Córdoba - atlético de madrid

Ni la vergüenza queda (0-2)

  • Un Córdoba sin tensión entrega el partido a los cinco minutos tras un error de Zuculini y queda a mercer de un rival que no quiso cebarse La relajación final atlética lavó la imagen.

Una sensación de impotencia indescriptible, unas ganas de romper con todo y con todos, de mandar todo lo relacionado con el balón bien lejos. Así salió uno de El Arcángel tras la enésima derrota de un Córdoba que ya sólo espera recibir el acta de defunción. Es cierto que los protagonistas, como semana tras semana, apelan a las matemáticas para intentar ver un haz de luz al final del túnel. Pero para creer en el milagro, hacen falta muchas más cosas que simples números. Y, de momento, no hay explicación posible para defender a jugadores sin sangre, sin espíritu ni compromiso, que parecen en muchas ocasiones vedettes a la espera de poner los pies en la pasarela. Eso, que se lo guarden para sus momentos de ocio. En el campo hay que morir, dejarse la piel y, si el rival demuestra que es mejor, pues habrá que darle la enhorabuena. Pero si sales sin tensión y te permites el lujo de regalar goles, más vale que te quedes en la caseta o en la grada. En este equipo no hay lugar para gente que tiene la cabeza en otro sitio, gente a la que le importa poco menos que nada lo que sea de este club. No mászuculinis, por favor. Ojo, y que todos estaban avisados viendo la actitud de muchos fuera del terreno de juego, donde se supone que torear es bastante más fácil que hacerlo con bestias de carne y hueso. Ni que decir cuando el que aparece por delante es un rival como el campeón en curso, que necesita de muy poco para fusilarte, que vive por y para el error del enemigo. Y si se lo das ya en bandeja de plata, apaga y vámonos. 

La primera parte que perpetró el Córdoba ante el Atlético fue canalla. Por eso acabó con una sonora pitada cuando los protagonistas enfilaban los vestuarios, una bronca que se oyó, por mucho que la megafonía atronara de inmediato. A nadie le cabe duda de que el cuadro rojiblanco es mejor, mucho mejor, y por eso está peleando por los puestos de Champions cuando los blanquiverdes penan en lo más profundo de la clasificación. Pero eso no es óbice para salir entregado desde el inicio, para agachar la cabeza a la espera de la lluvia de collejas al mínimo contratiempo. Pero quizás es que no hay para más, que por mucho que nos ilusionemos, este equipo no da para estar con los mejores de España. Por eso semana tras semana recibe un sopapo de realismo, algo que a base de encajar ya provoca hasta malos modos, como los que durante muchas fases del encuentro se prodigaron varios futbolistas. Mala señal cuando cada uno hace la guerra por su cuenta, y peor aún cuando el que está a sólo unos metros se percata y se lo echa en cara, porque esa imagen no es la de un grupo unido que va de la mano en busca de un objetivo. Cuando eso ocurre, lo mejor es plegar velas porque nada puede ir a mejor... aunque en casos como éste, con diez derrotas consecutivas, once jornadas sin ganar, y siendo los últimos, parece incongruente que nada pueda mejorar. Pero es así de crudo, al menos por lo que uno ve en el verde. 

Porque las buenas sensaciones que el equipo dejó en Anoeta, en el estreno de José Antonio Romero en el banquillo, apenas tuvieron continuidad cuatro minutos, en los que pareció que el equipo quería estirarse, llegar. Pero un equipo de élite tiene que ser mucho más serio. En San Sebastián, la roja de Pantic vino precedida de una pérdida infantil; ayer fue Zuculini el que se cargó el partido a las primeras de cambio con un error imperdonable para un jugador de su supuesta calidad, esa que por cierto aún no se ha visto por Córdoba y que, o mucho cambia la cosa, tampoco llegarán a catar en el Manchester City. En ese momento quedó claro que esta vez tampoco había nada que hacer. Con el Atlético jugando al ralentí, con muchos de sus hombres trotando y sin aparente esfuerzo, el conjunto local era incapaz de hilvanar tres pases, de jugar como bloque, de inquietar siquiera. Y todo eso, aliñado de los habituales despistes defensivos, pues no pueden conducir a nada bueno. 

La diferencia en la intensidad, en la actitud, quedó retratada en las acciones de pizarra. Esas en las que hay que morder como si te fuera la vida en ellas, en lugar de mirar cómo el adversario te burla y te hace más daño. Después de un remate solo de Godín que por suerte fue directo a las manos de Juan Carlos, Griezmann y Koke lo intentaron al recoger balones dejados por Giménez y Mandzukic. ¿Qué noticias había del Córdoba? Entre pocas y ninguna. Porque las contras morían sin pisar área siquiera, lo que originó una sensación de inferioridad empezó a quitarse con silbidos y pitos cuando el partido caminaba aún por el minuto 25; luego empezaron los cánticos contra la gestión de Carlos González, que se harían más sonoros con el paso de los minutos, en el ecuador del segundo tiempo. Ya para entonces, el Atlético había asestado un nuevo golpe para frenar cualquier atisbo de reacción tras el intermedio. Otra banda larga, otra peinada y testarazo de Saúl mientras Zuculini buscaba sabe Dios qué en el área. El argentino ya hacía demasiado tiempo que se había ido de un partido del que, visto lo visto, quizás ni siquiera debiera haber participado. 

Con el 0-2 pesando como una losa sobre el cuello de un equipo herido de muerte desde hace mucho tiempo, un grupo que quiere creer pero no encuentra argumentos a los que agarrarse, Romero buscó la heroica con dos cambios ofensivos. Perdón para Cartabia y Ghilas para dar un paso al frente. Pero que nadie se lleve a engaños. El Córdoba sólo pudo jugar lo que le dejó un Atlético que salió con la cabeza puesta en siguientes compromisos mucho más exigentes. Con todo, el primer disparo entre los tres palos local, la primera parada de Oblak, no llegó hasta el minuto 60, pero el esloveno atajó bien. Ni siquiera ese intento, ni una intentona de Ghilas en el área posterior que tapó la zaga, frenaron a una grada que volvió con más fuerza aún pidiendo responsabilidades. Quedaba un mundo, pero había quien ya había decidido que las colas en El Arenal no le pillaban esta vez. Con todo, esos minutos bastaron para lavar la imagen de un equipo moribundo que, aún así, pudo entrar en el partido con un latigazo de Bebé que rozó el larguero y un cabezazo de Crespo que sacó de la mismísima escuadra el meta colchonero. Nadie sabe qué hubiera pasado entonces, aunque las sensaciones de superioridad y confianza de uno y otro equipo invitaban a dibujar un escenario que a más de uno le hubiera hecho más daño aún. Al final, Juan Carlos evitó el tercero a testarazo de Godín. Hubiera sido muy cruel, aunque a fin de cuentas, la historia ya parece escrita. Ahora sólo queda pedir acabar lo mejor posible, tirando de vergüenza y hombría. Qué menos. 

 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios