El milagro de los peces y el asfalto
Puerto del Calatraveño
Como casi siempre, todo se reduce a dinero y disponibilidad presupuestaria, porque sin fondos no hay manera de reparar una carretera o paliar esos cuantiosos daños que el temporal ha dejado en la provincia
NO hay mayor verdad, sustentada en el sabio refranero, de que nunca llueve a gusto de todos. Aquí en Córdoba, eso del efecto de la lluvia no se ha dejado notar en muchos años y empezaba a convertirse en un problema muy serio no hace tantos meses, con embalses al límite de quedarse secos, extensos campos de regadío sin casi actividad y el aviso de que, o la climatología cambiaba, o las restricciones para el consumo humano no habría fuerza divina que la frenara. Hasta los más incrédulos se agarraron al rezo para ver si así las precipitaciones aparecían, ya sea por la vía celestial o por la natural. Y llegó el milagro.
Córdoba se convirtió en el punto de mira del cielo entre diciembre de 2009 y los primeros meses de 2010, tiempo en el que la lluvia arreó como no se recordaba por estas tierras, y lo que fue felicidad y alborozo en un primer momento se fue convirtiendo en preocupación y desesperación cuando el barro empezó a apoderarse de cientos de viviendas en la provincia y las carreteras se tornaron impracticables, sin contar con las laderas que se caen o los cerros que se desplazan, entre otras adversidades.
Del milagro de los panes y los peces -el más conocido de los que se atribuyen a Jesús de Nazaret- que pedíamos cuando la sequía apretaba, aquí en Córdoba sólo nos dejaron los peces, pero muertos ya y envueltos en barro. Con ese panorama desolador y el sol ocupando el sitio natural predominante al que nos tiene acostumbrados, las plegarias pasaron de la población a la clase política, que sí que necesitaban ayuda divina para recomponer un mapa provincial en el que muchas infraestructuras quedaron en una situación complicada. Clamaban porque el milagro de la reparación del asfalto se hiciera realidad.
Al final resulta que, como casi siempre, todo se reduce a dinero y disponibilidad presupuestaria, porque sin fondos no hay manera de reparar una carretera o paliar esos cuantiosos daños que el temporal ha dejado en la provincia. Pero claro, con el añadido de que la situación financiera de las administraciones no está para tirar cohetes, que entre los recortes que Bruselas ordena, el Gobierno publica en el BOE y el resto de los ciudadanos pagamos y la mala gestión de algunas instituciones públicas, resulta que nadie sabe de qué manera se van solucionar algunas cuestiones inmediatas, como es el caso de las consecuencias de las inundaciones.
Es en este tipo de situaciones cuando el político tiene la tentación de comportarse de manera extraña, de apelar al no pasa nada e intentar tranquilizar al ciudadano con milongas, cuando en realidad, en su interior, clama a la divinidad para ver cómo recomponer una situación que se les escapa. Por eso, llama la atención las maneras -habrá que ver si de forma consciente e intencionada o fruto de otra cosa- de la claridad con la que se ha manifestado el diputado provincial de Acción Territorial, Antonio Ramírez, a la hora de analizar la situación de las carreteras cordobesas. Ni corto, ni perezoso, el pupilo de Francisco Pulido lleva ya un par de meses afirmando que los planes de carreteras previstos para lo que queda de mandato tendrán que esperar, que lo urgente ahora es acometer las obras de emergencia que necesita la red provincial, esa a la que parece que casi nadie echa cuentas pero que es vital para las comunicaciones y la economía de muchos municipios cordobeses.
A buen seguro que Ramírez no descartaría tener que ejercer de improvisado Jesús de Nazaret del siglo XXI para reeditar el milagro de los panes y los peces -con Pulido, eso sí, de maestro de ceremonias- y lograr que esos panes en forma de dinero se pudieran repartir en el arreglo de las dañadas carreteras provinciales. Bien harían otras administraciones en tomar ejemplo y actuar con la misma claridad léxica que muestra Antonio Ramírez, por mucho que algunos compañeros suyos de partido -el PSOE- le tachen de lamentarse en exceso en público.
No sólo la Diputación tiene problemas con las inundaciones en Córdoba, sino que la Junta de Andalucía y el Gobierno central también tienen obligaciones que atender en esta materia. Y a lo mejor, con la situación económica actual, ya no vale sólo con poner al subdelegado del Gobierno a sacar pecho y a decir que el Ejecutivo central asume el 43% de los daños de las lluvias o a traer a la consejera de Obras Públicas a cortar la cinta de una variante, como la de Posadas, que se ha tardado una década en acabar. A lo mejor llega la hora de trabajar más o incluso de aventurarse a pedir un milagro, ya sea el de la multiplicación de los panes y los peces, el de convertir el agua en vino (de Montilla-Moriles, por supuesto) o el de la resurrección.
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