Crítica de ópera música

Delicioso elixir

El elixir de amor

Autor de la música: Gaetano Donizetti. Reparto: Pablo García-López (Nemorino), Auxiliadora Toledano (Adina), Enric Martínez-Castignani (Dulcamara), Germán Olivera (Belcore), Lucía Tavira (Giannetta); Ángela Vázquez (Madama), Domingo Campos (Bardolfo), Mar Ramos y Beatriz Molinero (Azafatas), Carlos Aguilar y Rubén Gutiérrez (Ayudantes), Demetrio Benítez, Rafael Blanes, Rafael Sánchez, Daniel Lorenzo, Daniel Sutil y José María Valenzuela (Soldados). Dirección escénica: Francisco López. Diseño de escenografía y figurines: Jesús Ruiz. Coro Ziryab. Director: Javier López Sáenz. Orquesta de Córdoba. Director: Lorenzo Ramos. Fecha: viernes 15 de abril. Lugar: Gran Teatro. Lleno.

Colores brillantes, aromas punzantes y delicados, recuerdos almendrados y notas de hierbas del campo. Al paladar, untuoso, pero delicado y ligero. En el post-gusto vuelven los recuerdos campestres dejando una agradabilísima sensación de frescor. Serían las notas de cata del magnífico espectáculo que pudimos disfrutar el viernes, fruto de la conjunción afortunada de un buen puñado de talentos musicales y escénicos.

La ópera El elixir de amor es una broma elegante y llena de sencillos encantos sobre la leyenda de Tristán e Isolda y su bebedizo de amor. El libretista de la ópera de Donizetti, Fenice Romani, ya convirtió el brebaje mágico en vino de Burdeos; y el director de escena de la producción que comentamos, Francisco López, lo ha vuelto "Tío Pepe". Es un guiño a la ciudad donde realiza su trabajo (Jerez de la Frontera) y una divertida ocurrencia subrayada con varias otras alusiones, llenas de humor y buen gusto, al mundo de las bodegas jerezanas.

La parte escénica del espectáculo tuvo también uno de sus puntos fuertes, quizás el que más, en el vestuario colorista, que llenaba continuamente el escenario de una atmósfera euforizante de cuento campesino, a la vez historicista y ubicable en todos los pasados de los cuentos infantiles.

No menos soberbios me parecieron la dirección de actores (de la Escuela de Arte Dramático) y el desempeño de los mismos. Y muy encomiable también el desenvolvimiento escénico del coro y de los cantantes protagonistas. A destacar, en este aspecto, la vis cómica del barítono ítalo-español Enric Martínez-Castignani, eficacísimo dando vida a un Dulcamara charlatán y desvergonzado que hacía reír a cada paso. Me pareció un maestro poniendo su magnífica voz al servicio de los diferentes registros del papel que representaba. También sumamente acertado, en lo vocal y en lo teatral, el soldado fanfarrón de la historia, Belcore. Germán Olvera bordó su papel.

Necesitaríamos mucho espacio para glosar las maravillas musicales con que nos deleitó la parte cordobesa del elenco solista. Auxiliadora Toledano (Adina) estuvo magnífica: su bella voz, su técnica y su musicalidad son portentosas. Los difíciles pasajes en conjunción con la orquesta y con sus compañeros fueron resueltos con una naturalidad que dejó al público con la boca abierta. Lo mismo podría decirse de Nemorino (Pablo García-López), quien sumó a sus altas cualidades musicales un entusiasmo contagioso y gran sentido de la mesura y del buen gusto. Aplauso larguísimo a un momento en que puso sobre el escenario todas esas cualidades: el aria Una furtiva lacrima. Lucía Tavira (Giannetta) cautivó igualmente en todas sus intervenciones y supo en todo momento poner su arte al servicio de la representación.

Es una dicha para el público cuando tantos talentos artísticos (y no olvidemos al Coro Ziryab - ¡magnífico!- la Orquesta de Córdoba y la soberbia dirección de Lorenzo Ramos) subordinan el lucimiento propio a la gloria del espectáculo en su globalidad. Nos enamoraron.

Pensando lo contrario que la protagonista femenina de la ópera, quien, a diferencia de Nemorino, dice no necesitar elixir mágico alguno, los organizadores ofrecieron a la entrada una botellita de elixir jerezano únicamente a las damas. Cosas de la mercadotecnia.

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