Los Dolores

Gloria eterna desde Capuchinos

  • La salida del Cristo de la Clemencia y de la Virgen de Los Dolores reúne a cientos de personas

EL Cristo de los Faroles es testigo del trasiego de los penitentes servitas, testigo mudo también de las idas y venidas del gentío que aguanta con firmeza el dolor de las piedras de la plaza de Capuchinos cada Viernes Santo. Hace calor en una tarde de luto y oración. Los últimos nazarenos de la cofradía atraviesan esta plaza, al tiempo que una turista detiene a uno de ellos para hacerse una fotografía, ante la sorpresa de sus acompañantes por lo singular de la imagen. El luto servita contrasta con el blanco de la fachada de San Jacinto, desde la que cuelgan media docena de imágenes que recuerdan al viandante que este año, la Hermandad de Los Dolores celebra las bodas de oro de la Coronación Pontificia de su titular mariana. Medio siglo ha pasado desde entonces. El tiempo casi no avanza en una tarde que se antoja calurosa y en la que de vez en cuando aparece una brisa ligera de aire que intenta refrescar Capuchinos. Con puntualidad exquisita, el fiscal de horas toca la puerta de San Jacinto. Es el momento, comienza el Viernes Santo en Córdoba. Los nazarenos servitas enlutados intentan hacerse hueco en la plaza empedrada, pasan por delante del recinto en el que el Cristo de la Clemencia espera su salida, que llega en un instante para asombro de la bulla que se agolpa en la calle. Sin estridencias, sin gritos. Con elegancia, con mimo, el Cristo de la Clemencia -obra de Amadeo Ruiz Olmos de 1939-, abandona Capuchinos e inicia su cortejo procesional, al mismo tiempo que toman la calle los nazarenos del tramo de la Virgen de los Dolores. De dos en dos. Negro y blanco en Capuchinos. Muerte, dolor y futura resurrección.

Ahora, la expectación es máxima en esta coqueta plaza, en la que un Viernes Santo más no hay hueco. Ahora, hay sensación casi de vértigo y el corazón late con fuerza, casi al límite. Esa sensación de inquietud, expectación y emoción que invade al cuerpo cuando se sabe que algo importante va a ocurrir en apenas segundos. Centenares de nazarenos enlutados siguen atravesando Capuchinos y uno de ellos dice "adiós Ana", y Ana sonríe ante el saludo del penitente.

El calor sigue en aumento, la plaza ahora hierve y a las cinco de la tarde comienza el encendido de las primeras velas para dar luz a la Señora de Córdoba. El paso de la Virgen de Los Dolores, una de las imágenes más queridas de la capital, se entrega a la calle, con elegancia, sin estridencias, con la sabiduría de los años, para reinar en Capuchinos un año más. Comienza ahora su paseo triunfal por Córdoba hasta llegar a la Catedral, entorno en el que miles de personas la esperan para contemplar su gran belleza y acompañarla en su mayor dolor. Así, hasta regresar a San Jacinto junto al Cristo de la Clemencia rozando la medianoche para despedir el Viernes Santo.

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