Pasión en Sepia

Miércoles Santo: faeneros

  • Leyenda viva. Ellos sirven a la cofradía que les contrata y también a Dios traspasado y su doliente Madre con su rudo y duro trabajo. Seres anónimos sin protagonismo alguno

Faeneros junto al palio de las Lágrimas.

Faeneros junto al palio de las Lágrimas. / Hermandad de la Misericordia

La una se asoma en lo alto del cielo. Esta plena, redonda y hermosa. Es como una esfera plateada que forma parte del decorado de las noches de Semana Santa. Es la luna de Nisán una vez más. De nuevo es testigo de los días de drama, sangre y muerte. La primera luna de la primavera. La noche es plena. La luna esplendorosa da un tinte argénteo a las calles.

Ya es tarde. Las gentes se paran en las aceras. Los cascos, lustrados con aceites, de los caballos de los batidores de la policía municipal, encabezan el cortejo. Tras ellos, en alto, la cruz guiona. Le siguen dos filas de nazarenos encapuchados portando sus codales asemejando largos cirios. La luz de los mismos centellea, son luces vivas que batallan con la leve brisa de la noche. En el aire el olor de la primavera se mezcla con el del aceite caliente y los jeringos recién fritos.

También se escapa por alguna ventana el aroma del pescado en adobo frito, o tal vez de doradas tajadas de bacalao. La brisa se empeña en seguir batallando con las luces de los cirios. Un pequeño de túnica blanca y esclavina no para de dar carreritas para cumplir su cometido. Es un pequeño caballero, que con un pabilo y un cabo de vela como únicas armas, planta pelea al molesto vientecillo abrileño.

El cortejo sigue. El paso, recio, imponente, conformado por pesadas maderas labradas y sutilmente talladas, avanza poco a poco. Unos ojos y una voz seca, sonora y grave, da las órdenes de mando. “La derecha a’lante”. Es la única forma de conducir la pesada mole por las calles de la ciudad. El retablo andante se para. Bajo el se percibe la respiración agitada de los hombres que lo portan. El responsable ha sido contratado para prestar un servicio a la cofradía. Ha sido él quien los días de vísperas, con trabajo y dedicación, ha conformado la cuadrilla de hombres que durante la Semana Mayor, darán servicio a las cofradías a cambio de unas pesetas, que supondrán un extra a sus economías familiares.

Son seres anónimos alejados de todo protagonismo. Son servidores de la hermandad. Llegan a las iglesias junto a su capataz. Provienen de la Lonja, del muelle de Renfe, del transporte. Visten con ropas modestas y cómodo calzado. Para realizar su faena, una modesta manta les basta. La misma que plegada con mimo, sirve para cubrir la cerviz, allí donde el recio palo de la trabajadera, dejará caer su peso. En la frente de forma ceremonial, se atan un pañuelo, es la protección para que el sudor no entre en sus ojos. Ha llegado la hora.

Faeneros junto al paso del Cristo de la Expiración con José Gálvez 'el Policía'. Faeneros junto al paso del Cristo de la Expiración con José Gálvez 'el Policía'.

Faeneros junto al paso del Cristo de la Expiración con José Gálvez 'el Policía'. / Rafael Muñoz Cruz

Todos entran en la clausura de las entrañas del paso. De allí no saldrán mientras dure la procesión. De mármol a mármol. La voz del capataz da la orden: “Aaaaa…..rriba”. Los faeneros, porque así se llaman y así son conocidos, levantan el paso. “De frente viene”, ordena el capataz. El paso avanza poco a poco hacía en cancel. Viene un momento duro. La cruz del Divino crucificado tiene que traspasar el dintel de la puerta.

El paso para. De nuevo el capataz ordena levantar y las ordenes son concisas: “De frente viene mu poco a poco”. El paso avanza lentamente. Al llegar la cruz al punto esperado, se nuevo se escucha la voz del capataz que ordena: “a media altura”. Los faeneros obedientes doblan sus piernas y el paso baja unos centímetros, los bastantes y suficientes para sortear el problema.

El paso sale a la calle. Parecía imposible, pero al final, un año más, ha salido por donde parecía no poder hacerlo. La banda ataca los primeros compases del himno nacional. Los hombres vuelven a incorporarse. Tras el esfuerzo, el paso vuelve a parar. Pasó lo peor. Habrá que repetir a la entrada, pero aún queda. Ahora hay que llevar el paso con decoro, con oficio, con la categoría y seriedad que la cofradía ha pedido. Ella paga. Faeneros y capataz son solo servidores de la misma.

La faena será dura. Todo esfuerzo físico lo es. Las calles harán que el paso se deje caer más o menos. Ahí está el hombre, el faenero, que con oficio de años y poder, ira sorteando como buenamente pueda, los empedrados de las calles, las corrientes de agua que las mismas poseen, ya sea con caída lateral o central. Los vuelos de los balcones, faroles, ramas de árboles impertinentes. Ellos sirven a la cofradía que les contrata y también a Dios traspasado y su doliente Madre con su rudo y duro trabajo. Son los faeneros, seres anónimos sin protagonismo alguno. Fueron leyenda viva de nuestra Semana Santa.

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