Una saeta para el Señor crucificado

Con paso firme y respetuoso silencio, salió del Juramento el Cristo en la cruz, que estrenó calvario

El Cristo de la Universidad, entre los arcos de la Mezquita-Catedral.
El Cristo de la Universidad, entre los arcos de la Mezquita-Catedral. / Fotos: José Martínez

Se presentaba un buen día para disfrutar de la Semana Santa cordobesa, como ha sido habitual desde el comienzo de ésta. Podía palparse el ambiente al pasar junto al palacio de Viana camino a la iglesia del Juramento de San Rafael, donde la Cofradía Universitaria tenía prevista su salida.

Una vez allí, la realidad y la expectación colisionaron bruscamente, pues la plaza no estaba ni muchos menos abarrotada y resultaba sorprendentemente sencillo colocarse en primera línea con el objetivo de obtener un mayor gozo durante la salida de los correspondientes pasos. Sin embargo, y prácticamente sin que los primeros asistentes se percataran de ello, todo el entorno del templo comenzó a ser ocupado de forma masiva, de modo que en pocos minutos la plaza quedó abarrotada de fieles, ahora sí, todos ellos preparados para el gran momento. Los murmullos dejaron paso al silencio y, con diez minutos de retraso sobre la hora prevista, las puertas se abrieron ante la expectación de un público impaciente.

Primero procedió a su salida el Cristo muerto en la cruz, una talla que refleja los signos de tortura con un marcado realismo. Como curiosidad, este paso estrenaba un nuevo calvario diseñado por el profesor de Historia del Arte Alberto Villar Movellán, además de un nuevo fanal doctoral dedicado al monje del siglo X San Gregorio de Narek. Acompañándolo, los hermanos vestidos con túnica de sayal negro inspirada en el hábito de San Pedro de Alcántara. Con gran pericia, y ausencia de música, fue sacado el Señor crucificado y, tras él, la Dolorosa sin palio.

Ya con los dos pasos en el exterior, un penitente se arrancó con una saeta en su honor, que logró el silencio de la muchedumbre. Al finalizar, un agradecido público le brindó un merecido aplauso tras el cual el Cristo y la Virgen iniciaron su ardua, y al mismo tiempo, gratificante andadura.

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