrán que dice aquello de lo que realmente merece la pena, requiere de mucho esfuerzo. Sudores, pero sudores, muchos, cataratas desde la frente a la barbilla. Spinnig, bootcamp, fitness, body combat, rowing, otra paliza a nuestro idioma, hasta cansados en el gimnasio nos esmeramos, vaya que sí. Pero a estas alturas, apremiados como estamos, el deporte u otros métodos ya los hemos desechado por una mera cuestión de tiempo, que es precisamente lo que no tenemos. El verano ya está aquí y el bañador y el bikini son tan sinceros como ese espejo de ese centro comercial en el que nunca nos queremos reflejar, y lo esquivamos como a esa presencia indeseada, como si se tratara de nuestro particular cobrador del frac. Todavía recuerdo cuando pusieron de moda el invento, el del cobrador del frac digo, y los veíamos rulando por nuestras ciudades, al acecho de los acreedores, versión ingrata y antagonista de nuestros generosos y queridos Reyes Magos.

Indiscutiblemente, como en tantos y en tantos ámbitos y facetas de nuestra vida, en esto de la operación bikini las grandes perjudicadas son las mujeres, faltaría más. Mientras que nosotros hacemos lo posible por poner de moda lo de la tripita es bella, con esa cosa de los fofisanos, a ellas les pedimos, y hasta les exigimos, que se parezcan lo más posible a esas modelos semiadolescentes, en la mayoría de los casos, que se exhiben en los anuncios y en las portadas de las revistas. Y no tenemos en cuenta los embarazos, los trabajos, los años, las horas extras no cotizadas y demás. Y no tenemos en cuenta, sobre todo, sus propias identidades, el que la mayoría de las mujeres sean bellas por el simple hecho de serlo, más allá de las tallas, las velas de los cumpleaños, las cirugías de estética y las depilaciones láser. Y, sobre todo, no tenemos en cuenta la libertad individual de cada cual, ya sea hombre o mujer. Hay vida más allá de la 36, claro que sí.

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