La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Lobo

OBVIEMOS a Woody Allen, que es otro universo, con sus propios planetas y constelaciones -y satélites-. Solo Francis Ford Coppola podría contar con una trayectoria similar a la de Martin Scorsese, si no llevara ya tanto tiempo dedicado a contemplar como crecen las uvas de sus viñedos. Son ya más de cuatro décadas de cinematografía, tiempo en el que nos ha ofrecido algunas películas que ya nadie duda en clasificar como clásicos u obras maestra. Taxi driver, Toro salvaje, Malas calles, Casino, Uno de los nuestros… En su amplia filmografía, hay temas que se pueden entender como "recurrentes" o incluso como mantras, que ha visitado y revisitado en más de una ocasión: la adaptación del emigrante -especialmente del italoamericano, como él mismo- a una nueva sociedad, la corrupción, la avaricia, el machismo, la ambición desmedida y, muy especialmente, los "males" de América. Tampoco obviemos sus documentales, vía de escape para su pasión por la música, tanto el de los Stones como el de Bob Dylan son dos auténticas joyas en las que fusiona el groupismo con el rigor y la introspección. Ha regresado a la cartelera Scorsese a lo grande, o ha regresado el Gran Scorsese, escojan, con El Lobo de Wall Street. Una película que, a pesar de su metraje, a pesar de su "frenesí" permanente, a ratos asfixiante, es un imponente despliegue de todo el inmenso talento de este director que combina, con esa naturalidad inimitable, los conceptos más clásicos o tradicionales del cine, con los lenguajes más contemporáneos y actuales. Maneja Scorsese todos los ritmos, tiempos o técnicas cinematográficas con una sencillez pasmosa, esa sencillez que sólo se alcanza cuando entre la pretensión y el artificio no existe ninguna frontera, cuando la ficción la contemplamos como real.

Indiscutiblemente, El Lobo de Wall Street es la mayor aportación que nos ha dejado hasta la fecha la pareja formada por Scorsese y DiCaprio. Cuentan que la película es un empeño del actor, que no dudó en hacerse con los derechos de filmación de las memorias de Jordan Belfort, hace años, nada más terminar de leerlas. Si es digno de elogio el trabajo de Scorsese, no lo puede ser menos el de DiCaprio, indiscutiblemente el mejor actor de su generación por méritos propios. A estas alturas, a DiCaprio apenas le queda nada por demostrar, lo de una "cara bonita" quedó atrás hace ya mucho, contenido cuando requiere la escena, desmedido hasta la taquicardia al segundo siguiente, pocas presencias llenan y seducen a la cámara como la suya. Un actor, muy en sintonía con la propia trayectoria de Scorsese, que habría sido uno de los grandes en cualquiera de las épocas por las que ha transcurrido la historia de la cinematografía. Aún así, a pesar de este despliegue de talento, me temo que El lobo pasará sin pena ni gloria en la próxima entrega de los Oscars. Tengamos en cuenta la añeja moralina americana, ese intento permanente por querer esconder sus miserias bajo la alfombra -roja o de cualquier otro color-, y esta película las muestra con claridad. Drogas, sexo, descontrol, tantas y tantos que no creo que pase el férreo control de esa censura que ya no es oficial, pero que sigue contando con el mismo poder.

Sin embargo, más allá de su indiscutible calidad, no la contemplemos solo como un vertiginoso producto cinematográfico: no olvidemos el mensaje que nos deja El Lobo. Tengamos muy presente lo que nos cuenta, esa realidad que muchos siguen sin querer ver y que no deja de ser la semilla, el origen, de esta pesadilla que estamos padeciendo. Y ya son muchos años de pesadilla. Sucedió, y vuelve a suceder, dinero que es como una de esas nubes de cocaína que nos ofrece la pantalla, una nube de nada, salvo para unos pocos, las penurias de muchos, de todos, ahora. La santificación del dinero como el gran valor con el que engrandecer un profesional, un talento o a una persona, tanto tienes, tanto vales. La moral del mercado, la contabilidad de la desigualdad. Un paradigma que sigue estando presente, con mayor ímpetu, pues ahora que ya no lo tenemos, o que es menos el que tenemos, el dinero es más y más codiciado, más santo y sagrado. Lo deseamos, como lo deseó El Lobo, y muchos están dispuestos a conseguirlo de cualquier manera. A pesar de nuestras vidas y las de nuestros hijos, si es necesario. Lo demostraron y demuestran, y nosotros lo seguimos permitiendo, de un modo u otro.

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