singladuras

Alfredo Asensi

Noviembre con piano

NOVIEMBRE es más denso que largo, un mes así como secundario, laborioso y lento, transicional, un mes un poco sin brillo, industrioso, tiene cada mes su color, su clave de luz, su vocación y su temperatura, su prosa, su mitología, su diámetro de melodía y sabor, su costumbre y su herencia, tienen los meses su cosa genética, sus frecuencias, cadencias, repeticiones, y noviembre es poco de improvisar, es aplicado y oscuro, previsible y ancho. Noviembre de calles desconsoladas, plazas adelgazadas en la misteriosa fatiga del tiempo, nubes traviesas, rejuvenecidas y huidizas, árboles claudicantes, apremios escolares, noviembre con su poco de hierba como tituló Antonio Gala, que ha vuelto por noviembre como quien desafía a un enemigo íntimo, admirado y bufón, noviembre de fachadas temblorosas y barrios clausurados, travesías heréticas en las noches de noviembre, esquinas fraudulentas, descensos de la memoria, los charcos de ayer, el olor a pan secreto en callejas como cines clandestinos, y más tarde o más allá la fiesta del contraluz, la provisión de vino y confitura, la fiebre de la heráldica, la audacia del sentir, el dolor impreciso del poeta, el miedo demorado del héroe, el gato legendario de los vertederos, el atasco de infrahumanas músicas en los sectores más húmedos y abderramanes de la ciudad asediada.

Y en la norma leve, en la discreta pauta del noviembre cordobés está el piano, tardes inestables y precarias corregidas por el insustituible privilegio de sentarse a escuchar (a leer, a ver, es lo mismo, se escucha un libro como se lee un concierto), a recibir a Liszt, Chopin o Granados en el viejo y querido Conservatorio o en otros espacios, noviembre con Rafael Orozco en el recuerdo, veladas que redefinen el orden emocional de la jornada, y el deslizamiento sobre las teclas de los dedos del pianista (Ah Ruem Ahn, Ludmil Angelov, Iván Martín, Luis Fernando Pérez) acompaña el nuestro sobre los días gravosos del penúltimo mes en retórica y mágica correspondencia, y así el otoño se vuelve romántico o barroco, modernista o goyesco, fulgores efímeros y versátiles en partituras nuevas o conocidas, y después la ciudad espera con su cansancio y su frío, su dispersión de luces, su humo y su licor, sus Góngoras vagabundos, sus tabernas a medio cerrar.

Hubo muchos noviembres en el querido y viejo Conservatorio, noviembres de Santa Cecilia pero sin esta colección anual y estable de recitales, tardes de bocadillo, chaquetón, ritmo y lectura, afinaciones severas, dictados imposibles y parada en Simago. Entre tiempos y espacios la música emerge con su drástica cualidad de alimento providencial.

Se fue muy pronto Orozco pero nos queda este noviembre con piano que se nos olvida en diciembre, cuando la curva final del año nos lleva a su peor segmento, el más desolador, el más rígido e impostado, noviembre es una habitación austera y diciembre es la celda kitsch de una cárcel inesquivable.

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