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El calor aprieta, en ocasiones con máximas de 40 grados centígrados, pero quienes estos días se decidan a dar un paseo por Córdoba tendrán la posibilidad de refrescarse en las muchas fuentes históricas y monumentales que sobreviven intactas en el casco histórico. Zambullirse en ellas no está permitido, pero sentarse a su lado, escuchar el sonido del agua y refrescarse las manos y la cabeza es un auténtico placer.
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La fuente de la plaza de las Tendillas se creó en el año 1970 en forma de U presentando su abertura hacia la calle Gondomar, de acuerdo al proyecto realizado por el arquitecto Carlos Font. En 1980 se ajardinó su perímetro y en el año 1999 se culminó una remodelación completa de la plaza. En aquella renovación, la fuente se sustituyó por otra nueva formada por una base interior de mármol negro y rebosadero curvado desde el que se desliza el agua y cae a un recinto exterior de forma poligonal realizado en mármol gris. La fuente sirve de soporte para la escultura ecuestre del Gran Capitán, de la que se cuenta que tiene la cabeza del primer Califa del Toreo, Rafael Molina Sánchez, conocido como Lagartijo. A su alrededor, hay juegos de agua que alivian a los turistas y a los cordobeses y que es un clásico en los veranos de la ciudad.
En el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral, abierto en las horas centrales del día y de acceso gratuito, hay varias fuentes monumentales. La central es la de Santa María, donde antaño los fieles musulmanes realizaban sus abluciones. Situada al pie de la torre y de estética barroca, en otros tiempos, mujeres de todos los barrios iban allí a llenar sus cántaros de agua, en especial, de la del caño del olivo, donde se puede apreciar un mayor desgaste de la piedra. A sus pies se levanta, mirando desde el tiempo, el olivo centenario que da nombre al famoso caño. Monumental fuente barroca de la segunda mitad del siglo XVII cuyo estilo denota influencias arquitectónicas de la época, como su pilón de forma rectangular, construida en piedra negra con cuatro artísticos pilares en sus ángulos y un caño en cada uno.
Es creencia popular que esta fuente se ubicó en su origen en la plaza de la Corredera, hasta que, estorbando en las corridas de toros que allí se celebraban, la trasladaron a la puerta del Palacio del Vizconde de Miranda, donde hoy la encontramos. Posiblemente su construcción date del siglo XVII. De planta rectangular, en sus lados menores se alzan dos sólidos pilares, rematados por pináculos piramidales, que alojan los caños de bronce que surten de líquido elemento a este oasis.
Cerca de la iglesia de San Andrés se abre la pequeña plaza del mismo nombre, lugar centrado por esta hermosa fuente barroca. Cuatro son los caños que precipitan el agua sobre la taza superior. De ésta vuelven a surgir para derramarse al pilón octogonal que sirve de base. Según los datos encontrados, fue realizada en 1664 para la plaza del Salvador, trasladándose dos siglos más tarde a su emplazamiento actual. Hasta 1813 estuvo coronada por el escudo del imperio francés, el águila, el cual fue destruido por borrar el recuerdo de Napoleón Bonaparte.
Frente a la iglesia de los Padres de Gracia, en la plaza conocida como El Alpargate, se levanta esta fenomenal fuente de manufactura barroca y de influencia incierta, tal vez incaica. Data de 1870. Su ubicación original fue en Puerta Nueva y, según la leyenda popular, los gastos fueron sufragados con los beneficios de tres corridas de toros. Es una fuente de tipo pilón con curvas en sus laterales. Mantiene tres pilares, dos en los extremos y otro central, siendo rematados por pináculos. En su basamento tiene un relieve con el escudo de Córdoba.
Se trata de una fuente neobarroca de granito negro pulido de Los Arenales que culmina los 32 peldaños de la escalinata de la Cuesta del Bailio. Fue diseñada en 1944 por el arquitecto municipal Víctor Escribano Ucelay. La fuente toma un rol protagonista de noche no solamente por la musicalidad que aporta durante el día sino además también por los reflejos en la encalada pared blanca que tiene justo detrás. La Cuesta del Bailío era uno de los accesos antiguos que comunicaba las dos zonas amuralladas de Córdoba.
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