Tras las huellas del Inca
montilla
El IV centenario de la muerte del Inca Garcilaso anima a redescubrir a un personaje histórico que es considerado el primer mestizo
"¿Soy indio ¿Soy mestizo? ¿Soy español?". Efectivamente, la Historia se ha empeñado en definir a Gómez Suárez de Figueroa, que cambió su nombre y rúbrica por Inca Garcilaso de la Vega (Cuzco, Perú, 1539-Córdoba, España, 1616), como el primer mestizo biológico y espiritual de América. Hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega, familiar del célebre poeta del Siglo de Oro, y de la ñusta o princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, Gómez Suárez de Figueroa vivió 30 años en Montilla, donde gestó algunas de sus obras más célebres; allí estrechó lazos con Posadas y Priego antes de trasladarse a Córdoba capital, donde está enterrado en la Mezquita-Catedral. El 23 de abril se conmemora el IV centenario de su muerte, una efeméride que la provincia de Córdoba quiere festejar con una ruta turística por los lugares del Inca, jornadas y ponencias; la Cata del Vino Montilla-Moriles, del 20 al 24 de abril, estará dedicada a su figura, al igual que el Día del Vecino de Montilla, que tendrá lugar el próximo 17 de abril. El Día sigue a continuación las huellas del Inca por la provincia.
En la ruta para comprender y profundizar en esta figura histórica, la primera parada debería ser la llamada Casa del Inca, en la calle Capitán Alonso de Vargas, en Montilla, aconseja la concejala de Patrimonio Histórico, María Luisa Rodas (IU). Allí vivió durante tres décadas este "cuzqueño de Montilla", como lo definió el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Fue el diplomático, historiador y catedrático Raúl Porras quien en el año 1949 identificó esta vivienda como el hogar del Inca. El conde la Cortina la adquirió y la cedió al Consistorio montillano con la finalidad de que la convirtiera en un centro cultural. La casa acogió la biblioteca municipal y, de hecho, aún se conserva allí "un fondo muy importante de estudios americanistas", dice la edil.
De este inmueble se conserva "la parte más noble", con tres crujías en torno al llamado patio de la Palmera, un lugar "perfecto, recoleto, para sentarse y disfrutar de la primavera observando la belleza de los muros de piedra", describe la concejala. No se trata de una casa-museo propiamente dicha, pero un paseo sosegado por sus estancias ayuda a comprender cómo pudo ser la vida que el Inca Garcilaso llevó en Montilla. Se han reconstruido al estilo hidalgo de la época la cocina, la alcoba, el despacho o la biblioteca, donde pueden contemplarse los dos retratos más célebres del humanista, admirador de Plutarco o Dante, Séneca y Petrarca. Uno de los cuadros, el que se conserva en la biblioteca, es obra del reputado autor cusqueño Juan Bravo. El visitante tampoco debe perderse el desván, donde estos días puede contemplarse una exposición sobre el mundo andino, invita Rodas.
El historiador Luis Palacios, presidente de la Asociación Cultural Inca Garcilaso de la Vega de Posadas, define su personalidad: "Tras abandonar las armas, se dedicó a la meditación y a la filantropía. A su pasión ganadera equina y a su entrega esmerada a la literatura y a la pluma. Como bien reza en su escudo de armas, Con la espada y con la pluma". Sobre su pasión al mundo ecuestre, abunda la concejala montillana: "El espacio que ahora ocupa la bodega de la casa debieron ser los antiguos pesebres. Hay documentos que atestiguan que algunos de sus sementales llegaron a ganar el concurso de monta de Caballerizas Reales. El director de la Casa de las Aguas de Montilla, José Antonio Cerezo, bromea sobre la larga estancia del Inca en Montilla, mucho más pragmática de lo que pudiera parecer: "Vino a heredar de su tío, el capitán Alonso de Vargas, pero como sucede en estas ocasiones su familiar duró más que un martillo enterrado en paja". Esperó 30 años (de 1560 a 1591), un largo periodo de tiempo que dedicó a "escribir y a llevar una vida apacible dedicada a las actividades literarias". El último tramo de su vida transcurrió en Córdoba, donde el ambiente cultural era más prolífico y al gusto del mestizo universal.
