La magia de Moratalla

La empresa Córdoba Viva y Autocares Arrecife ponen en marcha visitas guiadas al palacio ubicado en Hornachuelos y a sus históricos jardines

1. Jardín principal del Palacio de Moratalla, presidido por plátanos de sombra de más de 150 años. 2. Asistentes a la visita organizada por la empresa Córdoba Viva en el salón de los espejos. 3. Fuente de Doña Leonor, construida en honor de una de las hijas del segundo duque de Viana. 4. Reja de entrada al palacio, que diseñó el ingeniero francés J. N. Forestier. 5. Jardín naval del interior del palacio.
1. Jardín principal del Palacio de Moratalla, presidido por plátanos de sombra de más de 150 años. 2. Asistentes a la visita organizada por la empresa Córdoba Viva en el salón de los espejos. 3. Fuente de Doña Leonor, construida en honor de una de las hijas del segundo duque de Viana. 4. Reja de entrada al palacio, que diseñó el ingeniero francés J. N. Forestier. 5. Jardín naval del interior del palacio.
Lourdes Chaparro

16 de junio 2013 - 05:01

Es uno de esos enclaves idílicos, en los que bien podrían filmarse películas de época victoriana y por los que perderse para el deleite de los sentidos. A poco menos de 40 kilómetros de la capital cordobesa -en Hornachuelos- se encuentra el Palacio de Moratalla, el mismo que mandaron construir los primeros marqueses de Viana. En su origen fue una villa romana, pasó a ciudad árabe y, en lugar de evolucionar como ciudad, la extensión que ahora ocupa este palacio se convirtió en un inmenso cortijo que llegó a extenderse hasta la cercana provincia de Sevilla. Hay que dar un salto en la historia y llegar hasta finales del siglo XIX para conocer al detalle el origen de este magnífico emplazamiento que a partir de finales de este mismo mes se podrá visitar, gracias a la iniciativa que han puesto en marcha la empresa de turismo cultural y de naturaleza Córdoba Viva, la Asociación para el Fomento del Turismo del Valle del Guadalquivir Cordobés y Autocares Arrecife, que el pasado miércoles ya ofrecieron una visita guiada a diferentes medios y compañías especializadas en la que participó El Día.

Para poner en marcha esta iniciativa, la empresa ha llegado a un acuerdo con los actuales propietarios. El coste de la entrada es de 18 euros por persona, incluidos los traslados desde la capital cordobesa, guía, acompañante, explicación histórica y un paseo guiado por el recinto. La duración del servicio será de cuatro horas. La recogida de visitantes en Córdoba se hará en la avenida de Fray Albino, junto al hotel Hesperia, y el Paseo de la Victoria.

Así las cosas, y según la explicación aportada por Javier Peña, uno de los monitores de la empresa Córdoba Viva, la finca -que albergó el que fuera el primer campo de polo de España- era propiedad de Juan Bautista Cabrera, que contrajo matrimonio con María del Carmen Pérez de Barradas, hija de los marqueses de Peñaflor, quien al morir le dejó toda su herencia. Tras el duelo, María del Carmen Pérez de Barradas se volvió a casar con Teobaldo de Saavedra y Cueto, hijo del duque de Rivas, quien al tener el señorío de Viana pasaba largas temporadas en la finca. Como el matrimonio tampoco tuvo descendencia, la sucesión correspondió a su sobrino, José Saavedra y Salamanca. Y con él y dada su influencia social -no en vano era Grande de España y asesor del rey Alfonso XIII-, el palacio se convirtió en epicentro de visitas y cacerías reales de 1908 a 1930.

Dadas sus influencias y su posición social, José Saavedra y Salamanca conoce al ingeniero francés Forestier, quien diseñó el recinto siguiendo el patrón de los jardines versallescos. Eso sí, Forestier no se limita a hacer una réplica de esos jardines, sino que incorpora elementos característicos de la cultura árabe -tras un viaje que realizó al sur de España durante nueve días-, al introducir fuentes bajas, incorporar un canal intermedio y utilizar ladrillo y azulejo, entre otros elementos, en los que no faltan símbolos de la masonería. Se da la circunstancia de que, además, en el resto de los jardines que diseña no utiliza este tipo de elementos. De Forestier también es el diseño de la impresionante verja de entrada que da paso a los jardines, cornada por dos jabalíes -en principio iban a ser dos leones-, el escudo del actual propietario -el duque de Segorbe- y el collar del Toisón de Oro y el de Carlos III.

