Pasión en sepia

Virgen de la Soledad

  • La Virgen de la Soledad de la iglesia de la Merced tuvo una importante cofradía. Surgida al amparo de la orden, se tiene constancia de su existencia a fines del siglo XVI

La Virgen de la Soledad.

La Virgen de la Soledad. / David Hernández

Cae la tarde. El día esta tristón. Las nubes y el sol se han estado alternando toda la jornada. Las calles comienzan a ser un hervidero de gentes. El pueblo no se resiste a vivir la Semana Santa sin procesiones y encaminan sus pasos hacia los templos para, al menos, contemplar las imágenes de su devoción.

San Pablo es un Calvario donde Jesús expira tras exhalar su último suspiro, antes de que Dimas se convirtiera a la fe en la Electromecánicas y que el puente romano fuera testigo de cómo José de Arimatea y Nicodemo, descendieran el cuerpo muerto de Cristo de la cruz para depositarlo en la fría piedra del Sepulcro en la Compañía. Córdoba, a pesar del momento, ha culminado una Semana Mayor especial. Ya solo espera la Resurrección gloriosa en Santa Marina.

María ha quedado sola. En Capuchinos, la Señora de Córdoba no pisará las piedras de la plaza. Serán sus hijos, el pueblo de Córdoba, quienes lo hagan para ir a orar ante Ella. Una madre nunca deja sin cobijo a sus hijos y estos, sabedores de ello, le devuelven el cariño con una nueva visita, al igual que hicieron una semana antes, en el ya lejano Viernes de Dolores. Sola está también María al pie de la cruz más allá del Marrubial, extramuros de la ciudad, al amparo de los hijos de San Francisco.

Córdoba, al igual que sus gentes, también tiene añoranzas y recuerdos de su historia pasada. En un lateral de la iglesia de la Merced, antigua casa grande de su orden, una Virgen está sola. Su bello rostro está surcado de lágrimas y contiene el dolor del drama del Gólgota. Sus manos entrelazadas se aprietan sobre su pecho. Su indumentaria evoca los ropajes de las viudas de la corte de Felipe II, con los que vistieron a la imagen de la Virgen, que encargó Isabel de Valois a Gaspar de Becerra a finales del siglo XVI.

La Virgen de la Soledad de la iglesia de la Merced tuvo una importante cofradía. Surgida al amparo de la orden, ya se tiene constancia documental de su existencia a fines del siglo XVI. La imagen, según las cuentas que obran en el archivo de la Diócesis, fue encargada en la ciudad de Granada, existiendo constancia de una remodelación posterior que la dotó de su actual impronta. También la historia nos rememora sus pleitos con las hermandades de las Angustias y Santo Sepulcro, así como de la magnificencia de su anual salida el Viernes Santo.

Precedida de una cruz guiona, portada por hermanos en parihuelas, los disciplinantes vestidos con negras túnicas dotaban al cortejo de toda la escenografía de la época, que vivía bajo los preceptos adoptados en el concilio de Trento. El paso del Triunfo de la Cruz sobre el pecado y la muerte formaba parte de la procesión. Un esqueleto, tallado por Pedro de Paz, autor del San Rafael de corona la torre de la Catedral, recordaba a los presentes que la muerte siempre está presente y que Cristo, con la suya propia, la venció con su Resurrección. La Soledad en su rico paso de plata cerraba la procesión, la cual transcurría hasta la Catedral. Hoy todo es un recuerdo del pasado.

La Virgen de la Soledad, al igual que el primer Viernes Santo en el Calvario, está sola en su hornacina. Pocos serán los que ante ella musiten un Ave María. Su contemplación empuja al recogimiento y a la oración. Icono desconocido para muchos a pesar de su historia. Qué bonito sería recuperarla para la veneración de Córdoba y así rescatar una Semana Santa con señal propia de identidad, obviando así muchos mimetismos de algo foráneo y forzado.

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