Liga adelante

La sonrisa en un balón (1-0)

  • El Córdoba sobrevive gracias a Razak en un mal primer acto y reacciona tras el descanso, sobre todo con los cambios, para romper su sangría como local y situarse a uno del 'play off'.

En el fútbol, como en cualquier deporte, lo más bonito es ganar. La sensación que trae consigo una victoria entierra todos los debates que pueden suscitarse en torno a una contienda. Porque vencer es lo máximo, sin importar si el camino elegido es el del fútbol de salón del Barcelona de Guardiola, el de la garra y el coraje del Atlético del Cholo o esa mezcla un tanto anárquica y basada en el trabajo de los obreros para el lucimiento de los cracks que intenta engarzar Zidane en el Bernabéu. Cuando al final del partido los puntos son tuyos, la sonrisa ya no se borra de la cara en un par de días. Poco o nada importa -aunque sí debería hacerlo, al menos para el futuro- si sólo unos minutos antes del pitido del árbitro tu propia afición te ha querido poner las pilas con una ronda de silbidos. O si en gran parte del choque ha sido el rival el que ha mandado y disfrutado de las mejores ocasiones. O si tu portero ha tenido que erigirse en salvador tanto al inicio como al final para minimizar esa lacra de la defensa de la estrategia. Porque todos esos peros se le pueden poner al triunfo del Córdoba sobre el Girona, si bien lo más trascendente es que ambos se quedan igualados en la clasificación a sólo un punto de la sexta plaza que cierra el reparto de billetes para el play off. Y es que el conjunto de Oltra firmó una mala primera parte en la que pese a todo sobrevivió para que su reacción posterior, sobre todo con los cambios de Pineda y Markovic, le permitiera ganar con un solitario tanto de Pedro Ríos, quizás el hombre que mejor resume lo que es este CCF y el que con su cabezazo enterró cuatro meses de sangría en El Arcángel y dibujar un panorama mucho más alentador para las cinco finales que quedan. Hay vida, y mientras haya vida...

Cierto es que la esperanza hay que ganársela. Y el Córdoba, durante gran parte del encuentro de ayer, pareció no estar dispuesto a seguir peleando por un objetivo que muchos se atrevían a dar ya por imposible. Ante el rival más en forma, el segundo mejor visitante y la defensa más solvente de la categoría, la puesta en escena no fue ni mucho menos la de un equipo que sabe que su cita es ganar o morir. Al conjunto blanquiverde le costó un mundo entender que para equilibrar la superioridad visitante tanto en el centro del campo como por los costados tenía que ser mucho más agresivo, mucho más valiente; no bastaba con un simple posicionamiento y defender con la mirada. Porque ante eso, el Girona supo conectar bien con sus hombres entre líneas y encontrar un pasillo de largo recorrido en el costado de Clerc para adueñarse del partido muy pronto. Incluso estuvo a punto de encontrar la connivencia de la zaga cordobesista en su primer saque de esquina, aunque el cabezazo libre de marca de Alcalá fue manso a las manos de Razak, que sí tuvo que emplearse a fondo en las dos siguientes aproximaciones gerundenses: un zapatazo dañino desde la frontal de Borja García que el ghanés repelió bien yendo abajo, y un remate a la carrera de Lejeune tras una falta frontal que atajó sin problemas bien colocado.

Y a todo esto, ¿dónde estaba el Córdoba? Al margen de deambulando por el verde, poco más. En esta ocasión, ni el recurso del juego directo en busca de Florin surtía efecto por el trabajo de la línea de tres centrales visitante. Sólo el carácter de Pedro Ríos por su costado originaba algún que otro problema, aunque no lo suficiente para contentar a una grada que empezó a mostrar su desaprobación al paso por la media hora de juego. Nada que ver con la pitada que esperaba al equipo camino de los vestuarios al descanso. Y eso que para entonces ya había conseguido ver de cerca a Becerra. Primero con una internada del propio Ríos en la que terminó pidiendo penalti (no lo pareció) y luego con una falta por manos fuera del área del meta que el colegiado salvó con amarilla porque fue camino del banderín (luego Fidel se la jugó de manera directa sin encontrar siquiera portería).

Porque a decir verdad, el primer tiro entre los tres palos del Córdoba no llegó hasta el minuto 55, y llevó de nuevo la firma de un activo Ríos. Ya para entonces se veía un equipo más predispuesto para la causa. Los ajustes de Oltra en el intermedio surtieron efecto y, aunque la intensidad tardó en llegar (Clerc se plantó en el área contraria tras iniciar la jugada en campo propio obligando a Deivid a cruzarse), el partido ya estaba más equilibrado. Un punto más en la presión, algo más adelantada, y la necesidad de ir a por el rival invitaban a una segunda mitad diferente que ya se jugaba más en el medio campo del Girona. No era un dominio abrumador ni mucho menos, pero las posesiones visitantes eran más cortas y en ese juego de ida y vuelta que provoca espacios se mueve bien este equipo, que avisó con un zurdazo de Caballero que salió fuera por poco y un zapatazo de Cisma que tuvo respuesta en las manoplas de Becerra.

El Córdoba estaba mejor, pero aún necesitaba algún elemento diferencial para inclinar el marcador de su lado. Oltra lo buscó primero con Pineda y luego con Markovic, dos cambios que fueron pitados por la grada al entender que no significaban un paso al frente, más bien todo lo contrario. Sin embargo, al final, tanto el chileno como el serbio se erigieron en el ansiado revulsivo. Pineda empezó a gambetear con verticalidad y Markovic aprovechaba los agujeros en la medular para lucir zancada y pegada sin orden alguno. Y mientras el Girona trataba de adaptarse a los nuevos tiempos, Florin cayó a la izquierda y Ríos cabeceó entrando desde la derecha para hacer el 1-0 y terminar de confirmar el cambio de la segunda mitad. Lo más difícil estaba hecho y ahora sólo era cuestión de defender con sangre, sudor y lágrimas el botín. Machín quemó sus naves con Mata, pero encontró la respuesta en el banquillo local con la entrada de Luso y el paso al 4-2-3-1. El asedio final visitante, que pudo haber evitado Markovic en un mano a mano con Becerra, se topó con la versión más segura de Razak, decidido en tres saques de esquina consecutivos para amarrar la pelota y dejar los puntos en El Arcángel, que por fin pudo lucir la mejor de sus sonrisas tras cuatro meses de penas.

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