Martes Santo: nazarenos
Pasión en Sepia
El nazareno es algo inherente a un cortejo. Es uno de los actores principales del drama sacro de la Pasión. Una procesión sin nazarenos, no sería una procesión de Semana Santa
Cuelga de una percha. Limpia, impoluta, aseada. Atrás quedo el olor a humedad y a desván. Manos amorosas se encargaron de devolverle con agua, jabón y rico cariño, toda la prestancia. No es de rica tela, pero a la vista parece tejida con los mejores hilos del mundo. Ahí está, un año más. Esperando de nuevo volver a ceñir y vestir un cuerpo. Un año entero esperando el momento. Un año en una vetusta caja de cartón en una cajonera olvidada. Un año en la clausura de un viejo armario de una vetusta dependencia parroquial. Un año. O lo que es lo mismo, de Semana Santa en Semana Santa.
Es la noche de vísperas. En la oscuridad de la noche los sonidos brillantes de las cornetas, así como el ronco trepidar de tambores es la banda sonora habitual. Las calles huelen a azahar. Su fragante aroma se mezcla con el del incienso, que en barrocas volutas de humo asciende hacia el cielo. La noche está cerrada y oscura.
A la puerta de cualquier templo, una cofradía cualquiera se recoge. El ambiente se impregna del fervor popular. Las voces rotas y flamencas de María Zamorano la Talegona o Luis Chofles, rezan cantando a su Dios o a su Madre, entonando cantes por seguiriyas o tonás. Son tal vez los estertores de un día sacro y a su vez el anuncio que en breves horas, otra jornada santa tocará ser vivida.
Nuestro hombre vuelve a casa. El día ha sido agotador. Los primeros días de la Semana Santa son días laborables. No son días de asueto. El acompañar a las cofradías no es tarea fácil. De ahí lo tardío de sus horarios y posteriores recogidas. Nuestro hombre se despoja de su gabardina, la noche apuntaba agua, y también de la chaqueta de paño fino que ha servido para quebrar el frío de la noche.
El hombre se deja caer en la cama. Mira al frente y ahí está un año más. Como un caballero que vela armas antes de ser ordenado como tal, nuestro hombre mira al hábito penitencial. La parece lo más hermoso del mundo a pesar de toda su sencillez. Túnica de color rojo cardenal, emulando la púrpura real con la Cristo fue nombrado Rey en el pretorio.
En otra percha, plegado en dos, en capuchón de raso blanco, hoy llamado por mimetismo antifaz, el cual aguarda igualmente su destino, esperando eso sí, que el cono de cartón, al que llaman capirote y elaborado por Arenas cerca de donde estuvo el Arquillo, lo eleve hasta el cielo, como alma que asciende hacía Dios. Las caladas al último cigarrillo del día son el epilogo de una jornada, que ha resultado intensa y llena de vivencias.
Amanece un nuevo día. El trino del canario en la jaula anuncia con alegría una nueva mañana. Es el día destacado en el calendario. El hombre está nervioso. Desayuna una hermosa magdalena recién horneada, que se empapa del caliente café recién filtrado. Aún quedan muchas horas, pero hoy es el día. Las horas se harán eternas pero todo llegará a su debido tiempo. El día pasa rápido. Es la hora. La percha es descolgada de lo alto del techo de la habitación. Techos altos, de caserón antiguo.
El hombre viste una camisa blanca como la nieve. Al cuello una corbata oscura. Las mujeres de la casa le ayudan a colocarse la túnica. Todos están pendientes que todo caiga en su sitio. Los botones blancos están perfectamente cosidos. El ceñidor, de raso blanco, cumple su misión de ajustar la túnica a la cintura. Los zapatos perfectamente lustrados y limpios. El hombre toma su capuchón. En el portal de la casa, se lo ajusta sobre la cabeza y parte raudo hacía el templo. Un año más, realizará su anual estación de penitencia.
En la iglesia todos son ordenados. Los hermanos de menos antigüedad son colocados tras la cruz de guía. Los más antiguos cerca del paso. Es bonito contemplar cerca de los pasos nazarenos de manos sarmentosas, ajadas por el paso de los años. Hermanos nazarenos que llevan toda una vida vistiendo una túnica, para con ella acompañar a la devoción que durante todo el año es refugio y auxilio de sus vivir cotidiano.
El cortejo está en la calle. Dos hileras paralelas portando codales de cera, van dando escolta al paso que porta la sacra imagen. El nazareno es algo inherente a un cortejo de Semana Santa. Es uno de los actores principales del drama sacro de la Pasión en nuestras calles.
Una procesión sin nazarenos, no sería una procesión de Semana Santa. El nazareno es una pieza clave en el cortejo. Los que visten túnica dan ejemplo y compromiso. Muchos comienzan a vestirla de niños, como si de un juego se tratase. Los menos la continúan vistiendo durante toda su vida, algunos son vestidos con ella el día que abandonan el mundo terrenal, para inicial la procesión eterna del final de sus días en esta tierra.
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