Paula Gil / Presidenta de Médicos Sin Fronteras en España

“Hay una narrativa muy peligrosa contra las organizaciones humanitarias”

  • Enfermera de profesión, hace hincapié en los efectos del cambio climático en la salud global y su impacto en la malnutrición, el dengue o la malaria en poblaciones vulnerables

Gil lleva 21 años trabajando para Médicos sin Fronteras y dos como presidenta de la organización en España.

Gil lleva 21 años trabajando para Médicos sin Fronteras y dos como presidenta de la organización en España. / M.G.

–¿Cómo fueron sus inicios hasta llegar a una organización de este calibre?

–El trabajo de enfermería es un trabajo que tiene un componente humano y humanitario muy importante. Yo empecé a trabajar como enfermera en lugares en los que pensé que tenía un valor añadido adicional; en prisiones, servicios de ambulancias o urgencias. Hasta que llegué a la acción médica humanitaria, donde se juntaban varios factores que para mí eran importantes. Durante un tiempo aún estuve combinando el trabajo de enfermería en hospitales con salidas a trabajar en los proyectos por unos meses, en Sahara o Mauritania, hasta que intenté postularme para Médicos Sin Fronteras, donde inicialmente me dijeron que no.

–¿Por qué le dijeron que no?

–Todavía no tenía suficiente experiencia, no hablaba bien los idiomas, etcétera, me faltaba preparación. Decidí prepararme y volver a presentarme. Finalmente me incorporé a la organización y llegó el momento en que decidí dedicarme por entero a Médicos sin Fronteras. De eso hace ahora 21 años .

"Cerca del 90% de nuestro personal es autóctono de los países en los que trabajamos”

–¿Cómo son esos criterios para trabajar en MSF?

–Hay unos criterios muy rígidos. Principalmente nosotros somos profesionales en el ámbito de la medicina, de la enfermería, de la cirugía, de la logística, de las finanzas, de la administración, etc... Trabajamos con personas que tienen experiencia profesional y se les forma además para que crezcan dentro de la organización. El 90% de nuestro personal es personal autóctono de los países en los que trabajamos y un 10% es personal de móvil internacional. En ese grupo, actualmente, la mitad viene de países del llamado sur global o han sido anteriormente personal nacional que han crecido dentro de la organización hasta ocupar puestos de coordinación. Somos muy cautelosos con el personal que enviamos a al terreno y con el personal que reclutamos a nivel local.

-¿Cómo definiría las dificultades principales que os encontráis sobre el terreno?

-Nosotros estamos trabajando básicamente con víctimas de violencia, sea conflicto armado u otro tipo de violencia, además de dar respuesta a emergencias de origen no humano. Trabajamos en zonas muy difíciles donde hay muchos actores distintos. Están los gobiernos, los grupos armados, hay diferentes comunidades… y hay una narrativa contra las organizaciones humanitarias muy peligrosa que pone en peligro el trabajo de nuestros compañeros que están en los proyectos. Tenemos que hacer un esfuerzo adicional para ganarnos la confianza de las comunidades. Tenemos una política de trabajar lo más cerca posible de la gente. A veces no nos dejan, no podemos. Tuvimos en Camerún tres compañeros que estuvieron en la cárcel, una de ellas casi un año, por trasladar a un paciente en una ambulancia. O cuando se habla de que los rescates en el Mediterráneo los hacemos en colaboración con las mafias que se dedican a la trata de personas. ¿En qué mundo vivimos?

–¿Cuáles son los problemas sanitarios a los que os enfrentáis?

-Una de las cosas que nos preocupa enormemente es el impacto del cambio climático y cómo afecta las zonas donde vive la población en situación de mayor vulnerabilidad; la gente que vive del campo, que depende de la lluvia para que tener comida o que no tiene acceso a agua de manera regular. O la gente que está desplazada, que huye por conflictos armados. Vemos cómo se superponen las crisis y asistimos a un incremento de la malnutrición brutal en todas partes. El año pasado en el norte de Nigeria tratamos en un año a más de 100.000 niños por malnutrición. Hay cifras escalofriantes en Somalia o en Sudán, donde además se añade el último conflicto.

-¿Eso afecta a la respuesta global en materia de cooperación?

-Los fondos para ayuda humanitaria han bajado radicalmente. Se focalizan mucho en las crisis que están en la actualidad, dejando de lado otras que ya dejan de estar en los medios de comunicación, como Yemen o como Siria. Y vemos un resurgir de muchas enfermedades que siempre han estado allí, pero que como consecuencia de la falta de acceso o la contaminación del agua, se han incrementado, como el cólera. También han aumentado los casos de dengue, que incluso se está ya viendo aquí con casos autóctonos, porque hay un cambio en la en la dinámica epidemiológica de las enfermedades.

Otro de los grandes problemas que vemos es la malaria. Sabemos que hubo un retroceso brutal durante el Covid en todo lo que fueron medidas de prevención para malaria. Por ejemplo, los programas que los Gobiernos tenían en marcha de distribución de mosquiteras impregnadas para evitar que las mujeres embarazadas contrajeran la enfermedad. Todo esto se paró porque no había fondos porque no llegaba la capacidad de los de los sistemas de salud, ya muy frágiles que estaban pendientes de atender el la pandemia. Del mismo modo, ha habido un retroceso en temas de vacunación en lugares como Congo. Hay miles de niños que no tienen ninguna vacuna puesta en zonas de conflicto armado. Todas las campañas de vacunación se paran. Todo eso incide en el resurgir de muchas enfermedades como el sarampión. Es algo que vemos constantemente. Son zonas donde un sistema de salud frágil, además, queda roto.

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