La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Empleo

SE nos ha ido marzo, no así las lluvias, que parecen tener vocación de permanencia, y la cifra de las personas sin empleo ha vuelto a aumentar en Córdoba, contradiciendo la tendencia nacional, que ha experimentado una leve mejoría. Desgraciadamente, sólo es un espejismo, ya que se trata de contrataciones eventuales y estacionales, consecuencia de la festividad que hemos dejado atrás. Casi 1.400 cordobeses más acudieron a las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo durante el mes de marzo, y son ya más de cien mil los cordobeses que no tienen un puesto de trabajo. A menudo nos dejamos atrapar por la fría retórica de los números, sin ver el rostro, las familias que se encuentran atrapadas en esta terrible situación, lo que nos impide calcular y, sobre todo, valorar el drama que estamos padeciendo. Trabajar, tener un empleo, ha pasado a ser en nuestro país un verbo que no todos pueden conjugar, que es muy difícil de pronunciar, salvo para hacerlo en pasado. En sus formas de pasado, con la excepción del que se encuentre ya en la merecida jubilación, es un verbo agrio, duro, frustrante, lesivo. En España, tal y como podemos leer en la Constitución, trabajar ya no es un derecho, ha pasado a ser un auténtico privilegio. En este sentido, desde hace ya demasiado tiempo vivimos en un país anticonstitucional o aconstitucional, ya que sus preceptos no se cumplen. Me dan exactamente igual la prima de riesgo, los piropos de Merkel y demás especies, las palmaditas en la espalda de la comisión europea de turno, los vaticinios de Rajoy en el plasma o el comentario ingenioso de ese economista prestigioso, que fue incapaz de predecir toda esta hecatombe, mientras los datos negativos del desempleo sigan aumentando.

No creo que salgamos del túnel, no veo esa supuesta luz al final -se habrá quedado sin pila-, no me hablen de brotes verdes, que me los presenten cuando alcancen el metro y medio de estatura, que ya estoy cansado de cuentos de la lechera, mientras el empleo, poder tener una nómina, con sus consiguientes contrapartidas, siga siendo un privilegio y no un derecho irrenunciable al que nos han obligado a renunciar. Debo reconocer que no me gusta mucho la palabra trabajo, y que prefiero decantarme mejor, más precisa, por empleo. Parecen sinónimos, pero tienen matices que las distancian profundamente. Las mujeres han padecido tradicionalmente esos matices. Las mujeres han tenido, desde siempre, y ahora vuelven a tenerlo por partida doble o triple, mucho trabajo, pero empleo han tenido muy poco. El empleo lleva implícito un reconocimiento, en forma de retribución, de posición social, y también de derechos adquiridos. El trabajo, en el mejor de los casos, deriva en gratitud, muy poco, casi nada. Si me preguntan si el empleo dignifica al hombre, les respondería que más bien al contrario, pero sobre todo es uno de los elementos esenciales sobre los que construimos y planificamos nuestro proyecto de vida. Y, lamentablemente, hoy son millones de españoles los que carecen de proyecto de vida. Ilusión, sueños, esperanza, no nos podemos conformar con eso, necesitamos elementos tangibles, concretos, señales en un camino real que podamos recorrer.

No hay que ser un sesudo economista para saber que mientras menos personas coticen por su empleo la cuenta de resultados de nuestro país irá peor. Una simple cuestión de ingresos o no que entran en esa bolsa común que sufraga pensiones, prestaciones por desempleo, sanidad, educación, dependencia... En nombre de la austeridad estamos permitiendo que se destruya empleo, cada día, es la realidad. Sólo nos cuentan lo que se ahorra con esos empleos destruidos, pero nadie nos explica todos los retornos que se pierden. Los mismos retornos que desaparecen cada vez que nos recortan derechos, piénselo un instante. Estamos tratando al enfermo con una extenuante dieta de adelgazamiento, amputando sus miembros cada poco, ¿de verdad queremos o pretendemos que el enfermo se recupere? ¿Por qué no le inyectamos sangre fresca? Y me molesta profundamente ese comentario generalizado de no me creo el número de parados, ese la gente se busca la vida por otro lado, ya que en tales suposiciones hay implícitas afirmaciones realmente gruesas, como la aceptación de un sistema que se mueve al margen de la legalidad. Que la única solución es la reconstrucción, reinventarnos, pues muy bien, adelante, siempre mejor que esta lenta agonía.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios