La Salud que viene

Julio Lorca

Director de Desarrollo Salud Digital en DKV Salud

Y al final… ¡Javier anduvo!

Hasta su triste muerte en 2018, seguí de cerca su lucha por un principio irrenunciable:la vida independiente para todos sólo se podrá lograr a través de la plena inclusión social

Javier Romañach, informático y activista social por la independencia de las personas con diversidad funcional.

Javier Romañach, informático y activista social por la independencia de las personas con diversidad funcional. / Wikimedia Commons

Corría un grisáceo día de 1995 cuando lo vi por primera vez. De una altivez impactante, esa especie de “Che Guevara en silla de ruedas”, parecía avanzar más rápido de lo que cabría esperar, ante la estrechez de aquel pasillo que llevaba hasta el aula de mecánica de la vieja escuela madrileña de ingeniería. Como si tuviera prisa por despachar una tormenta de ideas revolucionarias, casi me atropella al encontrarnos en la entrada. Comprobé así que nos dirigíamos a la misma reunión. Enseguida, casi interrumpiendo al anfitrión que nos había invitado, tomó la palabra de forma apresurada, en una especie de discurso improvisado que nunca olvidaré:

–Tu llevas gafas ¿no? -afirmó, mirándome a mí precisamente- ¿Y, te consideras un discapacitado? Pues seguro que no.  Apuesto a que eres capaz de hacer bien muchas cosas, para las que no te estorban las gafas. ¿Por qué entonces creéis que yo lo soy? Creo que todos en alguna medida atesoramos algo diferente que nos hace únicos. Todos somos el reflejo de una rica y excitante “diversidad funcional”.

Ese desacomplejado y buen orador se llamaba Javier Romañach. Habíamos sido citados como parte del grupo de normalización de AENOR, que se ocupaba de la estandarización de las tecnologías de la información y la comunicación para la Salud. Tras un intenso debate, en el que yo no dejaba de apoyarle casi por instinto, coincidimos en la necesidad de crear un nuevo subcomité especializado en TIC para la discapacidad. Nació así el Subcomité-8 del CTN-139. El primero de su tipo en Europa, del que yo fui elegido secretario y él presidente.

Desde entonces mantuvimos una respetuosa amistad. En tanto que yo me iba dedicando al desarrollo de lo que ya conocemos hoy como Salud Digital, él se transformó en el líder indiscutible del movimiento de vida independiente.  Hasta su triste muerte en noviembre de 2018, seguí de cerca su lucha por lo que consideraba unos principios irrenunciables: La vida independiente para todos, sólo se podrá lograr a través de la plena inclusión en la sociedad de las personas con diversidad funcional; es decir, mediante la eliminación de las barreras arquitectónicas, de comunicación, de información y de oportunidades que impiden o dificultan el acceso a la educación, al empleo, a la cultura, a los servicios públicos y a otros aspectos de la vida cotidiana para muchas personas, y sólo porque son diferentes.

Javier, como experto en interfaces hombre-máquina, no dejó de crear soluciones e inventar artilugios con la esperanza de que algún día se podría levantar de su silla.  Toda su vida la dedicó a ello y… al final, lo consiguió. Al final lo consiguieron. Al final lo conseguimos.

Desde que le conocí, he seguido de cerca los avances en robótica aplicada a las personas con “diversidad funcional motriz”, y llevamos años viendo diferentes propuestas de exoesqueletos que parecían acercarse al objetivo soñado. De hecho, el saque de honor del mundial de 2014 en Brasil lo realizó un hombre portador de una versión embrionaria de esta tecnología. Sin embargo, hasta fechas recientes no se había producido un resultado tan prometedor como el que anunció hace unos días la revista Nature.

Recordemos que la parálisis derivada de la lesión medular tras un accidente deja inmóviles a los miembros situados por debajo de las correspondientes vértebras. Y es que “ha quedado cortado el paso” a la información que el cerebro manda, necesaria para poder mover los músculos con normalidad. Pues bien, el avance consiste en la implantación de electrodos capaces de generar unos impulsos eléctricos que imitan los naturales, generando la secuencia ordenada de estímulos y contracciones precisas, para cada tipo de actividad: andar, correr, nadar…  Como explica el neurólogo Andrew Jackson de la Universidad de Newcastle, “La clave de este éxito es la inteligencia artificial, que nos permite llevar a cabo una intervención personalizada en cada paciente. Podemos asegurarnos de que la estimulación eléctrica se dirige a los músculos correctos y de que los pacientes reciben la rutina de ejercicios adecuada”.

En la Salud que viene, la combinación de técnicas combinadas de robótica, regeneración tisular, nanotecnología e inteligencia artificial, entre otras, permitirán recuperar la movilidad motora a los lesionados medulares, devolviéndoles gran parte de su autonomía funcional.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios