La Agonía

Juego de claroscuros en El Naranjo

  • El sol y las nubes, y el calor y el fresco acompañan a la procesión más larga

Luces y sombras, nubes y claros, voces y silencio, ruido y recogimiento, humor y respeto, elegancia y casualidad, orden y barullo. Todos estos claroscuros se dieron la mano ayer por la tarde en el barrio de El Naranjo. El sol salía y se escondía cada cinco minutos. Calor y algo de fresco. Chaquetas y mangas cortas. Más claroscuros.

Mientras tanto, el barrio bullía con una normalidad distinta. Todo encajaba. Los autobuses arrojaban a decenas de niños que con su mochila a la espalda se agolpaban a las puertas de la parroquia de Santa Victoria. La gente que llegaba de trabajar alargaba la hora de almorzar. Las madres cogían a sus hijos en brazos y los alzaban para que vieran la procesión. Una niña con churretes de azúcar en los mofletes preguntaba: "¿Por qué los nazarenos salen de un sitio y el Cristo del otro?". "Porque por esa puerta tan estrecha no cabe", contestaba una madre paciente. "¿Por qué se sube ese hombre en el paso?". "Porque hay que ponerle la lanza al romano y subir al Cristo". "¿Por qué?". "Callaíta un segundín, que está cantando la Rosario".

Porque El Naranjo tiene ese sabor a pueblo, a barrio en el que todo el mundo se conoce y se reconoce. Y esa devoción popular de que es Martes Santo y de que es el día grande de una zona que está en Córdoba pero que guarda esa barrera psicológica -ahora en forma de urbanizaciones, antes campo- que ayuda a que ese sabor popular siga intacto. Y a que el vecindario se vuelque en masa con su señor, con el Cristo de la Agonía.

Hace años, un cronista cordobés describió esos claroscuros haciendo una comparación con la Sevilla roja de la II República. "Que busquen a Chaves Nogales", escribía, el periodista sevillano que explicó en los años 30 cómo sus vecinos que votaban a las izquierdas aclamaban a la Virgen. El Naranjo sigue siendo así. Un barrio identificado con el PCE que se desvive por su hermandad, que celebra cada Martes Santo y que sigue haciendo esfuerzos por mejorar las tallas de su misterio (del que este año se ha estrenado una nueva fase). Una cofradía a la que poco le importan las 11 horas de procesión, el desfile más largo de toda la Semana Santa cordobesa. Primero cuesta abajo y luego hacia arriba, hacia la falda de la Sierra de Córdoba que se configura como un Gólgota particular, cuando las fuerzas comienzan a menguar, cuando las piernas tiemblan.

Poco importa cuando el espíritu de los hermanos es fuerte. Es un día de fiesta en el barrio y todos disfrutan. Los que tienen frío cuando se esconde el sol y los que tienen calor cuando vuelve a salir. Los que se agarran al paso por esperanza, los que lo hacen por devoción o por una promesa, o los que lo hacen por una tradición. La mujer anciana que se asoma al portal de su casa como si fuera la última vez y los ojos de los niños que lo descubren todo por primera vez.

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