Provincia

La noche más larga

  • La mayoría de los vecinos desalojados de la Herradura apenas han pegado ojo desde que escucharon la explosión

Ninguno de los 60 desalojados del bloque de pisos del Paseo de La Herradura pudo pegar ojo en toda la noche. "Seguimos con el miedo metido en el cuerpo", expresaba una vecina, con el rostro ojeroso, el semblante serio y las lágrimas asomándose a sus ojos. "Ha sido terrible, terrible", asentía su hija, abrazada a ella casi desde la misma noche del lunes en que estalló el piso de arriba y todo se volvió rojo y llegó un calor insoportable.

Los desalojados se asomaban ayer con timidez a su calle. Entre una nube de unidades móviles de televisión y micrófonos, muchos todavía mostraban su angustia. Otros preferían guardar silencio y esperar a que alguien les dejara entrar a su casa "a coger algo de ropa" porque huyeron con lo puesto tras la explosión. Un joven, Eneco, vecino de la planta en la que se produjo la explosión y que se casó este mismo sábado, pudo entrar de forma extraordinaria sólo para rescatar a sus dos gatos, que su mujer ama con locura. "Ni siquiera me ha dado tiempo a ver cómo estaba mi casa. Sólo quería coger a mis animales y salir corriendo".

Eneco y su mujer, Ague, estaban camino de Barcelona para iniciar su viaje de novios "cuando nos llamaron por teléfono, nos dijeron que nos habíamos quedado en la ruina, que nuestra casa había volado por los aires". A la altura de Sagunto (Valencia), Eneco, su mujer y su familia se dieron media vuelta y se volvieron a Pozoblanco. Llegaron de madrugada, cuando el bloque de pisos apenas humeaba. Desde la calle, sólo podían ver que algunas de sus persianas estaban dobladas por el calor y que el humo había oscurecido las ventanas. Poco más.

Peor, mucho peor ha pasado la noche José María García, uno de los cinco heridos del lunes. Este joven vecino ha estado toda la noche en el hospital, en la zona de Observación. Primero, por la cantidad de humo que inhaló y que estuvo apunto de intoxicarle. Por otro, por culpa de un fuerte golpe en el costado, provocado después de ser despedido a más de cinco metros cuando todo explotó.

José María García, vaquero de profesión, subía las escaleras de su casa cuando "noté un fuerte olor a gasolina". "No me dio tiempo a avisar a la gente" y sufrió la explosión justo en el rellano. No llegó a perder la conciencia y cruzó "entre el fuego" para reunirse con su esposa y ponerse a salvo. Ya en la calle y junto a todos sus vecinos menos uno, suspiró porque "esto podía haber sido algo muy gordo", comentaba mirando a lo que hasta el lunes eran dos pisos. Hoy son dos inmensos agujeros carbonizados en una fachada.

Entre la nube de periodistas iban y venían los vecinos. Algunos arrancaban a llorar, otros consolaban a los más tristes: "estamos vivos, estamos vivos", repetían. Los menos, repetían sus testimonios ante las cámaras de televisión, que no cesaron en todo el día de vomitar imágenes en directo. "Ha sido la noche más larga de mi vida", explicaba un hombre, que contaba cómo salió el último del bloque de pisos. Arrancó una puerta y la usó como escudo, para evitar la caída de escombros y cristales.

Pero todavía quedan muchas noches por delante. "Nos han dicho que nos olvidemos de volver al menos en un plazo de tres a cinco días", se abnegaba una pareja. "Llevo un día sin dormir, 16 horas consecutivas de coche y un viaje de novios pendiente", aseguraba Eneco. "Cogemos algunas cosas y nos marchamos", insistía su mujer. La vida sigue. No hay más remedio.

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