balance de la feria de nuestra señora de la salud

Una cita impropia del centenario del IV Califa

  • Las dos puertas grandes de la feria taurina de la edición 2017 -las de Enrique Ponce y Lea Vicens- no tapan sus carencias tanto organizativas como artísticas

Terminó la feria taurina de 2017, la que pudo ser grande para así conmemorar el centenario del nacimiento de Manolete, una cita con la tauromaquia que debía de haber estado acorde con esa efemérides y no dejarla pasar de largo, como finalmente hizo. Sólo quedará de esta cita un leve recuerdo, cuando de haber apostado por ella y haberle dedicado un poco de trabajo, tal vez hubiera quedado grabada en la memoria. Y es que sus dos puertas grandes no tapan sus carencias tanto organizativas como artísticas. Ha sido una feria exigua, corta y con mucho de improvisación en su confección, y la tardanza en la presentación de sus combinaciones dan fe de ello, razones todas ellas que han influido para que este ciclo haya sido uno más.

Córdoba siempre fue plaza de tres o cuatro corridas de toros, lo más, en la feria de mayo. Las hemerotecas así nos lo demuestran. No fue hasta la década de los noventa del pasado siglo cuando aquella revolución que supuso la aparición de Finito de Córdoba llevó a organizar un abono poco natural para lo que la ciudad podía soportar. Dejar la feria de mayo con tres corridas de toros no sería un paso atrás, siempre y cuando se celebrasen espectáculos taurinos en otras fechas de la temporada. Sobre todo enfocados a la puesta en valor de nuevos valores en novilladas, ya sea con picadores, o sin ellos, así como becerradas. Esto sería preciso para no tener la obligación de incluir novilladas sin picadores en el abono de feria.

Dos corridas de toros se celebraron en la edición. Las dos marcadas por el mismo tenor: espadas con muchos años de alternativa, casos de Ponce, Finito, Morante y Manzanares, así como un renovado Cayetano, y la novedad del peruano Roca Rey. Por orden de antigüedad destacó la magistral puesta en escena de un Ponce rejuvenecido, que desplegó sus conocimientos y personal tauromaquia el sábado de feria, en una actuación del gusto del respetable que le premió con dos orejas, que le permitieron abrir de par en par la Puerta de Los Califas. Nada que objetar a Enrique Ponce, si bien su toreo, y esto no es nuevo, tuvo más de conocimientos, técnica y oficio que de profundidad y ortodoxia. Finito de Córdoba estuvo en su línea: empaque, torería y entrega. No tuvo suerte, pues no tuvo enemigo acorde a su personal tauromaquia. La espada -esto tampoco es novedad- le privó de cortar algún trofeo, concretamente en el primero de su lote. Morante de la Puebla se anunció con los toros de Zalduendo, craso error por su parte, y no pudo nada más que dejar pinceladas sueltas de su personal barroquismo de la escuela sevillana. Inhibido en su segundo, al que no quiso ni ver, se ganó una bronca monumental, pero su personalidad es tal que cuando cruzaba el ruedo para marcharse al finalizar el festejo, a pesar de los gritos, no perdió jamás su estampa torera. José María Manzanares lo intentó por activa y pasiva con sus dos enemigos. Su oficio tapó las carencias de toros descastados que le impidieron lucir sus cualidades. Certero con los aceros. Su primera estocada puede ser la de la feria, o mejor dicho, de muchas ferias. Una lección para repetir en las escuelas taurinas de lo que es un volapié. El menor de los Rivera compareció tras algunos años de ausencia en Córdoba. Sus actuaciones en Sevilla y Jerez le avalaban el buen momento que parece atravesar. En el coso de Ciudad Jardín estuvo entregado, queriendo lucir en todo momento y agradar al público. En su debe, la falta de ajuste en sus trasteos fue nota dominante, aún así paseo una oreja del sexto de la tarde del sábado. El único joven emergente que se anunció en el abono fue Andrés Roca Rey, quien también cortó un apéndice el viernes. El limeño mostró en Córdoba los avales que le han hecho colocarse en los primeros puestos del escalafón en breve tiempo. Valor, valor, valor. Roca Rey es valiente a más no poder. Eso, unido a las ganas por abrirse paso, hace que difícilmente defraude al espectador. No tuvo material propicio para un triunfo rotundo, pero aún así dejó abierta a una posible repetición en años sucesivos.

Los toros anunciados en la pasada feria pertenecían al encaste mayoritario hoy de la cabaña de bravo, representado en las ganaderías de Zalduendo y Juan Pedro Domecq. Toros vacíos por dentro, sobre todo los jugados el viernes, y justos de presentación en líneas generales. Es la lacra del toro de hoy y que, de no cambiar, seguirá echando a muchos aficionados de las plazas. Córdoba debe buscar su prototipo de toro, así como ganaderías que garanticen un espectáculo dinámico. Es otra de las asignaturas pendientes de Córdoba, el encontrar un toro acorde a su categoría e historia, debiendo de abrir el abanico de unas ganaderías hacía otras.

La corrida del arte de rejoneo no falta desde hace años en el abono. Incomprensible la pobre entrada que registró la plaza cuando no hace tanto era uno de los festejos que salvaban el abono en el apartado económico. Hoy, el rejoneo, salvo contadas excepciones, no es más que una exhibición de arte ecuestre, que es mucho más valorado que el toreo en sí. Precisamente por eso Lea Vicens abrió la puerta califal, mientras el toreo lo puso el estellés Pablo Hermoso de Mendoza y el joven Moura aportó el particular rejoneo portugués. Y de la novillada sin picadores que abrió la feria poco que decir. Incomprensible la inclusión de uno de estos festejos en detrimento de uno con picadores, máxime cuando Córdoba tiene un novillero, Lagartijo, que puede devolver la ilusión a una afición que pasa, como la plaza, por un delicado momento.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios