La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Pérdidas

DE la multitud de frases que José Luis Sampedro nos ha dejado para la posteridad, me gusta una especialmente: La vida es una navegación difícil sin una buena brújula. Y en esa brújula, que desgraciadamente no es buena, desorienta más que orienta, tampoco se nos indica nuestro último día. En los últimos días, de sopetón, puede que compinchados con el calendario, han dejado de navegar tres buques insignia de nuestra cultura durante las últimas décadas. Bigas Luna, Sara Montiel y José Luis Sampedro. Me encanta la definición/calificativo que hemos leído en multitud de medios de comunicación: pensador. Oiga, ¿y usted a qué se dedica? Yo soy pensador. En este mundo donde la acción, la producción o lo concreto son los bienes más apreciados y demandados, nos olvidamos que la idea, la reflexión y el pensamiento son los verdaderos elementos que propician los cambios, los que consiguen que tendamos a la evolución y no al retroceso. Sampedro no sólo nos ha dejado una magnífica herencia literaria, en la que destacan La sonrisa etrusca, ya todo un clásico, y la fascinante Octubre, octubre, también, y sobre todo, una actitud de ser y estar en el mundo. Un guerrillero armado con misiles construidos a partir de lógica enriquecida que siempre citó a todos sus adversarios en el campo de batalla que forman las palabras. La de José Luis Sampedro, por todo, fue una lección de vida por su compromiso, su denuncia permanente de las injusticias, por convertirse en altavoz de los marginados, y también lo fue desde un punto de vista meramente humano. Sampedro nos enseñó como enfrentarnos a los años y sus cosas, con y desde la dignidad, pero sin renunciar nunca al activismo y a su compromiso. Si tuviera que señalar un ejemplo de ese término de última generación que es el de envejecimiento activo, no me cabe duda de que no podría encontrar uno mejor que el de José Luis Sampedro.

No nos quedemos con la lata de refresco que flota sobre el inmenso y alucinante océano, no seamos tan sesgados, disfrutemos con la inmensidad, alucinante y bella, del océano en sí misma. No pongamos peros o reparos a la musa, porque Sara Montiel lo fue y lo sigue siendo, porque las musas, como los sueños, siempre son jóvenes y, por tanto, eternas. Desde un punto de vista técnico, seguramente Sara Montiel no destacó en ninguno de los ámbitos creativos que practicó, y qué más da. Hay toreros perfectos en su técnica que aburren por fríos y mecánicos, y otros a los que les basta una media desmayada para removerte la tripa. Sara fue otra cosa, diferente, estrella, diva, genial, irrespetuosa, sensual, erotismo, deseo, todo eso que no se aprende pero que nos gusta y atrae tanto. Y seguramente nos gusta tanto por esa rareza, por la singularidad de lo innato, que no se consigue, que se tiene o no, y ella lo tenía, y mucho. Sara tuvo una belleza voltaica y adelantada a su tiempo, y eso lo trasladó/proyectó a su imagen pública, donde siempre mostró a una mujer indomable, dueña de su tiempo y de sus acciones, libre en la definición más esencial y primaria del término.

Concluyo con Bigas Luna, para mí una de las referencias indiscutibles en la historia del cine español y europeo. Rescatemos el ejemplo de la lata en el océano, se equivocó, claro que sí, y puede que conscientemente en alguna ocasión, pero tengamos en cuenta que sólo los elegidos se equivocan, los demás nunca acertamos. He disfrutado y aprendido mucho con el cine de Bigas Luna, mucho, sobre todo porque siempre nos ha ofrecido personajes de carne y hueso, personajes como nosotros o muy cercanos y siempre lo ha hecho comprometido con la realidad y el momento. Desde la jamona a su Juani, desde el constructor del pelotazo con dos Rolex al niño enamorado de su madre y de la Luna, de la copla al rap, Bigas ha recorrido los pasadizos más abruptos y laberínticos que seguramente existen en el interior de todos nosotros. Y lo hizo sin renunciar nunca al placer -ese estado que muchos entienden como pecaminoso, pero que no deja de ser una ambición tan natural y lógica como otra-, por el impulso del deseo, ansioso por convertir sus sueños en realidad, o en una realidad filmada. Tres pérdidas irreparables e irremplazables no sólo para la cultura española, ya que los tres, en sus respectivos ámbitos, fueron elementos transformadores y combativos. Aunque ya no los tengamos entre nosotros, siguen estando, por sus obras y, sobre todo, por sus personalidades.

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