La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Listas

HAN sido días de listas, de muchas listas, y hasta de "sin listas". Y no, precisamente, de listas de regalos para la persona amada, ojalá. Pasó San Valentín, con sus corazones almibarados y sus anuncios pegajosos, exhibiendo mercadotecnia en el sentimiento más puro que debiera existir: el amor. Las decorosas e indecorosas sombras esas. No hablaremos de San Valentín, no, y eso que yo no soy uno de sus enemigos incendiarios. Después de que haya días dedicados al agua, a los frikis, a las ballenas, a la sal yodada, al jamón y a las almejas de carril, tampoco me parece tan descabellado que un día, por lo menos un día al año, reivindiquemos el amor, ya puestos, ¿no? Pero hoy no toca hablar de amor, o sí, que todo está relacionado, queramos o no. Puede que hubiera alguien que se sorprendiera con la denominada lista Falciani. A mí no me sorprendió. Es más, no me extrañan los nombres más célebres que aparecen en ella. Tengamos en cuenta que nuestro país, sí, el nuestro, permitió que se legalizara todo el dinero, todo, escondido bajo los colchones, en paraísos fiscales o en cámaras de seguridad. Es decir, el dinero B o negro, el maldito taco, todas esas fortunas logradas gracias a nuestra sanidad, la educación de nuestros hijos o a que soportemos hipotecas a 35 años, ese dinero vergonzoso, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en euros legales, con el mismo valor que esos pocos o muchos que usted gana cada día con tanto esfuerzo. Nos abrumamos entre bromas de los defraudadores, no tardaron en aparecer los primeros chistes y memes, somos así, es nuestro sentido del humor. Peculiar y espontáneo. Si hasta el pequeño Nicolás es digno de broma, cuando no de admiración, claro que sí. Yo, sin embargo, no le veo la gracia, ninguna.

Listas de las distintas formaciones políticas. Hemos conocido el nombre de las y los que se postulan como nuestros representantes en el Parlamento de Andalucía, así como en los diferentes ayuntamientos. Listas de hombres y de mujeres que representan a buena parte de las opciones ideológicas, o no. Yo soy de los que defienden a capa y espada las ideologías, por supuesto. Porque existen las ideologías, cada una con sus apuestas, propuestas y preferencias. Y, en Democracia, todas son válidas, al menos las que se presentan a las elecciones, que han pasado el filtro de la legalidad. Pero no todas las ideologías son iguales, no. Por eso yo quiero, exijo, que las ideologías sean las banderas de las formaciones que se presentan a las siguientes elecciones. Que lo digan clarito, bien alto, con orgullo si quieren, o en voz bajita, como si les diera miedo, pero que lo digan. Es lo menos que les debemos exigir a los que piden nuestro apoyo para convertirse en nuestros representantes públicos. No es poco, es mucho, una persona, un voto, aparezcas o no en la lista de Falciani, desempleados y pluriempleados, jóvenes y mayores, catedráticas y becarios precarios, en todos cae la responsabilidad de escoger entre todas las listas que se presentan la que mejor y más pueda gestionar eso que conocemos como lo público, y que no es más que garantizar la igualdad de oportunidades, también de obligaciones, ojo, a los componentes de una sociedad. La nuestra, llámese Córdoba, Andalucía o España.

Hablemos de la lista que más influye en nuestra vida diaria: la lista de la compra. Hemos sabido, y debería avergonzarnos, más a unos que a otros, evidentemente, por eso de las responsabilidades, que casi 13 millones de españoles, el 27% de la población, viven en exclusión o en riesgo severo de estarlo. Pero España va bien, claro; bien, Mariano, bien. Muchos de estos millones se enfrentan cada día a una lista de la compra en blanco, y deben recurrir, como en ese pasado del que nos arrepentimos con hipocresía y desdén, a los comedores sociales, a rebuscar en los contenedores, a la caridad. Caridad que, no es una virtud en este caso, es la ineficacia de la Justicia. Esta última lista la componen muchísimas más personas que la de Falciani. Lo curioso, curioso no, dramático, es que esos pocos, proporcionalmente, poseen lo suficiente como para evitar que la otra lista existiese. Y las dos listas citadas, vergonzantes por muy diferentes motivos, para su reducción, protección o prohibición, dependen en gran medida de las listas que escojamos en los próximos procesos electorales. ¿Y no hablamos del amor? Claro que sí, no he dejado de hacerlo.

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