Provincia

La luz entra en Santa Clara

  • Un nuevo colectivo lucha por recuperar las zonas degradadas del cenobio de clarisas franciscanas 'El Día' recorre las estancias de este convento de clausura

Los siglos han sepultado Santa Clara bajo capas de cal y olvido. "Hace un tiempo me dijeron que hiciera como si esa zona no existiera, que actuara como si hubiera un muro", lamenta con crudeza sor María de Jesús Blanco, la abadesa que rige en este cenobio de clarisas franciscanas de Montilla. El escenario de la conversación es un patio de altos muros desconchados, paredes húmedas y abultadas, enormes salas vacías. En Santa Clara, historia y arte confluyen en uno de los complejos religiosos más apabullantes de la provincia, en una mezcla irrepetible de estilos arquitectónicos. Pero el tiempo pasa factura.

Pese a la restauración llevada a cabo por la Junta de Andalucía hace ya más de una década para recuperar la sala Capitular y musealizar una parte del inmueble y a la ayuda de la Diputación para habilitar las celdas de las religiosas, la mitad del convento permanece en estado ruinoso, necesitado de una intervención de urgencia. Una nueva asociación lucha ahora por devolver el esplendor al edificio. El Día recorre este convento de clausura guiado por la hermana abadesa y por la portavoz del colectivo, la historiadora María Dolores Ramírez.

La luz, por fin, entra en Santa Clara: "No queremos que el convento corra la misma suerte que la portada de San Lorenzo o que el palacio de los Duques de Medinaceli", advierte Ramírez. El arco plateresco, despojado de buena parte de la filigrana que lo cubría, permanece en pie a duras penas entre tierras de cultivo a las afueras del casco urbano; el palacio, en ruinas, conecta con el cenobio a través de un arco que conforma uno de los pocos rincones pintorescos que perviven de la ciudad antigua. De este arco, precisamente, nace el lienzo que envuelve el complejo religioso como una muralla infranqueable de blancura inmaculada.

Dentro pervive el oasis de reflexión y silencio para clarisas franciscanas fundado en 1525 por doña María de Luna, hija menor de Pedro Fernández de Córdoba, primer marqués de Priego, y de Elvira Enríquez de Luna, prima hermana de Fernando el Católico. El convento, organizado en torno a tres grandes patios (el Principal o de la Iglesia, restaurado, el de la Fuente y el del Pretorio) y otros secundarios de servicio, representa una alianza inolvidable entre gótico tardío, renacimiento, manierismo y mudéjar. El paso de los siglos, sin embargo, ha borrado el esplendor pasado y el 50% de la superficie conventual se encuentra necesitada de rehabilitación o -al menos- de estudio, incluida la capilla donde descansa el Padre de Familias, un pequeño crucificado de gran devoción entre las religiosas y que el público no puede visitar en la actualidad por encontrarse en el espacio de clausura.

Tras una colorida celosía mudéjar, sobre el patio del Pretorio, al fondo del convento, las religiosas miman esta pequeña capilla como un tesoro para disfrute particular. Junto al crucificado, se conservan ricos relicarios y una colección de niños jesús donados durante siglos por las familias de las religiosas cuando las mujeres decidían dar el paso y dejar la vida del exterior. En la bóveda, sin embargo, una grieta advierte del peso físico de la Historia. La intención de la asociación -narra Ramírez- es convertir este espacio en uno de los puntales de un nuevo espacio expositivo ideado por el arquitecto Arturo Ramírez para recuperar una zona sumida ahora en el olvido.

El proyecto propone aprovechar la puerta existente en la calle Benedito XIII para la entrada y salida de visitantes y no alterar así la silenciosa vida de la clausura. Junto a la capilla, turistas y vecinos podrían visitar también la sala de las Tacas, que conserva los pequeños armarios o taquillas de obra con puertas de madera y ventanucos de ventilación donde las hermanas han guardado durante siglos sus enseres. Y la antigua enfermería, una sala de dimensiones colosales en la que la asociación quiere crear una exposición sobre la vida conventual. Antes de todo esto, sin embargo, queda un esfuerzo ímprobo por conseguir los más de 110.000 euros que costarían las obras para salvar la estructura del inmueble.

"Queremos dar un testimonio de vida, de paz y silencio", dice la abadesa, entusiasmada por el nuevo proyecto. La comunidad asume habitualmente pequeñas obras, como la que estos días se acometen en la antigua sala de labores para verano, en el segundo patio, en la que las religiosas invertirán alrededor de 5.000 euros. Pero la recaudación de la venta de dulces y de las visitas guiadas difícilmente podrá cubrir los gastos del nuevo proyecto. De ahí la movilización emprendida por el nuevo colectivo entre los vecinos para que cunda la voz de que Santa Clara es parte fundamental de la historia local, advierte Ramírez.

Aparte del popular San Pancracio y de un obrador en el que las monjas dan rienda suelta a su maestría con el arte de la repostería, Santa Clara atesora obras de Alonso Cano y Valdés Leal, un coro alto con una celosía mudéjar única en la provincia, un monumental retablo churrigueresco, magistrales artesonados y una colección de escultura religiosa de incalculable valor. Allá donde no llega la luz, sin embargo, las techumbres de ladrillos por tabla se vienen abajo y los gruesos muros supuran humedad.

Y ello pese al ingente esfuerzo de la docena de religiosas que compone la comunidad -ocho de ellas procedentes de Kenia- para mantener impolutas las estancias, los espacios abiertos y los corredores. El Ayuntamiento colabora puntualmente enviando personal para mantenimiento y algunos particulares, conocedores de la realidad intramuros, realizan donaciones. Es el caso de María del Carmen Jiménez-Alfaro, condesa de Prado Castellano, que recientemente aportó 30.000 euros para unas obras de emergencia.

Pero falta mucho más por hacer. Dos de los cuatro ángulos del patio de la Fuente requieren de una intervención, mientras que el del Pretorio -llamado así por su forma triangular, como en el que la tradición sitúa la flagelación de Cristo antes de la Crucifixión, explica la abadesa- hace ya tiempo que dejó de ser lugar de tránsito para las religiosas. Un limonero vencido por el peso de la fruta es el único vestigio de vida en este enclave del XVII con arcadas de corte renacentista, donde siglos atrás se encontraba la enfermería baja. En la parte superior, en la galería que conduce a la capilla del Padre de Familias, dos rostros tallados en piedra y rictus románico son testigos mudos del paso de los años.

La cal les cubre la cara, como sepulta también las columnas de piedra -en tiempos, exentas- que circundan los patios principales e incluso las tallas de algunos capiteles, veladas antaño por el paso de brochas poco cuidadosas. Hubo un tiempo en que, con pintura blanca, se intentaron borrar desconchones y humedades que, como arrugas de senectud, surgían en estos muros de un metro de espesor. Ahora se necesita mucho más que cincel y martillo.

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