Subbética

Jesús Nazareno despierta la fe de Lucena en un Viernes Santo irreprimible

Jesús Nazareno de Lucena, en la iglesia de San Pedro Mártir.

Jesús Nazareno de Lucena, en la iglesia de San Pedro Mártir. / M. González

El segundo Viernes Santo consternado por la pandemia ha fraguado el retorno eterno de Nuestro Padre al recorrido morado de Lucena. El fervor popular, singular en cada alma que clava sus confidencias en el Señor, ha esparcido, desde el Llanete de La Capilla a cada corazón, los símbolos genuinos y las sensaciones inimitables de las estaciones soportadas por el Nazareno antes de su Entierro efímero.

Si el Jueves Santo es una Semana Santa en sí misma, el Viernes Santo corona las emociones de Lucena. El letargo acaba a las seis de la mañana y los sueños y las rogativas se rasgan en una madrugada insondable.

El Viernes Santo es la súplica inacabable, las lágrimas estancadas en la garganta y la felicidad por la convivencia única entre familiares y amigos. El Viernes Santo es la mujer que se adapta una túnica; el hermano de Jesús, de más de 40 años, ávido de guardar en su casa una almohadilla percalina; y el niño, inocente, siempre unido a la mano de su padre. El Viernes Santo penetra, imparable, en multitud de hogares, de creyentes y recelosos, y replantea prioridades y certidumbres.

El final del toque de queda, de este 2 de abril, señaló en el reloj lucentino la hora bendita. Los tambores se derramaron por los diferentes barrios del municipio y sustituyeron al sonido de la salida de Jesús Nazareno, el torralbo sacudió unas entrañas predispuestas y la saeta sobrecogedora de Antonio Nieto ratificaba que las puertas se abrían.

La tradición, los ruegos y el desasosiego afluyeron al entorno de La Capillita y de San Pedro Mártir, donde Jesús, con su Cruz, observaba y aguardaba a sus fieles. La Aurora de la mañana alentó a quienes enfilaron el itinerario de la cera que sella la presencia divina y humana.

Dos años después, en un lapso interminable, las velas de un amarillo homogéneo para igualar al pueblo peregrino, iluminaron la confluencia entre San Pedro, Curados y Lamerina y algún hábito de hermano salpicado entre los devotos retrotraía la secuencia a un futuro imprevisible.

El olor inconfundible del día de la Pasión en Lucena se escapaba, conscientemente, hacia el exterior del templo reinaugurado en 2014. El incienso que envuelve a Lucena en sus miedos y confianzas; temores y evidencias; desconsuelos y refugios.

La diligente organización de la junta de gobierno y la indispensable misión voluntaria de Protección Civil encauzaron una concurrencia cuantificada por millares. Cuando Jesús Nazareno debía transitar a través de la muchedumbre, desde el Paseo del Coso a La Purísima, la fila rebosaba un tramo completo de la calle San Pedro.

La asistencia se forjaba de infinitos perfiles. La disparidad de senderos en cualquier Viernes Santo pletórico representa la disparidad incalculable de las personas que acuden a las plantas del Señor.

Dos ángeles vestidos de hermanos de Jesús y un ramo de flores por los tamboreros fallecidos anticipaban el altar presidido por el Nazareno, delante de San Juan Evangelista, María Magdalena y la Santa Mujer Verónica. El Socorro, siempre atento y entregado de la Virgen, se elevaba sobre la escena desconocida. Y, como sucede desde hace siglos, La Capillita, en una urna oculta y morada, absorbió las promesas e intenciones que cuidará y protegerá el Señor hasta el Viernes Santo del 2022. El rezo del Miserere y el Perdón, retrasados por la profusa presencia de público, y la Bendición universal remataron una jornada invencible.

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