Ánimas

El Cristo de Ánimas enmudece a Córdoba

  • La corporación de San Lorenzo Mártir vuelve a ser una de las protagonistas de la jornada y a su paso aglutina a cientos de fieles.

El día se va haciendo noche en San Lorenzo. Los últimos rayos abrazan las azoteas del casco histórico. El sol asume su rol, se aleja y se despide. La luna lo sustituye, poco a poco -como el paso del buen costalero-, y obsequia a los presentes con un delicado matiz grisáceo que engrandece la belleza de este castizo barrio. El gentío que se agolpa frente a las puertas de la iglesia fernandina establece varias conversaciones -seguramente la mayoría de ellas intrascendentes-. Algunos preguntan la hora y otros se inclinan hacia delante a modo de reverencia, intentando mitigar el dolor de cintura que a esas horas ya hace mella sobre algún que otro devoto. Es el dolor de la espera, muy enojoso, pero que gusta, porque no es otra cosa que la manifestación palpable de que uno está exprimiendo al máximo cada uno de los segundos de la Semana Santa.

El majestuoso rosetón de San Lorenzo ocupa buena parte de las miradas. El templo fernandino, imponente, está a punto de abrir sus puertas por segundo día consecutivo. La hermandad está cerca de plantar su cruz de guía en la calle, será la última que lo haga para poner el broche a un día marcado por el contraste de sus corporaciones, que ofrecen sin lugar a dudas un amalgama de riqueza y diversidad a la ciudad de Córdoba. A esta misma hora, cuando los relojes marcan casi las nueve, cuadrillas como la de Redención están ofreciendo un recital de cambios, de paso alegre y jovial. En San Lorenzo ahora no toca, el júbilo no tiene cabida, es tiempo de recogimiento, de silencio casi sepulcral, de meditación, de luto, de ambiente sombrío.

Repican las campanas de la iglesia y uno tiene más que nunca la sensación haber vuelto al pasado, de estar en un barrio antiguo, de patios de vecinos y ancestrales tradiciones. El cortejo avanza poco a poco, con calma y disimulo, sin prisa. La peculiar estética de esta corporación sigue llamando la atención a pesar del paso de los años, la enlutada fila de nazarenos de túnica y cubrerostro negro que portan faroles de viático añade un matiz lúgubre a la escena. Rezan el Padre Nuestro y el Ave María, continuamente, como si quisieran redimirse a toda costa de sus pecados durante la estación de penitencia.

Pasados unos veinte minutos de las nueve, el primero de los dos pasos de esta cofradía, exornado con flores color violeta, atraviesa el dintel de San Lorenzo bajo una densa nube de incienso. El Cristo muerto en la cruz de pelo natural avanza lentamente mientras los hermanos de la corporación entonan con voz grave el miserere -un canto solemne cuya traducción literal significa ten piedad-. La escena es sobrecogedora.

La obra anónima del siglo XVII avanza sus primeros pasos y se pierde por una de las esquinas de San Lorenzo. Allá por Santa María de Gracia se escucha la primera de las saetas. Al concluir, varias personas aplauden y reciben la recriminación de una muchedumbre enojada a la que le acaban de romper su silencio. Vuelven a repicar las campanas de la iglesia fernandina y Nuestra Señora de las Tristezas, bajo baldaquino, sigue el trayecto marcado por su hijo con el acompañamiento del coro de hermanas que cantan el Stabat Mater. Ambos pasos son llevados sobre ruedas, parece que van flotando a ras del suelo. Córdoba enmudece con la llegada del Remedio de Ánimas.

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