Lo bueno del jardín -que ocupa una extensión de ocho hectáreas y del que se encargan cuatro jardineros- es en que en la parte principal, según las explicaciones dadas por el monitor, hay una diferencia de hasta 11 grados de temperatura. La razón: los plátanos de sombra que tienen ya más de 150 años y que está abovedados de forma natural, con lo que dan un sombra perfecta. En esta diferencia de temperatura también juega un especial papel la presencia de los castaños de Indias, lo que al mismo tiempo favorece que el jardín se convierta incluso en un refugio para las aves. Sin duda, todo un lujo.

La visita incluye el paseo por el jardín principal -con sus ocho terrazas escalonadas- y, posteriormente, un recorrido por el resto de las ocho hectáreas que lo componen. Entre ellas, la Fuente del Recreo, que incluye tres terrazas a distinto nivel, y un canal que arrastra el agua hasta un estanque semicircular. Sin duda, un paraje en el que cambia la vegetación y que da la sensación de entrar en un mundo totalmente diferente, debido a lo abundante de las especies arbóreas, que casi se solapan con la vegetación del bosque mediterráneo y de la que no resultaría nada extraño ver salir a un elfo o a un duende si es que existiesen. Como dato curioso, este pequeño vergel cuenta con dos caminos que, según apunta el monitor, servían para dar salida "a las visitas incómodas que llegaban al palacio o no querían ser vistas".

El recorrido llega ahora al Prado de las Violetas, un espacio que fue utilizado para practicar diversos deportes, entre ellos el tenis. Sin embargo, pasado el tiempo ahora se utiliza para celebraciones como bodas o recepciones. Otro de los datos curiosos que destaca el guía en este punto es que ahora en este singular prado ya no nacen violetas porque los plátanos de sombra restan luz y "no permiten que crezcan". Al fondo aparece lo que era la casa del guarda, donde se guardaban los aperos del campo. Una pequeña casa, casi de cuento de princesas, que ahora se ha reconvertido en suite nupcial para los novios que celebren en este espacio su boda y que cuenta con una coqueta y estrecha escalera de caracol.

No hay descanso en la visita ni lugar que dejar de contemplar en los jardines. Tras un pequeño paseo en el que hay que descender con sumo cuidado para evitar caer al suelo, el camino de tierra se detiene ante la singular Fuente de Doña Leonor, construida en 1913, en memoria de una hija del segundo Marqués de Viana. Aparece casi escondida y de ella surge agua que, según Peña, el rey Alfonso XIII mandaba embotellar con destino a Madrid porque estaba convencido de sus propiedades saludables. Sin duda, otro oasis esculpido en la naturaleza por la que se llega también al estanque de la Fuente del Ciervo, a pocos metros ya del Palacio de Moratalla, que también se puede visitar, aunque sólo una parte.

El salón de los espejos es la primera estancia que se visita, tras la que se da paso a unas imponentes escaleras y alguna que otra dependencia cerrada y donde se han grabado algunos anuncios para la televisión. La terraza es el destino final de la visita y desde ella se pueden contemplar pequeños jardines. Uno sin duda alguna resulta más que curioso puesto que sus plantas representan una batalla naval. La predilección que sentía la realeza de la época por el Palacio de Moratalla se encuentra reflejada en el gran azulejo que preside la entrada del inmueble -que estuvo tapado durante la Guerra Civil española para evitar que sufriera daños-. No en vano, cada vez que Alfonso XII y Alfonso XIII se hospedaban en él -13 ocasiones- para participar en monterías que el marqués de Viana organizaba, quedaba constancia en el azulejo.

Tras casi dos horas de paseo, que sirven también para aprender algo de historia, la visita concluye con el buen sabor de boca de haber descubierto la magia que esconden los rincones del Palacio de Moratalla.

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