La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Juego de tronos

ME siento un poco bicho raro y a veces un mucho bicho raro, ya que no he visto ni un solo episodio de Juego de tronos. Lo mismo me sucede con la longeva Cuéntame, no sé si esto multiplica o acelera mi transformación a bicho raro. Aunque puede que ya lo sea, y por eso no siento que puedo llegar a serlo. Y no me llamo Gregorio. Cosas mías, que dejo para el diván de la pantalla en blanco, y así no les fatigo. En Sevilla, y también en Córdoba, oye, vamos avanzando, se ha hablado mucho en las últimas semanas de Juego de tronos, ya que están rodando aquí, sí, aquí, algunos episodios. Yo no comprendo todavía el dinero que se gastan para luego pasar las localizaciones reales por el filtro de los efectos especiales y la informática más avanzada y conseguir que no se parezcan en nada a las originales. Una pena, o no, que nadie regala duros a pesetas, escuchaba de nene con frecuencia en mi casa, y anda que no tiene sabiduría la sentencia. Pero volvamos a Juego de tronos, pero no a la serie, que -repito- desconozco hasta en sus títulos de crédito. Volvamos a ese juego de tronos que se han montado entre Mas y Rajoy y que es la gran noticia más permanente de los últimos tiempos, y lo que nos queda. Ahora, después de los fuegos artificiales, de las movilizaciones, de los bufidos y los plantones, de rebuscar las preguntas en el pozo de la semántica, parece que no va a haber consulta, o que se va a realizar otra consulta, sin valor, ya que su resultado no tendrá una traslación a la realidad de la calle. Proyecto de participación ciudadana, apretemos la gramática hasta que se acaben los agujeros del cinturón, pobrecilla ella.

Tengo la impresión de que la consulta no ha sido más que el cebo que han utilizado uno y otro para desplegar una estrategia con un objetivo muy claro, pero que debido a la torpeza de los jugadores ya no sé cuál era la estrategia, como tampoco tengo claro si hubo alguna vez objetivo. Puede que nunca lo hubiera o se resumiera en una sola palabra: dinero. Indiscutiblemente, tanto uno como otro han tratado de sacar partido del asunto. Mas, ha conseguido que sus demoledores recortes sociales y, últimamente, el escándalo Pujol queden en un segundo plano, mientras que Rajoy cree haber ofrecido una imagen de patriota de Estado, inflexible ante la unidad de España. Y no. De nuestros gobernantes esperamos sensatez, diálogo, visión, consenso, mano izquierda en definitiva, y nos han ofrecido justamente lo contrario: tozudez, soberbia, torpeza, incomunicación y miopía. Más que miopía, ceguera. No me atrevería a pronunciarme sobre la independencia de Catalunya, nunca he vivido en aquella tierra, no tengo familiares, tampoco la ha visitado con frecuencia, aunque sí cuento con algunos buenos amigos. Muy poco para pronunciarme en un tema tan sensible. No tengo claro si es una necesidad latente en el conjunto de la sociedad. Pero sí tengo claro que si a los andaluces nos repatean los tópicos que sobre nosotros circulan, no quiero ni imaginar lo que pueden llegar a sentir los catalanes cuando además de soportar los tópicos que les adjudicamos, contemplan cómo lanzamos campañas boicoteándole sus productos, todos hemos recibido algún mensaje o email al respecto, o burlándonos de su idioma o de sus señas de identidad más arraigadas o tratando de boicotear su Estatut, que tampoco es tan diferente al que hemos aprobado en otros lugares de nuestra geografía. Piénselo un instante. O negando rotundamente una posible reforma constitucional -y es que nunca la hemos querido ver como un elemento vivo que se ha adecuar a la realidad y necesidad de cada tiempo-. No creo que sea la postura más inteligente, adecuada, para construir país.

Puede que me equivoque, insisto en mi desconocimiento, pero tengo la impresión de que si se hubiera llevado a cabo la consulta, o como se quiera llamar, desde la normalidad, desde la comprensión, el resultado de la misma no habría puesto en peligro lo que conocemos como "la unidad de España". Es más, si se hubiera apostado por el diálogo, la sensatez y la comprensión nunca nadie se habría llegado a plantear la consulta. Llegados a este punto y vistos los antecedentes cualquier escenario es posible en el futuro. No pidamos peras al olmo, aunque pidámoslas por si surge el milagro, y deseemos que este juego de tronos que estamos presenciando no cuente con una nueva temporada y que nos conformemos con la otra, la de ficción, de la que no he visto ni un episodio.

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