Sacerdotes en el asfalto
religión
Algunos de los curas rurales de la provincia recorren hasta 300 kilómetros diarios para decir misa, a la que puede que no asista nadie, o hacerse cargo en un día de una decena de celebraciones
No son taxistas, pero llevan miles de kilómetros a sus espaldas a cuenta de Dios. Un peso ese el de ponerse cada día detrás del volante para recorrer, por ejemplo, hasta 300 kilómetros para celebrar desde una misa a un funeral en diferentes localizaciones de la provincia. Son los sacerdotes de las aldeas de Córdoba. A simple vista, eso de ir en coche con la hora justa cada día puede parecer una actividad frenética y llevar una vida estresante, pero ninguno de ellos pone reparo en ello. Algunos de estos sacerdotes reconocen que han llegado a una pequeña aldea y se han encontrado que no había nadie para quien celebrar la misa del domingo o que han hecho, incluso, de taxistas para llevar a algún que otro parroquiano a otra aldea y lograr, así, un pequeño grupo de fieles para decir misa. Otros, incluso, han tenido que decir una eucaristía en las aulas de algún colegio a falta de una iglesia para ello.
La Diócesis de Córdoba se distribuye en cuatro grandes vicarías: la capital cordobesa, la Campiña, el Valle del Guadalquivir, y la Sierra. En la provincia, según los datos aportados por el Obispado, hay 231 parroquias, 265 sacerdotes diocesanos, de los que la mayoría -245- residen actualmente en la Diócesis; el resto vive en otras diócesis o en el extranjero. Pues bien, entre todos ellos se encuentran los que trabajan en el ámbito rural y se pasan en el coche buena parte del día.
Uno de ellos es Carlos Sanz, párroco in solidum -término que significa que el obispo puede encomendar a varios sacerdotes, de modo solidario, la atención pastoral a una o varias parroquias- desde hace dos años de Fuente Palmera, localidad que tiene nueve aldeas en las que cada domingo se celebra una misa. Este joven sacerdote -nació en Valladolid en abril de 1981- se formó en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater San Juan de Ávila de Córdoba y llegó a Fuente Palmera en diciembre de 2011, donde ejerció el diaconado hasta el 30 de junio de 2012 y fue ordenado como presbítero por el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández. Carlos Sanz asegura que "a diario solemos celebrar dos misas, una en una aldea y, la otra en la parroquia La Purísima Concepción de Fuente Palmera". A estas dos celebraciones, continúa, "hay que añadir los entierros". El cura detalla que el día a día en la parroquia "es bastante movido: por la mañana procuro estar en la iglesia y en el despacho parroquial para las distintas necesidades de los fieles y, por la tarde visitamos los grupos de catequesis y celebramos las misas que estén marcadas". Es tajante al afirmar que no le cuesta trabajo ir de aldea en aldea porque, "sinceramente, lo hago con gusto". "Es verdad que estamos mucho en el coche, pero no me resulta pesado", insiste. En su trabajo cuenta con la colaboración de los vecinos, de los que dice que se siente muy querido, porque "veo que soy útil para ellos en su vida espiritual y en las diferentes situaciones de la vida". Y es que son los propios vecinos los que a menudo se encargan de abrir la iglesia y de los preparativos para las celebraciones. En estos años como párroco, Sanz ya ha tenido alguna que otra situación -cuanto menos- curiosa, al no haber podido celebrar misa porque "no ha venido nadie" y también al contrario, es decir, ir a una aldea y encontrarse en ella a parroquianos de Fuente Palmera. Los kilómetros, aunque cree que no pesan, si que le quitan, por ejemplo, "tiempo para pararme con la gente, poder confesar cuando me lo piden o poder charlar con tranquilidad". Esta labor, además, ha servido para que Sanz modifique su visión del mundo rural, "ya que todo ha cambiado mucho de unos años para acá". Aún así, reconoce que "lo que sí que veo y experimento es que es más fácil llegar a la gente del mundo rural; al no ser una ciudad, tienes la posibilidad de acercarte más, de conocer más, de saber cómo puedes llevarles a Dios y ayudarles".
