Cultura

Hipérbole 'raphaelista'

Fecha: sábado 13 de septiembre. Lugar: Teatro de la Axerquía. Lleno.

Él es aquel que viene de vuelta. Bueno, de mil vueltas y un redoble de tambor. Sabe más por viejo que por diablo. No da puntada sin hilo. Detrás de su gran sonrisa profidén hay tanta pose como podamos digerir, como nos apetezca disfrutar, como queramos entender. No hay línea que separe la realidad de lo inventado porque él sabe cómo esconderla debajo de la alfombra para que no la encontremos, y juega con nosotros al escondite. No es posible descubrir dónde acaba aquél que era y comienza éste que es. No se distingue cuándo se imita a sí mismo, cuál es su verdadero yo. Porque el de Linares es muchos en uno solo. Su delirante frenesí sobre el escenario es un muestrario de personajes dispares, aunque exista un solo y misterioso Raphael verdadero, fruto de todos ellos.

Sale al escenario y la Axerquía parece que va a reventar. Gritos, silbidos, piropos, exclamaciones con triple signo… El teatro se ha llenado, desde la primera glamurosa silla hasta la última fila de la grada más lejana y pétrea, de un público diverso que esta noche habla el mismo lenguaje. ¿Hipnosis colectiva? Tal vez. Hay un majestuoso piano en el centro. Una banda rockera (guitarras haberlas las hubo) y ligera (lo que haga falta) se desperdiga por un escenario con dos escaleras propias de una vedette (puede serlo si se lo propone). Y Raphael devora el resto con sus manos, su fuerza gestual y una voz más en forma de lo que hubiéramos pensado. Cierto que ya no es la misma garganta, pero sus habilidades para serpentear y sacarle el mayor provecho son tan evidentes como remarcables. Tantos le imitaron que ahora resulta ser su mejor replicante, su más grande emulador. Tiene un ego sobre el escenario inmune a las chanzas y capaz de automultiplicarse según requiera la ocasión. Pero es un ego apetecible, no produce rechazo. Es mas, diría yo que es otro de los componentes magnéticos de su presencia. Raphael es el más intenso de sus aduladores. Su más grande impostor. Su más peligroso competidor cuando de ser el más teatrero se trata. El más tenaz en sus saltos mortales y cabriolas. Todos sus aspavientos, todos sus histrionismos, todos sus excesos de comediante…, todo es parte de un conseguido guión que le encumbra ahora como rey intergeneracional capaz de reinventarse sin pudor ni escrúpulos. Ni falta que le hacen.

Es la tercera vez que le veíamos en Córdoba en los últimos tiempos, y sin duda es la ocasión que más eco consigue, más público arrastra y mejores resultados cosecha. Deja el listón demasiado alto para poperos y roqueros que estén por venir. Cuando otros van a por los tomates, Raphael ya viene con el salmorejo hecho. Mientras canta Qué sabe nadie, Como yo te amo, En carne viva, Digan lo que digan (mano en bolsillo, por supuesto), Yo soy aquel o Mi gran noche el delirio impregna la Axerquía en un concierto que rozó las tres horas. Al asomar al escenario, puntual a las diez, Raphael ya estaba encantado de conocerse, y todos los que llenaban el recinto de conocerlo a él. En esta perfecta conjunción astral puede que resida buena parte del éxito postrer que ahora envuelve a quien nunca dejó de ser todo un personaje. Hay que tener mucho valor para, con 71 años, afrontar tres horas de bolo sin un maldito coro que te arrope. Eso es ser valiente. Solo lo puede hacer quien, cuando se quita la chaqueta, la arrastra dos pasos y se la echa al hombro convierte el lugar en un apocalipsis pirotécnico. Si hay que ser antiguo, él lo es. Si hay que ser friki, él se señala. Si hay que enarbolar la bandera indie, él se presenta voluntario para abanderado. Si hay que ser romántico has de tener cuidado, porque te dará el primer beso. Eso sí, con lengua.

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