Las Ventas | Corrida de la Cultura

Paco Ureña, recital al natural

  • El diestro murciano, que contó con el mejor lote y sufrió una cogida en su primero, gana a ley su primera Puerta Grande en Las Ventas tras desorejar a un excelente toro de Victoriano del Río

  • Castella y Roca Rey, de vacío

Paco Ureña, en su salida a hombros de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid.

Paco Ureña, en su salida a hombros de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. / Fernando Alvarado / Efe

No hace ni un año perdió el ojo izquierdo por una cornada en Albacete. Hoy, tras una carrera plagada de sufrimiento, Paco Ureña alcanzó la gloria en Madrid, tras atravesar a hombros la Puerta Grande de Las Ventas después de desorejar a ley al gran toro que cerró plaza en un festejo de máxima expectación, con cartel de No hay billetes y en el que sus compañeros Sebastián Castella y Andrés Roca Rey se marcharon de vacío.

Paco Ureña, con el mejor lote, volvió loco al personal de Las Ventas. Toreó como en el patio de su casa y dio un recital de toreo al natural. Tras salir de la enfermería con las costillas machacadas entre una gran ovación y tras el cambio de turno, Ureña recibió al excelente toro que cerró plaza, bravo y noble, con unas bellas verónicas. El lorquino, con esa descarnada pureza que aporta, con las zapatillas asentadas, desgranó unos estatuarios en el inicio de la faena, en la que mantuvo el nivel altísimo, con series sensacionales con la diestra, con muletazos suaves. Un cambio de mano, un pase del desprecio y los de pecho, aderezaron la obra con la diestra. Con la izquierda aguantó lo indecible en algunos parones y dibujó naturales de todas las marcas, coreados con oles y con parte del público en pie. Naturales con el compás abierto; naturales desmayados; naturales a pies juntos; naturales de mano baja y naturales profundos y largos. La locura desatada se transmutó por arte de magia en un silencio increíble. Ureña se perfiló para matar y se tiró de verdad. Estocada. La exaltación volvió a envolver la plaza a los gritos de “¡Torero, torero, torero!”. Tardó en caer el toro y los pañuelos volaron como palomas blancas, incluidos los del presidente para premiar con dos orejas su obra.

Anteriormente, con el segundo astado, bajo, que derrochó bravura, Ureña tuvo momentos espléndidos tanto en el toreo de capa como con la muleta, pero faltó una rúbrica adecuada para conseguir un trofeo. Dio una merecida vuelta al ruedo tras petición de oreja. El murciano cuajó varias verónicas tanto en el recibo de capa como en un quite. Roca Rey dibujó chicuelinas ajustadas. Ureña replicó con excelentes verónicas. El toro, que se había entregado en varas, apretó en banderillas. Ureña comenzó su faena sentado en el estribo, lo que no le vino bien al toro, que se estrelló contra las tablas. Con la derecha fue cogido, sufriendo un testarazo tremendo en el costillar izquierdo. Le costaba un mundo respirar y aún así cogió la izquierda y logró naturales sueltos de gran calidad para matar de pinchazo y estocada desprendida. Ureña dio la vuelta al ruedo e ingresó en la enfermería.

Sebastián Castella tuvo una actuación discreta. No pasó de correcto ante el que abrió plaza, un toro bajo, cuesta arriba y corniveleto, manejable, pero sin gas, que fue protestado por su flojedad. El torero galo ganó terreno a la verónica y en la muleta, tras unos estatuarios en las rayas, realizó una labor entonada que no caló en el público.

Castella, con el cuarto, de abrochada cornamenta, que fue de inmediato a menos, logró una serie vibrante con la diestra. Ya con la izquierda se diluyó la labor, que rubricó con una estocada que produjo un feo derrame.

Andrés Roca Rey cumplió ante un mal lote. Ante el astifino y difícil tercero se mostró muy firme en una faena marcada por el mando y el dominio a un toro sin fijeza que no tragaba más de dos o tres muletazos por tanda. Faena que comenzó con estatuarios y en la que brilló especialmente en el manejo de la diestra. Mató de pinchazo y bajonazo.

Por la cogida de Ureña, se cambió el turno. Roca lidió al astifino que saltó en quinto lugar, manso e huidizo ante el que aplicó suavidad en un trasteo bien planteado y en el que faltó chispa.

Paco Ureña lloraba a su salida a hombros en su primera Puerta Grande camino de la calle de Alcalá. Ejemplo de vergüenza torera y verdad, no lo hacía por el dolor producido por sus costillas machacadas, si no por la emoción de haber alcanzado la gloria como torero.

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