Subbética

El canto a la fe aracelitana de Lourdes Fuentes devuelve a Lucena sus Fiestas Patronales

  • El pregón íntimo, profundo en las creencias marianas y fuertemente devocional de Lourdes Fuentes, inicia unas Fiestas Aracelitanas que han supuesto el regreso a San Mateo de la proclamación de la corte de damas

  • La proclamación de la Corte Aracelitana, en imágenes

La pregonera, en un momento de su intervención

La pregonera, en un momento de su intervención / M. González

Un pregón de una incuestionable altura narrativa y una sensibilidad tan honda como exquisita diseminó en la iglesia de San Mateo una fe mariana atronadora y asequible. La voz fluida y embelesadora de Lourdes Fuentes anunció el retorno pletórico de las Fiestas Patronales de Lucena. Dos años de intocable fervor a la Virgen de Araceli han comenzado a eclosionar entre abril y mayo.

La intimidad universal y los relatos de humildad, vida y atributos humanos de la pregonera estuvieron precedidos de la proclamación de la aracelitana mayor –María Araceli Zamorano- y la corte de honor –Olga Cantizani, María Espejo, Ana Belén Huertas, Carmen Pilar Lara, Marta Molero y Marta Zamorano-. Un acto civil que, 23 años después, ha regresado al templo de San Mateo, con el consenso de Ayuntamiento, Cofradía de la Virgen de Araceli y vicario episcopal de la Campiña.

Los sonoros cohetes, a mediodía, y los destellos artificiales de luz, en el ocaso de la tarde, prologaron estas Fiestas Aracelitanas que anticipan el 75 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de Araceli, a celebrar en 2023.

Una oración inicial “sencilla y en voz alta” descubrió una exaltación lucentina y cristiana, ensortijada en “un rosario de pequeñas historias” que encumbraron virtudes de esperanza, credulidad y amor caritativo.

Incluso sin pronunciarlo, el pregón de Lourdes Fuentes resultaba justo, demorado y, también, el principio, que ha de ser, de una reparación incompresiblemente alargada. Entre 65 pregones aracelitanos, sólo África Pedraza, en 1988, había antecedido a la segunda mujer que ofrendaba su voz a la Madre del Cielo.

A la “memoria de aquellos que nos enseñaron a creer en María Santísima de Araceli”, más directamente a “a quienes nos han dejado en la vacía soledad de estos dos años y medio de duelo y ausencia y a quienes por amarlos los echan en falta”, en un plano general, brindó su texto una profesional de la comunicación oral y licenciada en Filología Hispánica. Particularmente, dedicó su canto, en prosa y con pinceladas de pertinentes versos, a “las mujeres que han enseñado el significado pleno de la palabra madre” y “a la madre de la mía”, a la suya propia, y “a mi hija”.

Un trance complejo de salud supuso, en 2019, un “punto de no retorno” para la pregonera, compartido con su presentadora, otra mujer, Magdalena Rueda. Una elección de convergencia entre la amistad incondicional y la reivindicación femenina.

Con la voz infinita de Araceli Campillos y la autoridad refinada en la guitarra de Román Carmona, con fandangos genuinos de un pueblo indefectiblemente aflamencado, Lourdes Fuentes verbalizó sus mayores secretos ante una “ciudad que no necesita abandonar la tierra para visitar el cielo”. La “enseña identitaria” de Lucena se eleva hasta la ermita de Aras.

Desde el valle a la sierra y con un origen devocional anclado a abril del año 1973, cuando, también, sus padres se abrazaban, en un hospital madrileño, a un porvenir en Lucena, la pregonera discernió, aceptándolas y asumiéndolas, las múltiples formas de convivir, rezar y necesitar a la Virgen de Araceli en Lucena. Así, expresaba que entraña “el signo de conexión y de unidad de una Lucena, de múltiples realidades y sentires, el invisible adhesivo que une en el tiempo y el espacio su rica diversidad etnográfica, social y cultural”. Somos más de 42.000 habitantes y “cada uno a su manera y modo deposita bajo el altar del cielo de su devoción patria su esperanza diaria, esa que tanto necesitamos para ser y estar”.

Los desvelos en Jesús Abandonado de Prudencio Uzar; los deseos irrefrenables de sonreír y existir de Élida Graciano; la fortaleza y el verdadero sentido de una dama, encarnado por Araceli María Lara; las ofrendas del corazón; las semillas de una paz quebrada por “la miseria moral e inhumana de los que someten a los pueblos a un dolor sin parangón”; y la dulzura, el esmero y la meticulosidad de la camarera de la Virgen, Rosa Buendía, encumbraron un pregón que irradió verdad y confianza en el rostro de una Patrona de Lucena con rostro radiante, intocable y sereno, meses después de una restauración que ausentó de Lucena a su Patrona para perpetuarla con sus hijos.

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