Jueves santo

Tarde larga y vibrante que se adentra en la madrugada

  • Córdoba disfrutó de una Jueves Santo perfecto con las seis cofradías en la calle, a las que a medianoche se sumó la Buena Muerte, que dejó imágenes singulares a su paso por la Mezquita.

EL Jueves Santo dejó una larguísima tarde cofrade repleta de imágenes que no serán fáciles de olvidar. Jornada calurosa, como las precedentes, en las que al público cordobés, multitudinario, se le sumó una importante presencia de turistas, que mapa en mano se perdieron por las calles del Casco para disfrutar de un tradición vivísima. Cierto que la ausencia de los legionarios junto al Señor de la Caridad se echó en falta y fue muy comentada, pero eso no impidió que un año más se concentrasen cientos de personas en el Compás de San Francisco para gozar de la salida de uno de los crucificados más impresionantes de la imaginería cordobesa. El que no falló a su cita, eso sí, fue el matador de toros valenciano Enrique Ponce, que un año más acudió a la ciudad para seguir a Jesús Caído, el Señor de los Toreros, al que acompañaron otros diestros locales como el veterano José María Montilla, Andrés Luis Dorado o el banderillero Antonio Tejero.

La tarde del Jueves Santo había comenzado muy temprano, a las cuatro, cuando el paso de misterio de la Sagrada Cena salió en una avenida también de regusto taurino, la dedicada al gran Guerrita. Larga trayectoria la suya, desde el barrio de Ciudad Jardín hasta la carrera oficial, que dejó instantes muy lucidos. Llegó a Claudio Marcelo cuando la tarde comenzaba a declinar y la música de la banda propia de la hermandad acompañó con gran altura el caminar de las imágenes. Importante trabajo de una formación musical que no deja de crecer a base de esfuerzo y no poca dedicación.

De música también se puede hablar en el caso de la Virgen de las Angustias, que salió a plena luz del día, algo muy poco habitual, para convertir la recoleta plaza de San Agustín en un espectáculo de belleza primaveral a pesar del calor. Cordobesísimo todo. Y magnífico el sonido de la banda Tubamirum, de Cañete de las Torres, para acompañar a las impresionantes imágenes de Juan de Mesa, declaradas Bien de Interés Cultural por parte de la Junta por motivos más que justificados. El paso de la dolorosa por el interior de la Mezquita, bajo las arcadas, tuvo ese regusto de intimidad y religiosidad que sólo en este templo tan singular puede darse. Arte puro, en doble ración patrimonial e imaginera, que anticipa lo que ocurrirá en los próximos años cuando la carrera oficial se traslade a la Catedral, si al final esto sucede.

El contrapunto silencioso y profundo lo puso por su parte la hermandad de Jesús Nazareno, cuyo titular salió a la calle bajo la emocionada mirada de los ancianos que viven en el hospital del mismo nombre. Preciosa a su vez la mirada doliente de María Nazarena, que avanzó por el Realejo entre un mar de gente. Muchos vecinos del barrio observaban emocionados el paso de una cofradía que, desde la sencillez, consigue llegar a lo más profundo del sentir religioso.

De San Cayetano salió con su singular dramatismo Jesús Caído, hermandad de rancio sabor que este año celebra el 250 aniversario de su fundación. Buen acompañamiento musical por parte de otras dos bandas cordobesas: la Caído-Fuensanta -que acompañan al Cristo, de autoría anónima- y la banda de la Esperanza -que acompañaba a la Soledad de San Cayetano-. La Caridad, por su parte, avanzó desde San Francisco bajo un silencio que se hacía extraño, la verdad, mientras que el Cristo de Gracia volvió un año más a atraer multitudes. No decae el fervor por este crucificado de Zacatecas impresionante al que acompañó con brío la banda de la propia hermandad. El Alpargate y aledaños eran un hervidero de gentes cuando la imagen se recogió pasadas la una y media de la madrugada.

A partir de esa hora reinaron en la ciudad el Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora Reina de los Mártires. Salida brillante de ambos pasos por la angosta puerta de la Real Colegiata de San Hipólito. Sabor jesuita en una procesión que cautivó en la Catedral durante las primeras horas del Viernes Santo. En suma, un día perfecto. Otro más.

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