La soledad

Y se hizo el silencio en Santiago

  • La hermandad franciscana conmemora el 40 aniversario de su fundación con una gran estación de penitencia

LA mirada de María Santísima en su Soledad conforta, consuela a quien, como a ella, la vida le ha golpeado duramente arrebatándole a un ser querido o a quien simplemente lo necesita. Santiago lo sabe, lo lleva experimentado desde su primera salida procesional en 1978 y la espera cada Viernes Santo para sentirse arropada por Ella, en silencio, muy en silencio. Porque Santiago no permite que la bulla, el murmullo o los aplausos rompan ese silencio con el que el barrio presenta sus respetos cada nueva estación de penitencia a su Señora. Ni siquiera cuando lo que se empieza a aplaudir es una poesía hecha cante con la que la recibe una saetera tras salir de la iglesia, cuando aún no le ha dado tiempo a la Virgen a enfilar la calle Agustín Moreno. "Tus lágrimas son perlas que acarician tus mejillas", grita hondo la saetera, al tiempo que numerosos "ssssh" silencian algunas palmas que empiezan a batir.

Para María Santísima en su Soledad no es una estación de penitencia cualquiera, es la del año en el que la hermandad cumple el 40 aniversario de su fundación. Cuenta la Historia que el Viernes Santo de 1975, mientras el Señor del Santo Sepulcro descendía la cuesta Luján, un grupo de cofrades de la Hermandad de la Paz y Esperanza sintió la ausencia de la Virgen desamparada y sola en el Calvario junto a la Cruz. Sin saberlo se estaba gestando la formación de una nueva hermandad, franciscana para más señas, la de La Soledad, cuya primera sede canónica fue San Miguel. Desde 1976 esa sede es Santiago y el primer cortejo procesional de la imagen mariana salió en 1978.

Para Santiago tampoco es una estación de penitencia cualquiera. Todas son como si fuera la primera, porque en todas hay seres queridos por los que pedirle a la Virgen. "De la Cruz lo desclavaron y en tus manos lo pusieron", se arranca de nuevo la saetera, mientras que Enrique Garrido, el nuevo capataz de costaleros, le da las primeras instrucciones a una cuadrilla que porta a la Señora con la humildad propia de la orden franciscana, tan presente, tan viva en el cortejo que contagia el silencio.

Un silencio que transmite La Soledad -tallada por Luis Álvarez Duarte en 1975- sobre un paso de estilo neobarroco que fue estrenado en 1993 -talla de Guzmán Bejarano-, cuyas esquinas guardan los arcángeles San Rafael y San Gabriel -obras de Enrique Ruiz Flores, de 1998-. Sola, delante de la Cruz en la que su Hijo no está ya crucificado y con la corona de espinas en la mano, María Santísima emprende el camino hacia la Santa Iglesia Catedral sobre un suelo de exorno floral morado, con el rostro maltrecho por el dolor y sembrando un respetuoso silencio por todo el camino hasta volver a Santiago.

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