Real Sociedad - córdoba · la crónica

No se rían de nosotros (3-1)

  • La lamentable actuación de Velasco Carballo, que rompió el partido con una rigurosísima roja a Pantic a los 6 minutos, acaba con un Córdoba serio y voluntarioso que mereció más.

Salvo milagro, el Córdoba jugará la próxima temporada en Segunda División. Es una realidad dura que quien más y quien menos ya tiene asimilada, pues la racha de diez jornadas sin ganar y nueve derrotas consecutivas pesa como una losa en el colista, que sigue con la permanencia a siete puntos cuando apenas resta una decena de fechas. Pero esa situación no es óbice para que nadie meta la mano en el bolsillo del cordobesismo como ayer lo hizo en Anoeta Velasco Carballo. El que se supone que es uno de los mejores árbitros del mundo -estuvo a punto de pitar la final en la cita de Brasil de hace un año- copó el protagonismo en el estreno de José Antonio Romero en el banquillo maltratando desde el inicio y hasta el final, incluso con sorna, al conjunto blanquiverde. Un equipo que recuperó la actitud perdida tiempo atrás y dio la cara en todo momento tirando de voluntad y orgullo, mereciendo más a pesar de jugar en inferioridad numérica desde el minuto seis. La rigurosísima expulsión de Pantic, que no resta demérito a su clamoroso error, no impidió a los cordobesistas adelantarse e, incluso, acariciar el 0-2; falló y, aunque el empate al filo de la media hora pareció definitivo, el equipo logró seguir en pie hasta el cuarto de hora final, cuando encajó dos nuevos goles adornados por dos rojas más que completaron el esperpento arbitral. Esa risa burlona del colegiado madrileño que recogieron las cámaras cuando recibía el saludo final del técnico visitante fue el peor epílogo, pues pareció reflejar su satisfacción por haber ayudado a hundir un poquito más al Córdoba. Y eso, que dice muy poco de él, es motivo más que suficiente para seguir luchando por un escudo y un club que no va a permitir que nadie se ría de él en su propia cara. 

Romero apuntó en la previa que quería gente comprometida, que se dejara la piel en el campo. Y trató de encontrarla revolucionando el once con hasta seis novedades. La puesta en escena dejó ver que el cambio de cara era evidente, y no sólo por el dibujo. La actitud, lo más importante, también era otra muy diferente. El equipo no rehuía a adelantar metros, a buscar al rival, con una línea de presión adelantada y un plus de pelea en cada balón que se ponía a tiro. Sin embargo, la mano del técnico no pudo evitar dos pifias de Pantic en apenas cinco minutos, la segunda de ellas clave para el desarrollo del encuentro. La falta sobre Agirretxe, en la esquina del área, fue castigada con roja por Velasco Carballo, al que habría que haber visto en idéntica situación con alguno de los grandes como damnificado. El palo, que otras veces hubiera sido imposible de digerir, esta vez no lo fue tanto. Mientras Luso se apremiaba a calentar en la banda y Romero pedía calma a los suyos para no volverse locos con el nuevo panorama que tomaba el choque, la estrategia concedió un sostén a la autoestima blanquiverde en forma de gol. Algo parecía que estaba cambiando, la suerte no siempre puede estar en contra. 

 

El impulso de verse por delante en el marcador podía más que la inferioridad numérica. El Córdoba estaba mejor plantado sobre el verde y con las ideas más claras, lo que llevó a Romero a retrasar la reestructuración del equipo. Con eso le bastó para acariciar el segundo con dos cabezazos consecutivos de Íñigo López que encontraron respuesta en Rulli cuando los pitos afloraban desde la grada de Anoeta. Esa fue la primera vez que pudo virar de nuevo la historia del partido en clave cordobesista; para la otra ya hubo que esperar al tramo final del duelo, y fue mucho más cruel. Porque, en ese momento, el conjunto visitante ya formaba con dos líneas de cuatro por detrás de Florin, cerquita de su área, minimizando los espacios para los hombres creativos de una Real que acaparaba el balón, pero sólo aparecía por el empuje de Agirretxe. De hecho, como no podía ser de otra forma, el delantero fue el encargado de poner las tablas al sacar provecho de la enésima acción por acoso y derribo por el costado de Gunino. Todo se volvía a poner cuesta arriba, si bien el equipo mantuvo el orden suficiente para llegar al descanso con mucha vida. Pudo ser mejor, pues un latigazo de Bebé fue repelido por el larguero; pero también peor, porque Zaldua se topó con el poste y el disparo de Pardo desde la frontal, tras una nueva defensa demasiado light, salió fuera por poco. 

El Córdoba salió con la misma idea tras el intermedio, aunque Romero tardó sólo cuatro minutos en mandar a la caseta a un desdibujado Zuculini. El cambio era una declaración de intenciones valiente -Borja se situaba junto a Luso en el doble pivote para dejar el costado a Fidel-, si bien la pelota la seguía monopolizando la Real Sociedad. El partido se jugaba en el campo visitante, aunque ese acoso local no se traducía en ocasiones claras, que sí llegadas continuas. Todo lo contrario de lo que provocaban las salidas cordobesistas: Bebé, mucho más activo y asociativo que otras veces, lo probó desde lejos antes de dibujar un pase entre líneas que Florin no alcanzó por milímetros. Luso también lo intentó a la salida de un córner. El partido, aunque con un decorado complicado, estaba dibujando un equipo combativo y voluntarioso, lo poco que se le venía demandando en las últimas semanas. El esfuerzo del colectivo era mayúsculo, por lo que poco a poco las posesiones intentaron alargarse para sufrir menos. 

La Real, empujada por las circunstancias, dio un paso al frente con la entrada de Vela. Pero eso le descuidó en un ataque que provocó una contra cuatro para tres que no acertó a culminar Bebé. El rechazo le cayó a Borja García, que en su intento de jugarla, perdió el balón y originó un transición letal que puso el 2-1. Ahora sí que estaba todo cuesta arriba. Quedaba un cuarto de hora y el peor de los escenarios posibles aparecía ante los ojos de un equipo minado, además, por las decisiones, en forma de tarjetas, de Velasco Carballo, que no quiso renunciar a su cuota de protagonismo ya en los minutos finales. Primero expulsó a Íñigo por una falta clara -la primera es la que se pudo ahorrar- y ya en el tiempo extra mandó a la caseta a Pinillos, que sólo se quejaba -los insultos sobraron- de una clara infracción que dio paso al definitivo 3-1. Parece que es muy fácil pitar al colista, aunque habrá que ver también si es que el nivel del colegiado mundialista da para estar en la élite. Su valoración llegará a final de temporada, momento en el que también habrá que cerrar el examen a un Córdoba que, en caso de morir, quiere hacerlo con la cabeza alta y sin permitir que nadie se burle a su costa.

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