La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

San Valentín

UVISTO el panorama, como sacado de una novela de Cormac McCarthy, también podríamos citar a Coppola, en este San Valentín que se avecina, y hasta acecha, los enamorados, ennoviados, casados, pretendientes, amantes, amigos con derecho a roce y otros sofocones, arrejuntados y demás fauna de las relaciones sentimentales nos vamos a regalar amor, mucho amor. Amor inmaterial, verbal, poético, celestial, ese sentimiento puro y arrebatador que no pasa por caja y que no mella la esquilmada dentadura de tu Visa. Por otra parte, frivolidades aparte, no deja de ser el regalo más hermoso que se pueda regalar y que se pueda recibir o, mejor que regalar, exponer, en este día tan señalado, para desgracia de los centros comerciales y empresas relacionadas. Amor, mucho amor, pero intentemos que sea más dulce que el de Haneke, que, aunque magistral y soberbio, te raspa la piel como una devoradora lima del 10. Cupido afila sus flechas y se revisa la vista, que la puntería es esencial. Nos acercamos al día señalado, ya exhiben los escaparates esas cajas de bombones con forma de corazón, como la que robó Antonio Banderas en Átame para ofrecérsela a su amada y secuestrada Victoria Abril, y nos anuncian ofertas de todo tipo, veladas empalagosas como el cuello de una botella de Marie Brizard, viajes de ensueño, a esos paraísos del romanticismo cateto de postal, joyas proclamatorias que exhibir en las reuniones familiares y hasta novelas aliñadas con ese amor tan prosaico como premonitorio. Ya no regale sobres, que está muy mal visto. Se acerca San Valentín, conmemoración de ese fraile que las sociedades mercantiles han desacralizado y hasta erotizado en su empeño por mantener a salvo, aunque esto no hay quien lo salve, la cuenta de resultados.

Es bonito que durante un día, un solo día al año, reivindiquemos el amor, pero también nos arroja su vertiente absurda, y hasta podría emplear palabras de menos musicalidad. Detengámonos en lo bonito, hagamos ese esfuerzo superfluo y ñoño, de vez en cuando una ñoñería no te machaca el hígado, y sintamos lo tonificante, como terapia, cura o salvación, que puede suponer decir "Te Quiero". Pero no y yo, yo también, lo mismo y demás coletillas reparadoras. Te Quiero, tal cual, a pecho descubierto y con la boca grande, y sin tener que tragar saliva y sin la ayuda de un orfidal. Una frase complicada, en multitud de ocasiones, que se agradece siempre, o casi siempre, siempre que la procedencia sea la adecuada, que los amores no correspondidos son como esas digestiones pesadas y lentas que te incitan a maldecir hasta el manjar más delicioso. Puede que nos empeñemos en asignar el concepto de amor sólo a un tipo muy concreto de amor, cuando el amor dispone de un amplísimo catálogo del que sólo conocemos la primera página, sin querer advertir que es del grosor de un tomo de la legendaria Larousse, antes de que la Red estrujase las enciclopedias en unos megas amigos de los árboles. Le damos vueltas al amor, lo ponemos boca arriba y boca abajo, lo desconocemos y rechazamos, nos abrazamos a esa definición que entendemos a nuestra medida y evitamos el desconocido, el que tal vez nos deje sin aliento, afónicos, exhaustos, y que precisamente esquivemos por eso, porque nos gusta que el tensiómetro siempre nos ofrezca los mismos números.

Catorce de febrero, Día de San Valentín, dicen, día de los enamorados, argumentan, si fuera cierto, qué poco se me antoja, con todos los días celebratorios posibles, algunos de ellos tan raros y feos, ya podríamos institucionalizar el amor durante más tiempo. Hasta una estación completa, sus buenos tres meses, se me hace corta. Todos los días del año. Aunque lo de institucionalizar el amor me suena mal, como si no casaran bien las dos palabras en la misma frase. Si usted se dispone a celebrar este día, no siempre hay que pasar por caja, desde luego, amplíelo en el tiempo, que le va a costar lo mismo, que si es recíproco lo agradecerá y se lo agradecerán, y sobre todo disfrutará. En estos tiempos de ánimos por los suelos y economías serpenteando por las alcantarillas, es el amor el bien más preciado que nos queda. No me olvido de la salud, por supuesto. Hágalo suyo, ahora que sigue siendo gratuito, que no me extrañaría un futuro de besos y caricias hipotecadas o gravadas con un canon o copago. Por amor, con amor, desde el amor, acudamos a casi todas las preposiciones posibles, evitando el temido y solitario "sin". Día de San Valentín, 14 de febrero, una tregua, un placebo, lo que usted quiera pero con mucho amor.

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