Fue a partir de 1949, de la mano del citado Raúl Porras, cuando el municipio de la Campiña Sur empezó a redescubrir a uno de sus vecinos más celebres. Parte de ese trabajo de investigación y recopilación puede contemplarse en la también montillana Casa de las Aguas, en la calle San Fernando. Allí se custodian para consulta e investigación "muchísimos documentos de tipo económico, censos...", describe el director de la institución, donde tienen su sede la Fundación Manuel Ruiz Luque y el Museo Garnelo. Pero, sobre todo, se guardan las primeras ediciones de sus obras, como Diálogos de amor de León Hebreo, de 1590, que ha pasado a la Historia de la literatura como la primera publicación de un peruano en Europa. De sus obras más célebres, La Florida, Comentarios reales e Historia general del Perú, también se conservan aquí primeras ediciones, auténticas joyas para los bibliófilos.
El redescubrimiento de esta figura a partir de la década de los 50 del pasado siglo eclosionó en un "auténtico homenaje" en todo el callejero de Montilla. "Hay calles dedicadas a Perú, a Cuzco, al propio Inca Garcilaso, a Alonso de Vargas, a Raúl Porras...", enumera la concejala de Patrimonio. También el instituto lleva el nombre del primer mestizo y en el paseo de Cervantes, en 1992, con motivo de la celebración del V centenario del descubrimiento de América, el municipio quiso rendir homenaje a sus vínculos con Perú con una fuente de dimensiones monumentales.
"Montilla sí ha sabido capitalizar la figura del Inca Garcilaso, pero ni en Posadas ni en Priego de Córdoba han tenido hasta ahora esta inquietud", lamenta Luis Palacios. Ambos municipios formarán parte de la ruta turística que ultima la Diputación de Córdoba, aunque las huellas tangibles del cusqueño no son tangibles como en Montilla. Eso sí, un paseo por los cascos históricos de ambos municipios ayudará a revivir los tiempos por los que allí anduvo el Inca, invita a descubrir Palacios. Desde luego, es irrefutable que Gómez Suárez de Figueroa estuvo en Priego y en Posadas, como atestiguan diversos documentos.
A este segundo municipio lo unió la figura del capitán Gonzalo Silvestre, quien le proporcionó la temática para su obra La Florida. Gonzalo Silvestre, además, era uno de los españoles que regularmente acudían en el Cuzco a las tertulias amigables en la casa de su padre. Ya en España, las visitas del Inca a casa de Gonzalo y de Gonzalo a casa del Inca fueron habituales. Así describe el escritor peruano Francisco Carrillo Espejo en los hipotéticos diarios de Garcilaso de la Vega uno de estos encuentros: "Día de alboroto en la casa de mis tíos. Sorpresivamente se ha presentado Gonzalo Silvestre. Caballero, voz de truenos. Silvestre es un gigante. Su aspecto, de mala condición; su cojera, más pronunciada que en Madrid, pero tras ese aspecto y esa voz de truenos, su ser es tierno y amable como el pan de Montilla. Cuando habla de la Florida, de las guerras entre españoles del Perú, de la casa de mi padre en el Cuzco, mi tío Alonso está atento. Se ha ido Gonzalo Silvestre y Montilla ha quedado silenciosa". En otra entrada de este ficticio diario personal, que puede consultarse como si de un blog de la época se tratara, se reproduce una invitación de su amigo: "Te escribo desde Las Posadas. Ven, Garcilaso. Terminemos La Florida. Por mí no quedará trunca nuestra historia. España debe saber de las hazañas de los que fuimos a la Florida. Confío en ti. Mi vida durará en páginas de crónicas gloriosas. El Rey no me conoce, pero tú me harás efigie con tus palabras. He dispuesto un cómodo aposento para ti y he conseguido buen papel para tu pluma". La Florida se publicó por primera vez en 1605 en Lisboa.
En 1591, Garcilaso de la Vega dejó la que fuera residencia de su tío en Montilla y se trasladó definitivamente a Córdoba, donde se relacionó con algunos doctores como el jesuita Juan de Pineda. En 1612, compró la capilla de las Ánimas en la Catedral de Córdoba, donde su hijo sería sacristán. Allí fue enterrado tras su fallecimiento, entre el 22 y el 24 de abril de 1616. "Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas", reza sobre su lápida.
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