Crímenes y leyendas: la ruta por Córdoba para los amantes del misterio
La Torre de la Malmuerta, la calle Cabezas o la Mezquita-Catedral son algunas de las paradas en este recorrido capaz de helar la sangre a cualquiera
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Leyendas y relatos escalofriantes salpican la historia de Córdoba. Una ciudad perfecta para acometer una ruta por las calles, monumentos y rincones que albergaron capítulos realmente oscuros e inquientantes. La primera parada es la Cruz del Cautivo de la Mezquita-Catedral de Córdoba. El primero es una curiosa talla, en forma de cruz, inserta en una de las columnas de la Mezquita. Poco se sabe sobre quién o cuándo pudo hacerla. Según reza la leyenda, un joven cristiano se enamoró de una mujer musulmana. Se decidió a pedirle matrimonio y ella aceptó, con la promesa de que se convertiría al cristianismo. Sin embargo, la misma noche en que la chica iba a ser bautizada, fue interceptada por unos soldados que la asesinaron y tiraron su cuerpo al río.
Poco después también capturaron al joven y lo encadenaron a una columna de la Mezquita. Y durante su cautiverio oradó con su uña pacientemente la forma de la cruz como símbolo de su fe.
En los alrededores de la famosa Plaza de Colón de Córdoba se encuentra la Torre de la Malmuerta, una torre albarrana que es famosa por la trágica leyenda que la envuelve. La tradición segura que debe su nombre a la muerte de una noble dama cordobesa a manos de su marido celoso.
También conocida como leyenda de los comendadores de Córdoba, está basada en un hecho histórico ocurrido en 1448 en la capital. El drama tiene como protagonista a Fernando Alfonso de Córdoba, quién dio muerte a su esposa, Beatriz de Hinestrosa, y a su supuesto amante, Jorge de Córdoba y Solier, comendador de Cabeza del Buey. En esta historia también resultó muerto Fernando Alfonso de Córdoba y Solier, hermano del anterior y comendador de Moral. Ambos hermanos eran caballeros de la Orden de Calatrava y primos de del celoso marido.
Parece ser que Fernando Alfonso de Córdoba mató a su esposa y al descubrir que ésta no le había sido infiel, se mostró arrepentido y solicitó perdón al rey Juan II de Castilla. El monarca -según reza la leyenda-le mandó erigir en Córdoba una torrea a modo de expiación por su crimen.
Sin embargo, la fecha de su construcción no cuadra en modo alguno con la que reza en el truculento relato. La Torre de la Malmuerta fue construida entre 1404 y 1408, coincidiendo con el reinado de Enrique III de Castilla. El protagonista de este oscuro capítulo, Fernando Alfonso de Córdoba, murió en Córdoba en 1478 y sus restos recibieron sepultura en la capilla de San Antonio Abad de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Allí también fue enterrada los de su segunda esposa, Constanza de Baeza y Haro.
Pero a falta de una, hay otra leyenda, propia de los relatos más fantasiosos que asegura que si un jinete, pasando bajo el arco de la torre al galope es capaz de leer toda la inscripción, inmediatamente la torre caería y saldría de sus entrañas un increíble tesoro que debería quedarse.
Los desdichados Infantes de Lara
Del Arco del Portillo parte esta estrecha callejuela a la que se asoma la torre fortaleza de la Casa de los Marqueses del Carpio. Su nombre proviene de leyenda que ubicaba en dicha vía la residencia en Córdoba de Gonzalo Gustioz, padre de los siete infantes de Lara.
Según reza las crónicas medievales, fue aquí donde le presentaron las siete cabezas de sus hijos durante un banquete. Pero este es sólo el desenlace de una historia de vendettas entre familias que tuvo lugar en el siglo X y que arranca en la boda de Ruy Velázquez y doña Lambra, cuñados de Gonzalo Gustioz.
Durante la celebración tuvo lugar un enfrentamiento entre la familia de la novia y los Infantes de Lara. Fue Gonzalillo, el benjamín de los Infantes, quien mató por accidente a Álvar Sánchez, primo de la novia.
Pasado el tiempo, doña Lambra pudo ver en paños menores a Gonzalillo mientras se bañaba y lo interpretó como una ofensa. Esto sumado a la muerte de su primo incrementó su sed de venganza y mandó a un criado que le tirase un pepino relleno de sangre.
El menor de los Infantes de Lara reaccionó dando muerte al criado. A partir de ahí doña Lambra y su esposo idearon una venganza por todo lo alto. Convencieron a Gonzalo Gustioz para que viajase a Córdoba con el cometido de hacer entrega a Almanzor de una misiva. Escrita es árabe, contenía un mensaje muy claro: "Mate al portador".
Sin embargo, Almanzor no ejecutó el mensaje sino que lo encerró en la prisión de la actual Casa de las Cabezas. Simultáneamente, doña Lambra y su esposo, de quien eran vasallos los Infantes de Lara los enviaron a una muerte segura. Los muchachos cayeron en una emboscada musulmana en los campos de Soria. En efecto, los enemigos los asesinaron y decapitaron.
Pero el plan no acababa aquí, sino que se dispuso que las siete testas de los Infantes fueran enviadas a Córdoba y le fuesen mostradas a su padre en bandeja de plata. Ciertamente no hay constancia de que se cumpliera esta última voluntad, si bien hay grabados que muestran a Almanzor entregando el macabro envío -sobre una tela o alfombra- a su destinatario.
Sea como fuere, los relatos más oscuros aseguran que como trofeos, las cabezas fueron expuestas sobre los siete arquillos del callejón morisco de la Casa de las Cabezas, una cabeza por cada arco. Y que Gonzalo Gustioz debió contemplar con espanto las cabezas decapitadas de sus siete vástagos.
En nombre de Dios
El pasado de la Plaza de la Corredera también es la suma de un torrente infinito de anécdotas y... ¡no todas felices! Se cree levantada sobre el antiguo Circo Romano de la ciudad. Es mucho más que un lugar de encuentro de cordobeses y turistas que atestan los veladores de los numerosos establecimientos ubicados en sus soportales.
La actual construcción porticada data del siglo XVII (1683). Concretamente es un diseño del arquitecto Antonio Ramos Valdés -a instancias del corregidor Francisco Ronquillo Briceño- pero hay evidencias de que en el siglo XIV fue una plaza irregular.
El nombre le viene dado por otro de sus usos pretéritos, ya que acogió corridas de toros. También fue uno de los lugares destinados en Córdoba durante la Inquisición a los temidos autos de fe y ejecuciones. Según los datos existentes, la última ejecución llevada a cabo tuvo lugar en 1838.
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