Tradición oral
  • Escribió Dámaso Delgado que la vengativa vieja de la poza Tintín, doña Juana Páez de Liébana, habría muerto en mayo de 1621, hace justo cuatro siglos

  • El lugar donde vivió como una eremita "verde y jeñosa" conserva aún un halo horripilante, a la manera de un 'Sleepy Hollow' a la cordobesa

La vieja de la poza Tintín, 400 años de leyenda de terror en Montilla

La poza Tintín, cubierta por las higueras este mayo. La poza Tintín, cubierta por las higueras este mayo.

La poza Tintín, cubierta por las higueras este mayo. / Robles

Escrito por

· Ángel Robles

Redactor

Las raíces de las higueras se retuercen al aire junto a la poza Tintín, en un recodo verde y fresco de la campiña cordobesa, en Montilla. Estos días de mayo los higos engordan y los insectos zumban con fuerza. Si uno se detiene y guarda silencio, puede aún escuchar el caer de las gotas, una a una. Tin, tin. De ahí viene el nombre del lugar, porque la cabeza hay que dejarla descansar de vez en cuando. A la poza se llega desde el camino de la Malena, bajando desde la ladera del Castillo, a apenas 2,5 kilómetros del casco urbano.

Hay que dejar atrás la perrera municipal y la depuradora. Entonces la senda se tuerce, se estrecha y a la izquierda aparece una maraña de zarzas. Es un cul de sac. Unas escalerillas empedradas bajan hasta un arroyuelo y al fondo, cubierta de higueras, aguarda la poza con su tintineo, como si fuera una llamada. Para los montillanos, el lugar es un pequeño oasis que el mito hace que se mire con ojos atentos. Porque en este sitio el escritor local Dámaso Delgado (1829-1897) sitúa una historia de horror que la tradición popular arrastraba desde el siglo XVI: la de la vieja de Tintín, "verde y jeñosa", que vengó la muerte de su marido en un duelo con un baño de sangre hace justo 400 años.

Siguiendo la crónica, que la revista La Corredera publicó en 2011 basada en un facsímil cedido por la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, la historia arranca el 31 de julio de 1589, en pleno Siglo de Oro de Montilla, día en que se aprueban las Constituciones de la Orden de los Caballeros Quantiosos con el fin de evitar que los extranjeros se inmiscuyeran en asuntos nacionales. Fue la concreción de dichos artículos el motivo de enfrentamiento de dos caballeros montillanos: don Alonso Vargas y el licenciado don Pedro de Figueroa, que pasaron de las palabras a las manos y, finalmente, a las armas.

El conflicto político se zanja con la muerte en duelo del segundo y con su esposa, doña Juana Páez de Liébana, enloquecida. La viuda madura durante meses una venganza contra el batiente que termina con un baño de sangre a principios de mayo de 1591, cuando tras pergeñar un plan consigue asesinar a don Alonso y a Teresa, su única hija, hechos que nunca se pudieron demostrar. Doña Juana desaparece por siempre en los entonces densos bosques que eran los pagos de Tintín. 

Durante los años siguientes, cuenta el cronista, era común que apareciesen perros decapitados o moribundos entre la poza y la cercana fuente de la Malena, en el camino a Montilla, y que también desaparecieran niños en circunstancias misteriosas. Y que, de vez en cuando, se viera junto a la poza a una mujer mugrienta y desarrapada, a una bruja, a una vieja "verde y jeñosa" que "se cernía continuamente en el hueco del manantial con cedazo monstruoso los higos que arrojaban las higueras plantadas en los superpuestos terrenos de la peña".

Higos que reconcilian

Higos en la poza Tintín de Montilla. Higos en la poza Tintín de Montilla.

Higos en la poza Tintín de Montilla. / Robles

El relato termina a los 30 años, mayo de 1621, con el cadáver de doña Juana portado en mitad de la madrugada hacia el convento de San Laurencio. "Arrepentida y penitente" tras los asesinatos según el cronista montillano, la leyenda da a los higos de Tintín la facultad de "aplacar las diferencias y rencores entre los padres y los hijos", como si el espíritu de la mujer se hubiera mimetizado con la naturaleza para evitar sucesos como el que ella misma protagonizó.

Abandonada durante muchos años, el Ayuntamiento recuperó el entorno de la poza en el anterior mandato en el proceso de puesta en valor de las fuentes históricas de Montilla, y son muchos quienes en los últimos meses, debido a las restricciones, han redescubierto este sitio, que las raíces de las higueras al aire libre y la leyenda convierten en una especie de Sleepy Hollow a la cordobesa. Estos días de mayo, los higos engordan y los moscardones zumban. De vez en cuando, una rama se mueve y el golpeteo de una fruta contra el empedrado del suelo compite con el tintineo de la gota de la fuente, pero ni rastro de la vieja.

La zona, en todo caso, está llena de curiosidades. Si se sigue con la mirada las ramas del árbol que está encima de la poza, de la zona más elevada cuelga una cruz plateada, y hace unos meses apareció la figura de una virgencita con rostro doliente ante la que, de vez en cuando, alguien deja un ramillete de flores. Dentro de la poza, los helechos tintan de verde las paredes encaladas, y en el lado izquierdo, de un hierro sujeto al muro suele colgar una taza para beber del agua fresca del manantial. Quizás, en las circunstancias actuales de crisis sanitaria, dar un trago sea lo más aterrador que se pueda hacer allí.

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