Semana Santa

Blanca Paloma de Capuchinos

  • Paz y Esperanza.La Semana Santa siempre tuvo tonos oscuros, tristes, tenebrosos. Aquella Virgen trajo a las calles de Córdoba algo distinto, luminosidad de su candelería

Primitivo paso de la Paz y Esperanza por la calle Alfonso XIII a la altura del Rectorado. La Virgen aparece acompañada de San Juan.

Primitivo paso de la Paz y Esperanza por la calle Alfonso XIII a la altura del Rectorado. La Virgen aparece acompañada de San Juan. / archivo cajasur

La tarde está cálida. La primavera comienza a desperezarse. Los rayos del sol invitan al paseo tras el almuerzo. El menú es modesto. Más por las carencias de la época que por el tiempo penitencial. Atrás quedaron los años cruentos de la lucha fratricida. Una contienda que el pueblo trata de olvidar, aunque en ocasiones es difícil. Han sido años de sin razón, duros, dolorosos. Ahora se trata de cerrar heridas y restañar todo lo que aún pueda sangrar en el alma y en el espíritu. La fe de nuestros mayores es en ocasiones un refugio para buscar la paz. La devoción se acentúa en los años posteriores al drama bélico.

La jornada transcurre de forma natural. Mañana es Jueves Santo y la ciudad, sus habitantes también, se preparan para los días grandes y la celebración del Triduo Sacro. En los naranjos, como todos los años, unos angelillos imaginarios han cincelado unas bolitas de plata en sus ramas. Bolitas que con el paso de los días se convertirán en albas flores de fragante aroma que dará al ambiente una sensación distinta. En las casas los viejos ternos oscuros salen de los armarios. Dentro de la escasez tampoco faltan los dulces típicos del tiempo Santo. En la alacena hay harina, quién sabe si pagada a precio de oro, azúcar, canela, anís estrellado, limón y otros ingredientes que darán vida a rosquitos, torrijas, pestiños y otras delicias sacadas de viejos recetarios que pasaron de manos a manos, de generación en generación, como si de un primitivo tratado de alquimia se tratase.

El Miércoles Santo es de Ella desde que junto al discípulo amado recorre la ciudad

La tarde cae. La abuela sale de casa. Enlutada por el hijo que perdió años atrás. Sobre sus sienes canas, un velo negro. Acude a la iglesia al tradicional, hoy desaparecido, Oficio de Tinieblas. Las cruces aparecen veladas. El olor penetrante del incienso se hace a ratos incomodo. Las luces del Tenebrario aparecen encendidas. Con las lecturas de salmos se van apagando una a una. La liturgia tradicional se repite un año más. Los fieles salen de los templos concluido el ceremonial. Andan presurosos. Otros salen de sus casas. La hora ha llegado. Las cofradías, revitalizadas tras la contienda, salen a las calles de la ciudad y acercan el drama de la pasión al pueblo.

Capuchinos. Recoleto lugar. Frailes de hábito marrón y luengas barbas dan cobijo en su convento a una blanca paloma. Nacida a golpe de gubia sobre un tronco de pino en los permisos que libraban del frente a su autor. La imagen de María ha ganado el corazón de los cordobeses en poco tiempo. Su radiante rostro muestra a la Madre de Dios con un halo que cautiva a los que la ven. Muchos acuden a rezarle. El Miércoles Santo es de Ella desde que entronizada bajo palio, y en compañía del discípulo amado, recorre las calles de la ciudad. A su paso las gentes ven algo nuevo, algo distinto a lo que hasta esa fecha estaban acostumbrados. La Semana Santa siempre tuvo tonos oscuros, tristes, tenebrosos. Morados y negros eran los tonos predominantes hasta entonces. Aquella Virgen trajo a las calles de Córdoba algo distinto. Trajo luminosidad que se desprendía de las velas que conformaban su candelería. Trajo el movimiento grácil de sus varales y bambalinas, que con virilidad y rudeza le imprimían los faeneros que mandaba José Gálvez el policía, que tanto aportara al mundo de la trabajadera en esta ciudad. La inmaculada blancura de los hábitos de sus numerosos nazarenos, que ribeteados del color de la esperanza, llenaban las calles cordobesas de un color hasta entonces extraño. Y sobre todo Ella. Blanca y señora bajo su palio en pos de su hijo Humilde y despojado de vestiduras. Ella trajo la Paz y la Esperanza de no volver a repetir la sinrazón. Paz y Esperanza. Paloma de Capuchinos. Ora pro nobis.

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