La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Junio y eso

NUNCA me ha gustado junio, nunca. Es un mes que me incita a esquivarlo, a sobrepasarlo cuanto antes, evitarlo si pudiera. Despertar en julio tras un sueño intrascendente, pero no hay somnífero tan potente. El calendario es más que nosotros y nuestras apetencias, mucho más. Y no sucede como con el invierno, que te puedes largar a otros países a la caza de un verano perpetuo. No, vayas a donde vayas, habrá un mes de junio, diferente o parecido al nuestro, pero junio a fin de cuentas. Y ya lo tenemos encima, recién estrenado, con su flequillo sudado, sus alpargatas de lona, su polito con el cuello engarrotado y sus insomnios varios, fiel a su estilo. Me sigue sin gustar, nada, por mí que se largue cuanto antes, que conozco de sus trucos, de sus traiciones, de sus zancadillas cuando menos te las esperas. Desde que recuerdo mantengo esta mala relación con junio, puede que sus célebres exámenes influyeran, indiscutiblemente. Nunca fui un estudiante constante, me encomendaba a esa última noche en vela, saturado de cafés, colas y nicotina, cuando no al clavo ardiendo o a la manufactura de todo tipo de chuletas. Creo que aquellos diminutos rodillos escritos con letra microscópica se aliaron con esta miopía que permanece fiel y perenne en mis ojos desde entonces. No recuerdo un solo examen que aprobara gracias a aquellos celulares artilugios, y aun así me entregaba a su elaboración, examen tras examen, un junio y otro. Los exámenes me atormentaban, pero se trataba de un tormento que mantenía en el tiempo, no sé si por alguna afición masoquista que nunca he querido reconocer. O sea, los padecía, los sufría, pero no me enfrentaba a ellos, solo al tiempo. Lento, pesado, insistente, punzante, que recuerdos más amargos. Y ese tiempo transcurría durante un mes de junio cualquiera.

También puede que mi procedencia también influya, esas cosas marcan. No estoy hablando de castas, ojo, que nadie se altere. Para un cordobés tiene mucho de jarra agua de fría, o más bien de caldero de aceite hirviendo, ese que arrojaban desde las almenas del castillo para ahuyentar al invasor, me refiero por la temperatura, la llegada de junio. Después del mayo que tenemos, un mayo a la enésima potencia, un mes reventón de reventones varios, llega junio que, aun esmerándose en los últimos años, nos ofrece poco, o casi nada. Benditos cines de verano, los pocos que quedan, con sus salamanquesas en la pantalla, con sus altramuces y sus pipas y sus bocadillos calientes y sus botellines fresquitos. Benditos sean. Afortunadamente, el junio de este 2014 es de Mundial, qué recuerdos de aquellos mundiales. Los asocio a los exámenes, cómo disfrutaba aquellos Guatemala frente a Rumanía o Australia frente Costa Rica que me ofrecían aquellos momentos de liberación, de no pensar en ese examen que me acechaba. Sin embargo, puede que contagiado, tengo malos presentimientos para este junio mundialista, futbolísticamente hablando, y es que auguro una colleja bien dada, con la mano abierta, de chavales se os acabó el rollo. Espero que no, o que, al menos, el testarazo sea suave y medianamente justificado, que el pasado reciente debería servirnos de escudo contra cualquier brote de histeria.

Cruelmente interminable, ya intuyes cerca las vacaciones, darle carpetazo a la rutina, eso que llamamos desconectar, pero junio consigue que siga pareciendo todo muy lejano, como si nunca fuera a llegar, te frena en seco, con saña y alevosía. La ilusión necesita de prismáticos. Irremediable e insoportablemente junio, así lo declaro, sin temor a su posible venganza, que no descarto, por otra parte. Ya conozco sus zarpazos, sus corrientes subterráneas, sus puñaladas por la espalda. Dejó de sorprenderme, espero todo y nada al mismo tiempo. Hace ya mucho tiempo que perdí toda esperanza en este mes insufrible, ya no estoy dispuesto a concederle más oportunidades, me declaro apátrida del calendario durante sus treinta largos días. Los tacharé con rabia. Mientras tanto, seguiré contemplando como sueños inalcanzables esos folletos, esos correos, que recibo a diario. Combinados exóticos entre palmeras, playas inauditas, cielos intratables en su azul. Todo llegará, me digo, tarde o temprano. Y si no llega, que es lo probable, me ayudó soñarlo.

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