Las parroquias que atiende José Antonio Jiménez suman unos 15.000 vecinos. El listado es más que amplio porque es párroco de la Inmaculada Concepción, en La Carlota; la Inmaculada Concepción, en Aldea Quintana; la Inmaculada Concepción, en El Arrecife; San Pablo Apóstol, en El Rinconcillo; Nuestra Señora del Rosario, en Fuencubierta; además de capellán del colegio Jesús Nazareno de la capital cordobesa. Jiménez, natural de Benamejí, tiene 33 años y se ordenó sacerdote en junio de 2008. Desde entonces ha trabajado en La Carlota y sus aldeas, primero como vicario parroquial y, desde principios de 2012 como párroco. Jiménez explica que la parroquia de La Inmaculada Concepción de La Carlota cuenta con diez aldeas, donde hay cinco parroquias y cinco capillas. "La media semanal de cada uno de los sacerdotes que estamos en La Carlota supera los 300 kilómetros", subraya. Destaca también que el trabajo aumenta al llegar el fin de semana: "Hay días de diario que llegamos a tener seis celebraciones, mientras que algunos sábados y domingos hemos llegado a tener diez actos distintos entre misas, bautizos, bodas, entierros y reuniones". Después de todo esto, el trabajo diario puede resultar más tranquilo. Pero tampoco, porque asiste a la capellanía del colegio Jesús Nazareno de Córdoba, visita enfermos, atiende el despacho parroquial y hace las gestiones de las parroquias. Eso, por la mañana, porque por "las tardes siempre son celebraciones de misas, catequesis y reuniones, mientras que el fin de semana es misa tras misa", anota. Y claro, después de todo esto, de lunes a domingo Jiménez confiesa que "se nota mucho el cansancio, pero es cierto que la juventud te ayuda a tener más fuerzas y llegar más lejos". "A veces tengo ganas de estar en un sitio donde no tenga que coger el coche y, en muchas ocasiones, he ido en bicicleta a las aldeas más cercanas por olvidarme del coche; creo que gasto más en mantenimiento del coche que en comida", considera. No obstante, la Diócesis da una ayuda económica a estos sacerdotes para sufragar el coste del kilometraje. También él ha sufrido los rigores de ir a decir misa y encontrarse sin audiencia. "En épocas de mucho frío y de mucho calor es complicado. Cuando hay muchas misas, hay que poner horarios distintos y, en algunas horas el calor hace demasiada mella para salir de tu casa e ir a la iglesia", mantiene. Como apunte que se puede tildar de anecdótico, Jiménez señala que en una de estas aldeas "durante mucho tiempo he celebrado cada semana la misa en un aula del colegio, usando la mesa de la profesora como altar improvisado". Pero aún hay más, porque este sacerdote apunta que "en alguna ocasión me he encontrado solo una persona o dos, los he montado en mi coche y los he llevado a la siguiente aldea para reunir un grupo más numero para celebrarles la eucaristía". A pesar de ello mantiene que "el mundo rural para un sacerdote es como un paraíso, poca gente, sencilla, con una gran piedad popular y, si fuésemos más sacerdotes, cada aldeíta merecería tener el suyo propio". Al igual que el resto de curas rurales, también Jiménez loa la colaboración de los vecinos, que se encargan de preparar la misa, abrir y cerrar la iglesia y "tenerlo todo a punto". A su juicio, "ejercen de facto, como la continuación del sacerdote; sólo les falta decir misa".
