El primer hacedor de palabras que vivió del oficio de escritor
Cordobeses en la historia
Juan de Mena tuvo unos orígenes confusos, marcó un brillante camino en las letras y formó, con Jorge Manrique y el Marqués de Santillana, el triunvirato de la Literatura del siglo XV


LOS orígenes de este poeta cordobés aparecen tan oscuros como los años en que se fecha su nacimiento, 1411, un año en que la ciudad veía desvanecerse las llamadas desde los alminares y las sinagogas, mientras viernes y sábados se rezaba ya en clandestinidad y maduraba el sentimiento de intolerancia que ahora tenía cabida. Unos aseguran que la familia de Juan de Mena era de cristianos nuevos, otros sitúan al padre como regidor de Córdoba, y también dicen que el niño nació pobre y creció en desamparo. Coinciden, sin embargo, en su pronta orfandad y vuelven a disentir respecto a que pudo ser adoptado por unos parientes o quedar abandonado. Sea como fuere, el acceso al estudio en su ciudad natal se produce tardíamente, con 20 años. Con 23 marcha a la Universidad de Salamanca, donde se gradúa en Artes, y a los 30 años habría entrado en contacto con Torquemada. El inquisidor había cumplido ya su periplo por París y Nuremberg, y estaba dispuesto para marcharse a Florencia. Juan le acompañó a Italia, de donde volvió en 1443 para acomodarse en la Corte.
Al llegar a ella debía tener bien aprendida la política vaticana, dado que entabló amistad -que siempre mantuvo- con Iñigo López de Mendoza (Marqués de Santillana) y Álvaro de Luna, acérrimos enemigos. Sería este último el encargado de introducirlo allí como secretario de cartas latinas y cronista de Juan II, después que el cordobés le dedicara al monarca su obra cumbre, Laberinto de Fortuna, conocido igualmente por Las trescientas.
La protección de Álvaro de Luna fue decisiva. Este mecenas había entrado en palacio como paje a través de su tío Pedro, arzobispo de Toledo, convirtiéndose pronto en el mejor amigo del pequeño príncipe, 25 años más joven que él. A Juan II le faltó tiempo para convertir en consejero a quien, hasta su llegada al trono, había sido su criado. Juan de Mena debió encontrar también en la poesía y la prosa de Álvaro los mimbres que apuntaban ya al Renacimiento.
En Ideales políticos de Juan de Mena, señala José Luís Bermejo Cabrero el amor a la patria que destila su Laberinto de Fortuna, y el afecto al paisanaje evidente en el llanto por la muerte de Enrique de Villena, "el nigromántico": "Honra de España, y del siglo presente./O incluyo, Sabio, Autor muy siente,/…Porque Castilla perdió tal tesoro". Con estos versos, dice el catedrático en Políticas y Sociología, "se inauguran así los lloros por España que tanta importancia cobrarán en algún momento de nuestra Historia". Concluye asimismo en que el cordobés se volcó a través de su obra en elogios al rey. En las coplas inspiradas en la batalla de Olmedo desea la muerte a los traidores a la corona, y en otros pasajes aparecen términos como "Príncipe bueno", "Rey mucho justo" o excelente y magnífico. Respondía en estos términos a su obligación de tomar partido a favor de Juan II frente a la nobleza contestataria; por lo que sostiene Bermejo: "Su nombre no debe olvidarse a la hora de hacer una exposición de ideas políticas".
El poeta y cronista no perdió nunca el contacto con su ciudad, de tal manera que mantuvo paralelo a su trabajo en la Corte el de Caballero Veinticuatro, cargo éste, de regidor de la ciudad, que algunos autores suponen ostentó también el padre. Córdoba le inspiró bellísimas estrofas cuyo contenido justifica por sí solo que Juan de Mena haya sido catalogado, junto a Manrique y al Marqués de Santillana, la voz poética más distinguida del siglo XV: "Puesto que digan de mí,/porque en Córdova nací,/ que en loor suplo sus menguas,/callen, callen malas lenguas,/pues se sabe ser así". Y aunque su obra, que bebe de Lucano, Virgilio y Dante, se divida entre lo popular y lo culto, en ambas vertientes se adivina cómo allana el camino a Luis de Góngora, con las excepcionales consecuencias que ello supone para las Letras universales y atemporales. También se adelanta a las batallas literarias de don Luis y Quevedo en unos versos dedicados a Iñigo Ortiz de Estúñiga, que quiso apropiarse la autoría de sus Coplas de la Panadera: "Iñigo, no mariscal,/capitán de la porquera,/más liviano que cendal/ni que flor de ensordadera".
En lo personal, es posible que fueran varios sus matrimonios; el primero con una hermana de García y Lope de Vaca, según se apunta en Córdoba de Gever, que deja igualmente constancia de un segundo enlace, siendo ya mayor, con Marina Méndez. Son datos confusos, según los autores de esta biografía, que sólo dan por cierta la ausencia de descendencia.
En 1862 la calle del Hilete, que respondía a la elaboración del alambre para la filigrana, pasó a llamarse Juan de Mena. Refiriéndose a este hecho dice el autor de los Paseos por Córdoba que "hubo una verdadera manía en mudar los nombres a las calles, y le dedicaron ésta a aquel célebre poeta". Murió en el año 1456 en Torrelaguna, pagó su sepulcro en la iglesia de San Francisco el Marqués de Santillana, y aunque se quejaba don Teodomiro de que "nadie se haya ocupado de gestionar su traslado a su patria", sí que se llevaron sus restos a Madrid en el siglo XIX.
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