Toros

En el centenario de Pepe Luis Vázquez

  • Pepe Luis Vázquez fue uno de los toreros más importantes del pasado siglo, aunque sólo estuvo en activo 14 años

  • Diversos actos lo recuerdan en el centenario de su nacimiento

Pepe Luis Vázquez en el patio de cuadrillas de Las Ventas, en 1959. Pepe Luis Vázquez en el patio de cuadrillas de Las Ventas, en 1959.

Pepe Luis Vázquez en el patio de cuadrillas de Las Ventas, en 1959. / efe

El Ayuntamiento de Sevilla, conmemorando el centenario del nacimiento de Pepe Luis (en Sevilla, basta decir Pepe Luis para referirse a Pepe Luis Vázquez Garcés, el gran torero del barrio de San Bernardo) ha organizado una exposición en su memoria en el salón de plenos municipal. Me congratulo de la iniciativa. En el toreo, aparte de la difusión por los medios de comunicación, especialmente la televisión, el acercamiento del público al toro es fundamental. Es especialmente loable en este sentido las jornadas de puertas abiertas que se vienen realizando por la empresa Pagés, si bien este aficionado sigue añorando la presentación que antaño se hacía de las corridas en la venta de Antequera.

Pepe Luis tomó la alternativa en su querida Sevilla un día tan sevillano como el de la Virgen del año 1940, retirándose al inicio de la temporada del 53 para poner así fin a su carrera taurina, salvo una fugaz reaparición en 1959. Estamos hablando, por tanto, de un torero que estuvo en activo sólo catorce años, en los que compitió con todas las figuras de la época, si bien nunca lideró el escalafón y que, pese a ello, si le preguntas a cualquier aficionado seguro que lo tendrá entre los toreros más importantes del siglo pasado. Hemos de preguntarnos, por tanto, cuáles han sido las causas de tal consideración.

En primer lugar, Pepe Luis es de los toreros que han reunido un mayor conocimiento del toro y su comportamiento. Conocimiento que adquirió, unido a su natural inteligencia, en el matadero sevillano donde su padre trabajaba y él dio sus primeros pases, aprendiendo allí frente al ganado de desecho o de media casta los comportamientos, las querencias, los terrenos o distancias necesarios para provocar la embestida del toro. Él mismo, ya retirado, rememoró muchas veces aquella época e insistía en la importancia de conocer al toro y su comportamiento sin cuyo conocimiento, llegó a decir, es imposible desarrollar el toreo.

Entronca así con la herencia gallista, el toreo como ciencia, hasta el punto de que Marcial Lalanda afirmaría que, después de Joselito, era el torero que había conocido con mayor conocimiento del toro y la lidia. Añadía el bueno de Marcial una diferencia: José aunaba conocimiento y valor, pero carecía de arte, mientras que, por el contrario, Pepe Luis aunaba conocimiento y arte, pero carecía de valor, de ahí su dejadez o abulia ante el toro que, en su expresión, no se prestaba.

En segundo lugar, Pepe Luis heredó de Rafael el Gallo, y sobre todo de su admirado Chicuelo, todo el amplio repertorio, tanto con el capote como con la muleta, que hoy se consideran intrínsecos del toreo sevillano. Chicuelinas, largas, recortes, galleos, kikirikís, trincherazos, el pase del desprecio o el pase cambiado con la muleta plegada al que los aficionados sevillanos bautizaron como el "cartucho de pescao" alcanzaron con él la máxima expresión.

Sería un error, no obstante, limitar la figura de Pepe Luis al adorno, el remate o a la gracia, tan sevillana por otro lado. Como dijo José María de Cossío, la importancia de Pepe Luis fue más allá. Su secreto fue infundir profundidad a la gracia y hacer densa la espuma. Y es aquí donde encontramos la tercera clave de su toreo: naturalidad, profundidad y clasicismo. Naturalidad en la forma y manera de hacer las suertes: ausencia de tensión, relajación de la figura, suavidad y mimo en la forma de coger los engaños, siempre cogidos, como Chicuelo, con la yema de los dedos. En expresión certera de algún crítico de la época, toreaba paseando igual que en su casa.

Fue por otro lado un torero clásico en la manera de ejecutar las suertes. En el toreo está todo inventado, solía decir. Gustaba de dar distancia al toro, adelantando la muleta en el embroque para así alargar la suerte, siempre al pitón contrario y cargando la suerte, ya fuese toreando a pies juntos o con el compás abierto, siempre dando el pecho. Y como todos los toreros tras Belmonte, del que era ferviente admirador, bajando la mano para así ganar más profundidad, hondura y mando.

Pudo ser, por la forma tan distinta de concebir y ejecutar el toreo, el contrapeso natural de Manolete. El mismo Manolete así lo admitió cuando, viendo un día torear a Pepe Luis, con alivio y a la vez emoción, dijo: "Si éste torease así todos los días, nos mandaba a los demás a los albañiles". No fue así, sin embargo. Manolete fue el gran torero de la posguerra sin que Pepe Luis en ningún momento, consciente de sus limitaciones, intentase quitarle o discutirle tal condición.

"Se torea como se es", dijo Rafael el Gallo, y Pepe Luis es quizás el mejor ejemplo de ello. Por conocimientos y cualidades artísticas pudo ser la figura de los años caurenta, sin embargo rehuyó serlo, y no fue por falta de valor, hay que tener mucho para torear como él lo hacía, sino posiblemente por falta de ambición. Entendía el toreo, de un lado, como una forma o manera de dar a su familia una vida mejor, y de otro, como una íntima expresión artística. No necesitaba, por tanto, mandar en el toreo, le bastaba que éste le permitiese crear y expresar y, es por eso, que sólo lo hacía cuando se daban tales circunstancias.

Una tarde de septiembre de 1951 en Valladolid, ante un toro de Villagodio, dicen que realizó la mejor faena de su carrera. El maestro, al recordar aquella tarde, cuenta cómo toreaba con la muleta en el centro del ruedo, sumido de tal forma en el toreo que estaba flotando en una nube, se había olvidado de que estaba en una plaza. No escuchaba nada, ni los oles del público ni los aplausos de sus compañeros, ni pensaba ni le importaba el triunfo, sólo su íntima satisfacción. Estaba abstraído y ausente y sólo volvió a la realidad cuando, ya muerto el toro, exhausto, volvió al callejón y sus compañeros de terna, Luis Miguel, Manolo González y Litri, se abrazaron a él emocionados por lo que habían visto. Así era Pepe Luis, y así era su toreo.

Ya retirado, Pepe Luis, siempre sencillo, discreto y prudente representó para nosotros, jóvenes aficionados, el recuerdo o la nostalgia del mejor toreo. Por razones de edad quien esto escribe no lo vio torear, aunque a veces pienso que quizás sí. Una mañana de feria su hijo José toreó como nunca he visto y posiblemente veré torear. Fueron dos series templadas y hondas con la mano izquierda, no hacen falta más cuando el toreo es bueno. Pasa el tiempo y aún me emociono al recordarlas, y estoy cada vez más convencido que ese día Pepe Luis se reencarnó en su hijo José, que toreó como sólo pueden torear los hijos de los elegidos. Y que, en su casa de Beatriz de Suabia, Pepe Luis lloró de emoción como lloramos nosotros, jóvenes y viejos aficionados, que pudimos ver en la Maestranza la expresión del toreo más puro y natural.

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