Francisco Manuel Gámez, natural de Fuencubierta (una aldea de la Carlota), se ordenó sacerdote en 2010. Su primer destino fue Cardeña, Azuel y Venta del Charco, en Los Pedroches, donde ejerció de párroco durante cuatro años y medio. Actualmente lleva casi tres años en Hornachuelos, en la Vega del Guadalquivir, con tres de sus poblados de colonización: Bembézar, Mesas de Guadalora y Céspedes. Al detalle, las misas son los sábados en las localizaciones de Céspedes, Mesas de Guadalora y Hornachuelos y, los domingos en la capilla San Antonio, Bembézar y Hornachuelos. Gámez lo tiene claro y a pesar de todos los kilómetros que hace cada día dice que "para un cura, que sabe que su misión es servir, no se hace pesado". Gámez alude a que en estos años "se han desarrollado actividades para incrementar la unión de los pueblos y conocerse mejor aun siendo de distintas parroquias". "Hay personas muy colaboradoras como es el caso de sacristanes y personas muy vinculadas a cuidar de la parroquia", indica. La relación con los vecinos, expone, es "cordial y, como siempre digo, no somos monedas de oro que le gusta a todo el mundo". A pesar de las incomodidades que pueda ocasionar el hecho de estar en la carretera cada día, Gámez afirma que "me siento bien en esta parcela de la Iglesia, hay mucha cordialidad entre el Monasterio de Escalonias, el convento de Carmelitas de San Calixto, Arenales y las parroquias en sí". También confiesa que es un sacerdote al que le gusta "estar como el laurel, en todas las comidas, aunque sea lo primero que se saque".
"Parece que la ciudad es el lugar idóneo para vivir, pero el mundo rural es un sitio privilegiado para ello. Puede que esté poco valorado, pero la vida en estos pueblos nos recuerda que no todo son prisas, gastos, indiferencia o tecnología punta, ya que se valora más a la familia, a los amigos y a las cosas pequeñas". Es lo que sostiene Agustín Alonso Asensio, sacerdote gaditano que fue ordenado como tal en junio de 2008 y que reside en Peñarroya-Pueblonuevo, donde se encarga de las iglesias de El Salvador y San Luis Beltrán. Él es párroco en la Vicaría de la Sierra y, junto al vicario parroquial Columbus Daniel Anthony (India, 1975) son los responsables de las parroquias de las localidades de Los Blazquez, Valsequillo, La Granjuela, El Porvenir y Peñarroya-Pueblonuevo, en el Valle del Guadiato. Cada semana, según calculan, "podemos hacer entre los dos unos 50 kilómetros o más". El trabajo es de una celebración diaria, "pero los fines de semana podemos hacer dos o tres celebraciones fijas de las misas, bautizos, bodas o entierros", destaca. También él reconoce que el coche es para ellos "una herramienta" de trabajo, si bien, aclara que no considera que viva en él. "Hay mucha necesidad y, lo que se puede considerar esfuerzo, podemos sopesarlo con la necesidad de que tengamos más vocaciones sacerdotales y atender mejor y más, a los pueblos asignados", sostiene. En su exposición también alude a la actitud de los vecinos y asegura que "los feligreses son acogedores, nos cuidan y miran por sus curas". Sin embargo, añade, "esto no quiere decir que todo sea idílico, porque cuando hay personas que viven juntas siempre hay roces o diferencias y eso pone de relieve que sí estamos con ellos y para ellos". En este ir y venir por las parroquias de la Vicaría de la Sierra, este sacerdote ha llegado a celebrar misas solo y sostiene que "puede que parezca algo innecesario, con el trabajo que se nos puede acumular, aunque normalmente siempre suele haber personas que asisten a las misas diarias". "Siempre hay personas que se ocupan de la sacristía, de la limpieza, de cambiar las flores, lavar los manteles, abrir la iglesia o tocar las campanas", cita, al tiempo que manifiesta que "en muchos caso, los vecinos son nuestros pies y manos". En la misma línea, reconoce que "nos gustaría estar más con ellos, porque uno aprende de estas personas mucho y esto hace que el cariño y la cercanía no sean algo teórico, sino real".
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