Cordobeses en la historia

El maestro multidisciplinar que catapultó Artes y Oficios

  • Dionisio Ortiz Juárez transformó la Escuela El Dibujo en Artes y Oficios, fue doctor en Filosofía, maestro en todas las materias y legó un impagable fondo documental y patrimonial a la ciudad

EN el albor del siglo XX, el cordobés Dionisio Ortiz Rivas recaló en tierras estepeñas buscando el de una joven. En la penumbra, la reja y los galanteos al uso, juró amor y compromiso a quien, a la luz del día, resultó ser hermana de su amada. Pero como el aparejador era hombre de palabra, no se desdijo y convirtió en esposa, a la que hubiera preferido como cuñada: María Dolores Juárez Machuca. El matrimonio, asentado en hondas raíces religioso-católicas, se instaló en la conocida Escuela El Dibujo de la calle del Sol, donde era profesor de Matemáticas. Allí nació, el 7 de octubre de 1913, el primero de sus ocho hijos, Dionisio Ortiz Juárez. Como a sus hermanos, le bautizaron en la iglesia de Santiago y en su casa-escuela aprendió las primeras letras. Al llegar al Bachiller en los Salesianos, ya era conocido entre los suyos como El buen Dioni, destacando en las Artes Plásticas, herencia de su abuelo paterno, profesor de Dibujo del Góngora. En 1936 terminó Magisterio; en el 42 se licenció en Filosofía y Letras en Sevilla y, años más tarde, se doctoró, basando su tesis en los Punzones de la Platería Cordobesa o el considerado mejor estudio sobre éste arte de los siglos XVI al XX.

El 7 de junio de 1943 se casó con Catalina Delgado Susín, ceutí e hija de una peñarriblense y de un militar manchego, que estudió primero Enfermería, ejerció durante la Guerra Civil, y se diplomó luego en Magisterio. Como delegada femenina del SEU, coincidió con su colega masculino y pusieron su primera casa dentro del Colegio Cervantes de la Compañía, entonces Cultura Española. Allí nace el primero de sus siete hijos, Dionisio Ortiz Delgado, y desde allí se trasladan a Écija, donde imparte sus primeras clases de alemán y nacen otros dos hijos.

En 1947 regresan con Ginés, María Asunción y Fuensanta pequeños, a los que seguirían Rafael, Catalina y María Victoria y un trabajo de 11 ó 12 horas de docencia del maestro, mientras el sueño de Catalina de licenciarse en Medicina o alcanzar la Judicatura iba languideciendo. Recuerda su hijo Dionisio el peregrinar de entonces por sus diferentes domicilios familiares: a solas con el padre y los abuelos, con la madre y los chicos en Écija; juntos ya, en la calle Siete de Mayo, o en la Huerta de la Reina, y la casa definitiva y propia de Cañero. Y recuerda el trasiego del padre del Calasancio a una escuela de las afueras; de los Salesianos a las Francesas, a las clases particulares o a la Academia Hispana -que encaraba el teatro Duque de Rivas- con Ricardo Molina o José López Barcia. "Eran jornadas interminables de Matemáticas, Alemán, Filosofía, Geografía, Latín, Química o Literatura o un curso monográfico sobre Góngora para alumnos de PREU…", dice el hijo, evocando la maestría para el dibujo y la talla. El premio del cartel de Feria de 1957 se invirtió en camas individuales para los dos chicos mayores; el aprendizaje radiofónico por correspondencia; la habilidad en los moldes de sus punzones con pasta de dentistas, las cualidades de fotógrafo y revelado o los compuestos de droguería para fabricar tinta "que consumía por litros, porque la máquina de escribir no entró en casa hasta los 60". Para entonces la situación económico-laboral comenzó a oxigenarse.

En 1959 Dionisio Ortiz Juárez entró como interino en la Escuela de Arte y Oficios donde había nacido, y el 27 de diciembre de 1963 aprobó, con el número 1 en Madrid, las oposiciones de Profesor de Término. Su cátedra de Historia del Arte no le apartó de clases particulares, colaboraciones en prensa, catálogos, libros y boletines como académico en San Fernando de Madrid, Santa Isabel de Hungría de Sevilla, de Córdoba o Écija, a partir de 1971. Estas facetas eclipsan quizá otras desconocidas, y no menos intensas, como las de dinamizador cultural vocacional. En Cañero hacía confluir verbenas y orquestillas con conferencias de Rafael de la Hoz, peroles con conciertos de guitarra y música clásica, sin dejar de lado las visitas guiadas a Medina Azahara o la Mezquita.

Lejos de los ambientes populares nos legó eventos y exposiciones, como la histórica sobre la orfebrería cordobesa (Diputación, 1973) de casi 300 piezas, profanas y religiosas, y catálogo con texto y fotografías propias.

En 1965 había asumido la dirección de la Escuela El Dibujo que le vio nacer, abandonada por la Administración y ocupada incluso por ratas. En 1968, tras lograr la ampliación a la plaza de la Trinidad, se vuelca en reabrir la de Santiago y comienzan sus viajes a Madrid, a veces en compañía de primeras autoridades, Julio Anguita entre ellos. El 7 de octubre de 1983, una Lección Magistral de Dionisio Ortiz Juárez pone en funcionamiento la Sección Delegada de la Escuela de Arte de la calle del Sol que hoy lleva su nombre. Fue también su despedida de la docencia, de su casa y su Escuela. A partir de entonces, se dedicó de lleno a un estudio, iniciado en los años 60, sobre la Capilla Real de la Mezquita, la joya que, como a su amigo Manuel Ocaña, le obsesionó.

El trabajo de investigación apostaba por el origen almohade de esta pieza y, por tanto, anterior a la llegada católica. Estaba próximo a cumplir los 70 años y llamaba la atención su decisión y habilidad para encaramarse por entre los andamios, escaleras y tejados de la vieja Aljama. Cuando murió, el 20 de diciembre de 1986, su gran frustración era ese último trabajo inconcluso e inédito, y su mayor esperanza que algún joven recoja el testigo.

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