Reportaje

Una boda en plena pandemia tras el diagnóstico de un tumor inoperable

  • La mujer de un atleta que fue campeón de España en medio maratón y olímpico, y que tiene un tumor cerebral grave, se sincera en este reportaje de gran valor humano

Alejandro Gómez Cabral, antes de ser diagnosticado

Alejandro Gómez Cabral, antes de ser diagnosticado

Se llama Alejandro Gómez Cabral y brega contra la adversidad tras recibir antes del último verano el diagnóstico de un tumor cerebral inoperable. En junio, cuando lo supo, se casó, en la planta en la que quedó ingresado. Su historia no es común y tampoco él mismo, por ser una leyenda viva del mejor atletismo.

La pizpireta Bianca supervisa su entreno y el afectivo señor Razel le da un abrazo, como siempre. Son dos de los canes que conviven con un deportista de alta competición, conocido como el galgo de Zamáns por sus ágiles piernas. Nació en Vigo el 11 de abril de 1967.

Con unos animales que son familia y con él, está su pareja, Paula Hernández, una mujer valiente y honrada de verbo claro y sencillo. Amablemente, atiende a Efe y detalla cómo transcurre cada jornada en su hogar.

"La lucha es más llevadera al ser conjunta y al estar rodeados de nuestros perretes. Ellos en los momentos difíciles siempre te sacan una sonrisa. Y ahí estamos, sumando días y luchando conjuntamente. Las cosas hay que afrontarlas y cuanto antes", subraya.

Nada humilla la frente ni el ánimo de esta mujer que sabe muy bien dónde reside la fuerza de la razón. "Hay momentos duros. Y muy duros. Pero mira: respiro hondo, cojo aire y vuelta a empezar. Tengo que estar lo más fuerte posible y eso intento. No es fácil, claro que no, pero ahí estamos juntos superando todos los obstáculos", cuenta. ¡Qué gran verdad!

Paula y Alejandro pasaron por la vicaría el 15 de junio de 2020, en el hospital. Por pura coincidencia, sellaron su unión tras 15 años juntos. "Acabo de caer en la cuenta de la importancia del quince", comparte Paula, que habla también por Alejandro, quien está a su lado, pues a él le cuesta ya un poco.

Con todo, Cabral hace un esfuerzo, agradece la conversación a tres, va dando aprobaciones y celebra descubrir a alguien que para él ha pasado a ser "una nueva sabia en este mundo de perros".

Ale, diminutivo cariñoso, un disciplinado y cuadriculado confeso, quería tener "todo en regla" con su compañera. Lo habían ido dejando. Hasta que este hombre poco dado a hacer planes improvisó la solución para sellar su amor sobre el papel.

En un centro médico Paula contrajo matrimonio con un fondista que se vuelve loco con las pipas, que viste veinte capas de ropa, y que utiliza gafas de avispa y botas de monte.

"Resiliencia", capacidad de superar las circunstancias traumáticas, es el consejo que más veces ha dado el Galgo, como preparador físico, a las chicas del equipo femenino de la UD Mos. Sí, de fútbol, porque Cabral, el mismo que acudió a tres juegos olímpicos (Seúl, Barcelona y Atlanta) y que posee récords de España en medio maratón y maratón, adora ese deporte.

También el canicross, una modalidad en la que participan canes y personas. Por eso, Gómez suelta con amarga ironía que sus días son "de perros". Es el asidero, el faro que encontró Cabral cuando murió su padre.

Él es el que está ahora "burlando a la parca", -el título es prestado de la novela de Josh Bazzel-, pero no siente curiosidad alguna por el destino de sus huesos.

En la dura piel del deportista hay un hombre sometido a un destino incierto. O no.

Alejandro es muy consciente de la humanidad vulnerable a la que pertenecen tanto sus semejantes como él mismo.

Su casa es un mural de trofeos. Y una caldera de emociones.

Es de los que habitan en el presente, en la línea del poeta japonés Matsuo Basho que escribió que "todos los días son viaje". Un mensaje que debería estar grabado en el frontispicio de nuestro pensamiento.

Alejandro, el hijo de Amelia, se levanta temprano. Hace su gimnasia si puede. Barra, balón y bici, cuando es posible. Este atleta tiene dañada su visión, pero no importa. O no tanto. Es padre, del joven Diego, al que llamó así por el maratoniano Diego García, un gran amigo de Alejandro Gómez que falleció en sus brazos cuando apenas contaba 39 años a causa de un infarto tan repentino como fulminante.

Paula y Alejandro viven en la parroquia viguesa de Zamáns, al borde del embalse que da de beber al sur de esa ciudad. Cuando a él le descubrieron el bulto en la cabeza se imaginó, equivocadamente, que sería una secuela de un accidente de tráfico que había sufrido y en el cual recibió un fuerte impacto.

Otro percance de esas características, con un camión, le impidió ir a Sidney en su momento.

Este matrimonio está pendiente en este momento del resultado de una resonancia hecha el pasado jueves después de "semanitas mal". Los dos coinciden en que mientras haya calidad en el existir, "el resto no importa". Y ambos respiran al saber que el cáncer en el cerebelo es indoloro.

Junto a un pantano, a los pies de A Serra do Galiñeiro, moran dos seres humanos "sencillos" con sus peludos (más de quince).

Todos hacen piña cuando pintan bastos. Y son cautivos, sí, de un infierno verde.

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