Toros

Oreja para Morante de la Puebla en el festival benéfico de Huelva

Morante, durante el festival benéfico de Huelva.

Morante, durante el festival benéfico de Huelva. / Alberto Domínguez

UN gran David de Miranda triunfó sobre la tarde con el colorao de Albarreal. En ese vértice imaginario que mira no solo el paisanaje lo cierto es que el de Trigueros estuvo rotundo en toda esa puesta en escena que le exigió el buen toro de Albarreal. Dios los crea y ellos se juntan; en ese juntarse está el rescate que el triguereño le hace a la tarde cuando más desnuda de calor estaba una plaza educada pero no apasionada; pasional porque la pasión surge cuando la fortaleza de un toro amenaza la figura del torero. Este de Albarreal fue el más rotundo en su fortaleza. David lo fue en su oficio, en su valor, en la disposición para leer al toro e imponerse como lo hizo en una faena que encandila por todos esos conceptos. Porque estuvo hecho un torerazo sin resquicios por discutirle nada de todo lo bueno que hizo con conocimiento de la lidia y de las hechuras que un torero tiene que mostrar. Por eso no puede sonar vano ese legítimo triunfo de David de Miranda cuando el festejo se ha terminado y la tarde se ha llevado por delante los prolegómenos festivos y alegres de tamborileros, protocolos y los abrazos de unos a otros y de otros a unos. Ese momento en el que la realidad se queda en el albero y llega uno tras otro esos pasajes que le montan a la tarde el argumento taurino del que participó también Rafael Carbonell con un gran puyazo. Entre aplausos grandes se fue el de Huelva.

El argumento de una faena donde pudo más Morante que el animal que tuvo delante. No había repartido con equidad el de Pereda su buena clase en sus dos pitones y lo que el izquierdo negó el derecho arregló entregando al de La Puebla un manojo de embestidas llenas de esa dulce templanza de los toros bravos. Morante se apropio de esa virtud y encandiló por momentos al respetable. Suena a poco tanta fortaleza medida y ajustada a durar casi nada pero ahí le quedan a la tarde esos detalles siempre bellos de este Morante, especialmente en nada e indiscutiblemente en todo.

A Romero le duró poco el que abrió festejo. No tuvo enemigo que pusiera en jaque la potencia de una cuadra que tiene mucho sitio y poder en la plaza como demostró Farrugia, parado a tres metros del de La Rosaleda e irse a por él a robarle la cornada en el ultimo instante. Fue de lo más intenso y rotundo que Romero pudo entresacar de una condición que no estuvo nunca por entregarse del todo y que a duras penas logró lucir Fuente Rey llevando encelada esa embestida que costaba llenar de emoción por más que Andrés pusiera alma y corazón en hacer navegar la tarde. El rejón de muerte no arregló nada y en la nada se quedó la presidencia ante la petición de trofeo por parte del tendido.

Aburrieron Ortega y el de Albarreal. Los dos por igual. No por desidia, que no, sino porque no se entendieron uno a otro. El querer y el poder se quedaron en el capote del sevillano. Sentimental y pinturero cuando el percal viajó queriendo con certeza el brillo del éxito. Mas tarde las chicuelinas tuvieron son resolviendo gentilmente ese volverse rápido del utrero.

Después, en la muleta todo fue un pestiño que al precio que estaba el frío costaba digerir en buena forma. La voluntad del sevillano se reivindicó en esa estocada que quiso cobrar haciendo la suerte con pureza.Con la suerte repartida desde por la mañana la llegada del quinto de la tarde demostró que Aguado se había llevado parte de la cara amable de un encierro variado. Tuvo en este de Pereda un buen mimbre con el que enjaretar ese don tan importante en el toreo como es el temple. La estética, para explicar el toreo; el temple para hacerlo sentir. Y en eso consintió Aguado su completa actuación ante un buen toro que había cuajado con muchísima verdad y entrega de capote hasta rematarlo en plena boca de riego.

El brindis, torero. Brindis al compañero que había encendido la candela en pleno descampado de frío. Brindis de caballero. Aguado dejó ayer retazos de aquel Aguado del 'sueño de una tarde de verano' con uno de Albarreal en Colombina. Lo hizo aprovechando la largura y entrega con la que el de Pereda entregaba su bravura por el pitón diestro donde sin apretarle el animal entregó el viaje con clase y ritmo.

Aguado se atrancó después con la espada pero eso no ahonda para nada en una tarde que ya había triunfado por sí misma llevando público en muy buena medida al tendido.

A García Palacios se le fue vivo el sexto. Seguramente a más de uno de los que tenía enfrente como maestros le ha pasado en su carrera. No es una mancha; en los que empiezan es solo una circunstancia que ocurre en una tarde de toros. No determina nada y seguramente ayuda a entender lo duro que es esto y a mejorar.

El novillero hizo lo que tiene que hacer cualquiera que le brinda a una madre su toro en una plaza. Echarse de rodillas y encomendarse a Dios y al diablo y dejarse llegar una y otra vez esa embestida incansable que tuvo el eral. Después de tanta frialdad en el tendido, la Merced lo entendió.

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