Deportes

El dolor en la distancia

  • En Montilivi, un centenar de cordobesistas sufrieron con la derrota de su equipo en una tarde histórica pero triste. La impotencia se hizo notar en las peñas y bares de la capital cordobesa.

Es dolorosa la sensación de fracaso. Cuando uno pone empeño, esfuerzo e ilusión en una meta siempre espera alcanzarla, por complicado que parezca. Siempre es amargo cruzarse con esa sensación del objetivo no cumplido. El cerebro humano, esa máquina casi perfecta, nunca asimilará de manera natural un tropiezo. Por mucho que uno haya nacido en una ciudad pequeña, al Sur de un país que poco pinta en el panorama internacional y que conviva día a día con el fracaso, que tenga la derrota intrínseca en los genes. Duele perder algo querido y duele aún más cuando tienes la sensación de que las posibilidades de éxito escapan a tu control, que poco puedes hacer más que resignarte y asimilar la cruda realidad. Esa sensación recorría la mente de los blanquiverdes que abandonaban cabizbajos las gradas de Montilivi después de que su equipo se dejara en Gerona las posibilidades de rematar la temporada con el ascenso a Primera. Una ocasión histórica perdida, la gloria que pasó de largo esta vez sin detenerse en Las Tendillas.

Un trago duro de digerir, que incluso supo peor a la inmensa mayoría de la afición blanquiverde, que tuvo que sufrir en la distancia el devenir de su equipo. Ante la imposibilidad de sufrir al lado del equipo, las peñas y bares de Córdoba fueron el punto de encuentro del cordobesismo en la capital cordobesa. Porque el sufrimiento, y el posterior dolor por la derrota, siempre es más llevadero de manera colectiva. La película esta vez tuvo un dulce comienzo y el gol de Xisco iluminó los semblantes que hasta ese momento estaban atenazados por el miedo. Más de uno intentó abrazar a la piña de jugadores blanquiverdes a través de la televisión. Cosas que pasan cuando la euforia se desborda.

 

Pero claro, en la mente de cualquier cordobesista que se precie la victoria sin sufrimiento es una variable que no se contempla. Apenas un minuto después de adelantarse en el marcador, quien más y quien menos ya se temía lo peor. Desde luego, una plácida victoria no entraba en los esquemas del cordobesismo. Y poco tardó la cruda realidad en demostrar que esta vez no iba a ser una excepción. En esos momentos, el sufrimiento se multiplica. El cordobesista medio quisiera sumarse a la defensa de su equipo sobre el césped. Pero en cambio, ahí está, enfrente de la televisión, viendo como Borja García aprieta la contienda y como Aday después manda el partido a la prórroga. Otra vez toca la heroica y otra vez a muchos kilómetros de distancia. Empiezan a asomar en la mente de los más optimistas las similitudes con el ascenso de Las Palmas. Pero no, esta vez no suena la flauta. Toca enjugar el mal trago, abrazar a los amigos y consolarse con el Volveremos, por mucho que esta vez suene con poco convencimiento.

 

Y si en Córdoba dolió la distancia respecto al lugar de los hechos, en Girona las caras no fueron menos amargas. En primer plano, los golpes siempre se encajan mejor, aunque el efecto es quizás más devastador. Y más aún cuando desde primera hora de la tarde has vivido una jornada festiva. El buen rollo con la afición local, el cálido recibimiento al equipo a su llegada al estadio, los 80 minutos en los que el equipo tuvo la eliminatoria en su mano... todo borrado de un plumazo. Duele la derrota y duele mucho más cuando ves a tus jugadores exhaustos, rotos sobre el césped por un esfuerzo de 120 minutos que no encontró el premio de la victoria. Duele porque esta noche -y mañana, y muy probablemente pasado mañana- costará conciliar el sueño, porque son muchos los kilómetros que quedan hasta volver a casa y porque cada uno de ellos se convertirá en un dardo al corazón. Al menos, los desplazados tuvieron la oportunidad de aplaudir a los futbolistas y agradecerles el esfuerzo, de consolarse mutuamente.

 

En Córdoba, mientras tanto, la derrota se rumia en silencio, con la amargura que produce la sensación de perder algo tan querido y tan deseado y hacerlo a muchos kilómetros de distancia. Y es que en el fútbol, como en la propia vida, hay aspectos que se escapan al propio control y que producen una tremenda desazón en el alma. Pasado el duelo, quedará el consuelo de lo apasionante que fue el viaje. Sin duda mereció la pena, aunque esta vez terminó antes de lo deseado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios