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Tambores y candelas celebran la víspera del Día de San José
Los baenenses salen a la calle con los sonoros instrumentos en la antesala del Día del Padre
El aire se impregna de olor a maderas quemadas, el sonar de tambores por doquier desde primeras horas de la tarde se torna ensordecedor. Baena y su casco histórico vibran de emoción, es la víspera de San José, del Día del Padre, y en esta ciudad del Guadajoz ayer fue una jornada de fiesta, de toma de contacto con las cajas, de noche sin tregua, sin descanso a la luz de las hogueras.
Se trata de una antiquísima tradición que lejos de perderse cobra fuerza año tras año. Desde días atrás, los baenenses miran al cielo. Por suerte, la jornada de ayer amaneció plácida, casi primaveral, el tiempo acompañó y ello dio si cabe más fuerza para colgarse el tambor, salir a la calle y golpear con ímpetu el sonoro instrumento hasta altas horas de la madrugada. No hay orden ni reglas, es un sonar desordenado muy lejano del toque lineal y acompasado del judío en procesión.
En las calles las cocheras particulares se tornaron cuarteles de Cuaresma, la prensa a un lado, el torno al otro, y junto a ambos un grupo de amigos intentando con ahínco que su caja suene como ninguna; el cordel se estira al máximo, aunque con sumo cuidado para que el pellejo no se rompa, llevado hasta el límite. Y el baenense lo tocó con fuerza durante la pasada noche para desquitarse de las acumuladas ganar de tomar de nuevo un tambor entre sus manos, desde la última Semana Santa.
Junto al tañer del sonoro instrumento, es característico también en esta noche el olor a maderas quemadas, a altas llamas procedentes de ingentes hogueras que transforman el color negro de la noche en un tono anaranjado, rojo, verdoso… en un color que permite que Baena pueda ser avistada desde lejos. Mayores y niños alimentaron las llamas con viejos enseres, palos o cualquier cosa que se pudiera quemar y fueron muchos los tambores que visitaron uno a uno los típicos y, por desgracia, cada vez más escasos candelorios.
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