La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Vanidad

YA no gastan pata de palo, tampoco un loro pasea por sus hombros, el parche lo han sustituido por lentillas de colores y tal vez prefieran un gin tonic, con sus tropezones de colores, antes que ese ron que canturreaban a todas horas. Los piratas de nuevo cuño los podemos encontrar en un lujoso despacho, al frente de una gran multinacional o de un banco con colorista logotipo, entre los recovecos de ese nuevo océano que es Internet, en un almacén o exhibiendo gritos y codazos en cualquier bolsa del mundo. También los seguimos encontrando en su espacio original e histórico, en el mar, metralleta en mano, secuestradores marinos en la mayoría de las ocasiones. Secuestros largos y crueles, parapetados tras el laberinto de los vacíos de las leyes internacionales y el silencio, cuando no en la pasividad de los gobiernos. Los más famosos, denominación de origen en toda regla, los patanegra del circuito, por trayectoria, dedicación y proyección: los piratas somalíes. De plena actualidad en los últimos años, todos recordamos el interminable padecimiento de los tripulantes del Alakrana, así como demás secuestros, hasta una película les han dedicado la industria americana, protagonizada por Tom Hanks, Capitán Phillips. Abdi Hassan, más conocido como Bocazas, fue uno de los más célebres piratas somalíes, cuentan que estuvo implicado en lo del barco español. Hassan, cansado de secuestrar marineros o con el suficiente dinero para llevar una acomodada jubilación, o puede que por ambos motivos al mismo tiempo, no hace tanto decidió retirarse del negocio. Y lo anunció a bombo y platillo, que para eso ya era un pirata célebre y temido.

Arropado por la dejadez legalista de su país, obviando la multitud de órdenes de captura, Abdi Hassan comenzó a vivir su tranquilo retiro sin tener en cuenta su pasado, como un automóvil con el cuentakilómetros a cero. Una nueva vida, a partir de la nada, como si no tuviera cuentas que saldar. Puede que se comprara una inmensa finca, donde pastaban las reses tranquilamente. Puede que tuviese la intención de convertirse en coleccionista de atardeceres, sentado cada tarde en una mecedora, en el porche, con un grueso puro en la mano. Puede que se entregara a la vida familiar, después de tantos años de pirateo y travesías, rodeado de niños juguetones y sonrientes. Sin embargo, lo que ya intuía como una plácida jubilación, de golpe y porrazo, por torpeza propia, ha dejado de serlo. Adiós a los relajantes atardeceres, el puro apagado en el cenicero. Puede que Abdi Hassan se riera contemplando la película Argo, que no terminara de creerse la historia, ya hay que ser lelo para que te la cuelen de esa manera, puede que les dijera a sus viejos camaradas de asaltos y secuestros. Solemos decir que la realidad siempre supera a la ficción, y es cierto, siempre nos quedamos cortos, cortísimos, nuestra cabeza es más cándida de lo que imaginamos, o somos menos atrevidos de lo que este mundo nos exige, que a ratos es mucho, cuando no demasiado.

Colocaron la vanidad en el anzuelo y Abdi Hassan corrió a morderlo, no lo dudó un instante. Qué poco. Durante meses, con habilidosa dialéctica, lo estuvieron convenciendo de que iba a protagonizar un documental sobre su propia vida. Le enviaron bocetos del guión, le enumeraron los productores interesados en el asunto, la interminable lista de festivales en los que se exhibiría la cinta; tal vez le llegaron mostrar como sería el cartel anunciador, todas esas cosas. Sí, tal y como nos contaba Argo. Y Abdi Hassan, que durante años esquivó a la Justicia internacional, las patrulleras, los satélites y demás, se creyó el Denzel Washington de Somalia y se plantó en Bruselas para cumplir su sueño. Y nada más poner pie en tierra, le plantaron las esposas en las manos, fin de la película. La historia de Abdi Hassan es la historia que narra el devenir de nuestros días, donde la vanidad, en forma de fama, celebridad o lo que sea, es el sentimiento que más nos gusta mimar y, si podemos, engordar. En muchos casos, y Bocazas es un magnífico ejemplo, a costa de lo que sea, no escatimamos el precio. Si es necesario, entregamos nuestra vida a cambio. Por una ración de vanidad, que no deja de ser el humo de los días.

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