La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Fito

SIEMPRE lo he tenido claro: más allá de los premios, de las críticas de postín, más allá de las portadas y las solapas, de los escaparates y las dedicatorias, más allá de los premios, remunerados o no, los congresos, el poco dinero, las lecturas y los viajes, lo mejor que me ha aportado esta profesión mía son las personas que he conocido en estos años de adicción legalizada y consentida. Con algunos de ellos, gracias a las afinidades, el roce y el tiempo, he establecido una auténtica amistad, que celebramos cada vez que nos encontramos como si se tratase de una fiesta -tipo Imperio Romano, en algunos casos-, y varias docenas de mañanas resacosas y maltrechas dan fe de ello. La Literatura me regaló, una tarde de primavera, la amistad de Rafael de Cózar. A Rafael, a Fito, lo conocí a mediados de 2000 en Sevilla, en la mítica Carbonería, esa referencia legendaria de la cultura en Andalucía que el Ayuntamiento de Sevilla está empeñado en desmantelar, como si todo se pudiera delimitar y establecer en una burocrática licencia. Recién llegado en esto, Pizco Lira me comentó que un profesor de la Universidad de Sevilla, un "catedrático", estaba interesado en presentarme mi Novelista malaleche, lo que me provocó asombro y pudor, también puede que hubiera algo de estupor, ahora puedo decirlo. Desde aquella noche primaveral y suave de 2000, iniciática para mí en muchos aspectos, soy amigo de Fito. Me fue muy fácil serlo. Una de las personas más divertidas que he conocido, una de las mejores personas del mundo, tal y como lo definió su amigo Arturo Pérez Reverte, y no exageró en nada. Realmente lo era. Profundo y "gracioso" al mismo tiempo, te esquematizaba en dos minutos las vanguardias del siglo XX para a continuación contarte la historia de su antigua novia americana o te ponía al tanto de su producción vinícola. Cátedra y tasca, sofismas y chascarrillos, rimas y ripios.

Siempre vital, siempre cálido, no creo que nadie pueda conservar un mal gesto, una mala palabra de Fito, ya que no formaba parte de su naturaleza. Podría rescatar hoy, aquí, cien anécdotas de Fito, mil, y volverían a escapar las lágrimas de mis ojos, me volvería a doler la tripa, como tantas y tantas veces consiguió. Desde hace años, compartíamos mesa y mantel, unos cuantos codazos, y también cigarrillos, en la entrega del premio Lara en Sevilla. Sin necesidad de citarnos, yo siempre sabía dónde encontrarlo para tomarnos unas cervezas previas, accedíamos juntos al evento. Niño, a mí me gusta fumar contigo, porque tú sabes lo que es fumar, me decía de vez en cuando y encendíamos un nuevo cigarrillo. Fito, finalmente, y con permiso de Natalia, se ha quedado sin conocer a Sharon Stone. Yo no sé quién de los dos ha perdido más, que si a belleza es casi insuperable la diva, pocos podían sobrepasar en ingenio a mi amigo, y como poco se habría divertido de lo lindo a su lado. De Fito lo admiraba todo, y le envidiaba su médico, cuya identidad nunca me quiso revelar, y que jamás le indicó que dejase de fumar o de beber, según me contaba. A Fito le debo los más inteligentes y certeros comentarios que mi obra ha recibido, elogios y consejos que siempre conservaré. Le debo mucho a Fito, mucho, sí, y por muy diferentes razones. Porque apostó por mí cuando era un completo desconocido, un principiante, y porque lo siguió haciendo a lo largo de los años. También le debo que compartiera conmigo sus conocimientos, sus recuerdos, y, sobre todo, su amistad. Estar junto a Fito te suponía recibir una permanente y verdadera clase magistral de vida, en el más amplio sentido.

El pasado 16 de diciembre, celebramos en Andalucía el Día de la Lectura, una fecha que se estableció en recuerdo de Alberti, su nacimiento, y de la Generación del 27, aquel homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla que sirvió para encuadrar la fotografía, y la figura de Fito estuvo muy presente, todos los que participamos nos acordamos de él. Pocos como Fito han apostado por la difusión de la lectura, de la Literatura, en Andalucía, presente en todas las mesas, congresos y reuniones. Una voz autorizada que, por conocimiento, sensatez, siempre fue luz en el camino. Se nos ha ido Fito y el decorado de las letras andaluza y española ha perdido parte de su brillo, tonos grisáceos a brocha gruesa. Es menos divertido, menos genial. Te voy a echar mucho de menos, Fito, mucho, y te aseguro que no soy el único. Te fuiste sin decirme el nombre de tu médico y sin conocer a Sharon Stone. Ella que se lo pierde.

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