Cofradías · la esperanza

El gentío que llena San Andrés

  • Cientos de personas se agolpan en el Realejo y San Pablo para ver la salida de los imponentes pasos de Jesús de las Penas y María de la Esperanza, arropados entre aplausos y saetas

Desde la calle Hermanos López Diéguez, al otro lado de la plaza de San Andrés, lo que ocurre en la puerta de la iglesia sólo se intuye. Desde este ángulo –al igual que ocurre si uno se sitúa en el Realejo o en la calle San Pablo–, la salida de la procesión, entre una multitud espesa, se imagina más que se observa: una cruz barroca impone el ritmo, el pico de los capirotes avanza, una bocanada de incienso advierte que el misterio de Jesús de las Penas está a punto de asomar... Si uno se atreve a abrirse camino entre el gentío que aguarda junto a la iglesia desde las cinco, quizás encuentre como compensación unos cuantos centímetros cuadrados, cedidos por la muchedumbre, para ver la enorme barcaza barroca de Jesús de las Penas camino del Calvario.

Pero si el bullicio de pronto se vuelve un muro pétreo y, como si fuera un organismo de cientos de personas con una sola respiración, decide hacerse infranqueable, la hazaña habrá que darla por imposible. Así que a San Andrés hay que llegar temprano y dejar que los minutos avancen mientras la banda se va formando en la calle Hermanos López Diéguez. Luego habrá que apretujarse contra el gentío para permitir el paso de la tuba rezagada o auxiliar al clarinetista que se orienta con la mirada fija en el estandarte. Y, cuando una bocanada de incienso barre el humo de los cigarros impacientes, uno adivina sin temor a equivocarse que el paso está a punto de salir.

La plaza entonces guarda silencio para escuchar desde lejos las palabras de Antonio García, el capataz de Los Gitanos: “Siempre de frente”, indica. “Qué bien anda”, exclama un joven cuando el misterio enfila la calle San Pablo. Alguien lanza “vivas” a Nuestro Padre Jesús de las Penas y las voces responden al unísono. Las miradas, poco a poco, recorren el gesto iracundo de uno de los captores de Cristo y la mirada de desprecio del otro verdugo. Y, desde un balcón, una saetera intenta colar su melodía entre las rendijas de la marcha de la banda y los aplausos de la gente, pero en el aire de San Andrés no hay tanto espacio.

Cuando María de la Esperanza asoma, el sol de poniente tiñe el verde de los capirotes de tonos más oscuros. La saetera entonces se adelanta y envía su canto a “la soberana de la pena”. El capataz, Alejandro Torronteras, detiene el palio: la primera levantá, con Esperanza Cordobesa como música de guía, es respondida con una lluvia de pétalos desde las azoteas y con el chisporroteo de las velas bajo el cielo que oscurece. La Esperanza va dejando su tintineo en dirección a San Pablo, mientras la multitud, a su espalda, se esfuerza ahora por disolverse.

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